La cuestión del espacio atraviesa el evento de Olavarría en algunos sentidos que conviene analizar. Su fuerza explicativa es determinante en la relación de los seres vivos con el ambiente. Un aumento en la ocurrencia “natural” de individuos por superficie genera un estrés que afecta su reproducción y disputas territoriales que acaban en extinciones. Sin embargo en la sociedad, existen mediaciones entre esta y el territorio, aquello que Marx llamaba segunda naturaleza.
Los hombres no salen del bosque cuando concurren a un evento, sino de viviendas que a su vez reflejan pertenencias sociales, culturales, que dan lugar a hábitos y conductas diversas. Se suben a autos, buses y trenes que circulan por caminos que pueden ser suficientes, adecuados o no de acuerdo al desarrollo de los países donde se encuentren. Unido a esto, la presencia o ausencia de Estado tiene un rol más significativo que el territorio como organizador de las relaciones entre los hombres, y entre estos y su entorno. En Alemania, Singapur o Japón, con entre 50 y 100 veces la media de población por superficie de Argentina, la densidad es una condición planificable, no un problema per se.
Producto de prohibiciones, el reemplazo de shows en áreas metropolitanas por arenas periféricas vino legitimado tanto por una “razón claustrofóbica” post Cromagnon que defendió la primacía del espacio abierto como cortafuego de una futura tragedia potencial, como por la búsqueda de un acercamiento simbólico a quienes habitan el patio trasero de una nación desigual. Son sitios del interior, que convocan multitudes dispuestas a cruzar mares bajo el influjo de un hito en la cultura de masas, percibidos como alternativas contrahegemónicas a los shows que el “establishment” del rock ofrece en las grandes ciudades.
Pero el efecto no deseado es una multiplicación de la geografía del riesgo, en la medida que el aumento en el tiempo y territorio de circulación se mide en días en lugar de horas antes de un show. En el mapa de un país en desarrollo, su principal rasgo, la desigualdad territorial, se expresa tanto en la crónica tensión entre necesidades y servicios en escala local, como en una conectividad radial sesgada hacia un centro, pero muy limitada accesibilidad entre puntos de la red, ausencia de trenes o de frecuencias que lo tornen confiable. Débiles controles y asistencia en la circulación.
La afluencia de cientos de miles de almas bajo tales condiciones estructurales no resiste la mejor gestión, amén de la responsabilidad del intendente “paradojal”: de un palo que se define por su rechazo ventral al populismo, pero que lo ejerce de modo berreta al colgarse una medalla ricotera como improbable guiño a un colectivo que le es extraño, y cuya seguridad desdeñó desde el principio.
Reemplazar la “razón claustrofóbica” por otra agorafóbica, es reproducir la misma lógica binaria de quienes usaron a Olavarría como rehén de la grieta. Ya sea chabanizando a Solari mientras jugaban a la ruleta rusa con números exagerados, o -del “otro lado”- cargando contra consabidas cabezas de turco según incumbencias territoriales. No es un tema solo de espacio ni de responsabilidad individual, asunto de la justicia. Nos debemos el debate de las causas, y su transformación en políticas. Los pueblos y ciudades del interior se proyectan a nivel nacional con eventos culturales en procura de un posicionamiento identitario bajo una globalización que los amenaza, y en el marco de economías regionales en crisis que expulsan a sus poblaciones jóvenes. Pero precisamente tales condiciones son un óbice para megaeventos. Cada uno de ellos tiene una capacidad de carga que marca límites y posibilidades, y que puede ser definida (y ampliada) desde lo local, pero ¿son parte? de un contexto mayor al que no acaban de integrarse por años de ausencia de política con mirada de nación. Para muestra sobra un botón: Olavarría es centro nodal de cargas de una densa red de ferrocarril estatal (la octava del mundo en kilómetro-vías) licitada y bajo uso casi exclusivo desde los 90 por una conocida cementera. Pero con un único servicio semanal de tren de pasajeros que no basta ni para un evento parroquial.
(*) Geógrafo UBA. Magister Urban Affairs. UNY.