Indudablemente, son dos los temas que inquietan hoy y preocupan –ocupan– a los lectores de este diario y a la opinión pública en general: la segunda vuelta electoral que definirá el domingo próximo quién gobernará la Argentina hasta 2019, y las acciones terroristas del grupo islamista Estado Islámico en París (bombas, tiroteos, rehenes asesinados en una discoteca) y en Beirut (bombas en una mezquita). El horror que asombra y acongoja a buena parte de la humanidad replica otras acciones de semejante tenor ocurridas en los últimos años.
Acerca de la elección presidencial: la cobertura ofrecida ayer por este diario fue equilibrada y precisa, aunque escasa para el gusto de quien esto escribe. A ocho días de los comicios, debo confesar que esperaba mayor cantidad y calidad de columnas de opinión, más entretelones de lo que viven internamente las fuerzas políticas participantes y un punteo más detallado de las propuestas, aunque espero –lo esperan los lectores– que este domingo sea ampliada la oferta.
Acerca de los hechos de París: ha sido la de ayer una edición cuidada y bastante completa de los acontecimientos, aunque la ausencia de más notas de opinión hubiese sido un atractivo extra. En tal sentido, debemos comprender lo exiguo del tiempo para la búsqueda de especialistas capaces de hacer análisis profundos sobre el tema en lapso tan breve. También esperamos que la edición de hoy cubra ese razonable déficit sabatino.
Y dejo una crítica que implica a ambas cuestiones: una vez más, algunos medios, comentaristas y habitués en las redes sociales (Facebook, Twitter) relativizaron la gravedad de los hechos parisinos y no dudaron en enlazarlos con la campaña preelectoral, enfatizando por una parte la ausencia de un pronunciamiento oficial argentino en las primeras horas (sólo se reprodujo lo que la Presidenta publicó con varios tuits, y ni siquiera la agencia Télam hizo referencia a la postura oficial del país), con fuertes críticas opositoras; y por la otra, los vínculos que se atribuyen al macrismo con la derecha francesa, más precisamente la xenófoba y ultraconservadora.
En momentos de tal trascendencia, se impone cierta mesura, un equilibrio necesario para no caer en la tentación de embarcarse en extremos. En tal sentido, debo reconocer que PERFIL ha actuado ayer con ecuanimidad, lo que seguramente ha sido apreciado por los lectores.
Piro, al Colón. Dos lectores a quienes parece no resultar muy familiar el sentido del humor han enviado sendos mails con comentarios críticos para con Guillermo Piro, quien el domingo 8 publicó su habitual columna de la página 3 en el suplemento Cultura con el título “Verdades y mentiras del Teatro Colón”.
Quien puso mayor énfasis en su texto es el señor Carlos Passalacqua, quien tomó el cuasi delirante texto de Piro con una literalidad asombrosa. Nadie que se hubiese dedicado apenas unos minutos a analizar lo escrito por el autor habrá entendido como válidos los datos aportados por Piro, desde el primero hasta el último párrafo. El lector Passalacqua demuestra gran conocimiento de la historia del Colón, por cierto, aunque es preciso señalar que despierta una sonrisa creer que lo que el columnista entregó fue fruto de una demencial pérdida de sentido común, carencia de conocimiento histórico y falta de criterio artístico. El propio autor, ante mi requerimiento, respondió brevemente al lector: “Se ve que ha leído usted con atención y ha comprendido las inexactitudes de mi ‘ensalada’, pero no parece haber comprendido y prestado la misma atención al título que llevaba”. Ahí está la llave de humor corrosivo empleada por Piro: verdades y mentiras (más de éstas que de aquéllas) del Teatro Colón. Algo que –con un poco más de buena onda– tampoco comprendió del todo el lector Enrique Cafferata, quien considera un error deliberado (aunque divertido) la mención de un bombardeo durante la guerra (?) que obligó a reconstruir y reinaugurar el Colón, según escribió Piro.
Para éste, en cambio, tengo sí una crítica: copió y pegó, textualmente (con errores), un artículo sobre Toscanini publicado en 2010 por el Gobierno de la Ciudad para el Plan de Obras del Teatro Colón, sin aclaración alguna sobre la fuente.
Un mea culpa. En realidad, culpa suya, de Sergio Sinay, quien escribió a este ombudsman: “El sábado 7, PERFIL publicó mi columna ‘Prohibido jugar con la verdad’ y hay en ella un dato que incluí y que lleva a confusión. Por un defecto o apuro de redacción, del cual soy responsable, Danton apareció junto a Robespierre como fundamentalista entre los jacobinos de la Revolución Francesa. En realidad, Danton fue más bien víctima de los jacobinos y defensor de la moderación. Yo no lo ignoro, pero no quedó así en el texto. No sé si hay lectores que lo advirtieron o no, pero es una cuestión de responsabilidad intelectual asumirlo”.