Decenas de miles lo intentan por el Mediterráneo, desde Africa hacia la Unión Europea. Otros millares atraviesan México, desde países latinoamericanos o el mismo México, hacia Estados Unidos y Canadá. Decenas, centenas, perecen en el mar; otras camino al norte, extraviadas, exhaustas, enfermas. Casi todos los migrantes son explotados por mafias de traficantes de personas, drogas, trata, contrabando...
Así en casi todas las grandes fronteras del mundo, hacia el espejismo de los países desarrollados, o algo más desarrollados –es el caso de las migraciones internas en Asia, Africa y América Latina-, la única esperanza de dejar atrás las penurias y la violencia cotidianas y, sobre todo, la ausencia de porvenir.
Las razones de estas migraciones masivas son diversas, según los países y geografías, pero siempre operan entremezcladas: subdesarrollo económico, guerras, hambrunas, corrupción política, violencia institucional y delincuencial. Total, un hoy imposible y un mañana inexistente para millones.
El fenómeno migratorio es hoy masivo y abarca casi todo el planeta. Podría decirse que es semejante al de la segunda mitad del siglo XIX, favorecido ahora por las comunicaciones y el transporte modernos. América fue entonces el gran destino, pero en otras regiones del mundo se producían fenómenos similares.
Hoy, las causas son las mismas, dramatizadas por el aumento de la población mundial y sus expectativas, diseminadas por el móvil e internet. Durante todo el siglo pasado el sueño de un mañana mejor se materializó en la mayoría de los casos, con infinitas variantes. Pero los países desarrollados poco o nada tienen ahora para ofrecer. Sufren, por supuesto que a su nivel y con las herramientas de que disponen, de los mismos temblores económicos, políticos, institucionales y sociales que desestabilizan a gran cantidad de países y provocan migraciones masivas. Hasta las raras excepciones, como Suiza, empiezan a sentir los remezones. También los países escandinavos van dejando de ser esas raras excepciones, a juzgar, entre otros síntomas, por el crecimiento de la extrema derecha, como en Estados Unidos y Europa.
Por un lado, la prensa mundial seria informa con datos ciertos que, por ejemplo, las economías de Estados Unidos y España, van por el buen camino. En el primer caso, crecimiento económico superior al 3% y espectacular descenso del desempleo, actualmente el más bajo de las últimas décadas. Con las diferencias del caso, algo similar respecto de España. La “recuperación mundial” se habría reiniciado y el problema migratorio se reduciría a que los países de recepción apliquen los criterios y convenciones vigentes sobre derechos humanos.
Pero esos países hoy no pueden hacerlo, al menos más allá de ciertos límites, y podrán cada vez menos. La misma prensa seria informa –son solo un par de ejemplos– que “la pobreza se enquista en España pese a la mejora de la economía” (El País, 13-10-08), y que “la inteligencia artificial se apropió del trabajo simple” (The New York Times International, 25-8-18). Lo primero consecuencia de lo segundo, ya que aún en tiempos de demanda de empleo, los salarios bajan. Así, crece la oferta en el mercado y baja la demanda. De allí el frenesí especulativo.
Como siempre en estos casos, el capitalismo acude al nacionalismo político y el proteccionismo económico, lo que genera guerras comerciales y al cabo, militares. En ese proceso estamos. Al respecto y en relación con la política económica de Donald Trump, el Nobel de Economía Joseph Stiglitz concluye que “conducirá a una inversión y a un crecimiento más débiles, y a más desempleo” (El País, 19-8-18).
En fin, que el problema migratorio no tendrá solución hasta que el capitalismo mundial resuelva su propia crisis, esta vez estructural.
Disculpas por la supersíntesis, pero por si viniese al caso, este año se conmemoran 200 del nacimiento de un tal Karl Marx.
*Escritor y periodista.