Tanto Scioli como Macri tienen límites de acción en función del contexto que encontrarán. Ni Scioli podrá satisfacer completamente a los kirchneristas, ni Macri completamente a los antikirchneristas. Karl Marx sostenía que cada generación construye su historia, pero con los materiales que le legaron las generaciones anteriores. En las crisis cada uno cae desde su altura, y en las recuperaciones sube desde la suya. Siempre hay una combinación entre lo dado y lo producido.
La Argentina que encontró Néstor Kirchner después de la crisis de 2002, a pesar de que en 1989 ya había habido una megadevaluación y una caída brusca de consumo, no es la misma que se encontró Menem al asumir. Nadie había depositado esperanzas en la economía de Alfonsín, había sido electo presidente por sus méritos republicanos, y su fracaso en lo que no era su fortaleza –como los 13 paros generales y el epílogo de su penúltimo ministro de Economía diciendo “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”– se justificó en un hombre sin experiencia ejecutiva que nunca había administrado una provincia ni una ciudad, porque los continuos golpes militares habían impedido a los políticos hacer esas experiencias.
Menem sí cargó de expectativas económicas su presidencia de la mano de expertos en ese campo, aunque fueran los frustrados ejecutivos de Bunge & Born del comienzo y luego los cuadros de la Fundación Mediterránea con Cavallo a la cabeza.
El fracaso de la economía de Menem, con la convertibilidad estallando por el aire después de haber sido el mejor alumno del Fondo Monetario Internacional, produjo en la población una frustración distinta: la de haber creído y sentirse engañado.
No fueron Menem ni Cavallo los que entraron en descrédito sino el capitalismo, la economía ortodoxa y, por desplazamiento, cualquier ortodoxia. Todo pensamiento clásico pasó a ser puesto en duda. La falta de certezas sobre cualquier fundamento hizo que toda previsión de futuro careciera de valor y sólo pudiera ser palpable el presente. En una crisis terminal, donde cada uno se tenía que salvar como podía, se tuvo que crear un tácito pacto de tolerancia generalizada en el que todo valía.
Y de ese “vale todo” de 2002 al “vamos por todo” K hay un hilo conductor, un encadenamiento lógico donde se ve con claridad al kirchnerismo como consecuencia y no como causa de una nueva cultura de valores relajados, más básica y a tono con el clima de época.
También el menemismo fue consecuencia y no causa de época: emergió cuando caían el Muro de Berlín y el comunismo, había una tendencia mundial a reducir el Estado y privatizar empresas públicas, y Reagan y Thatcher eran las estrellas que se retiraban llenas de éxito. Y cuando Néstor Kirchner asume, el péndulo mundial estaba pegando la vuelta, después de 15 años de la generalización del neoliberalismo los resultados prometidos no aparecían y comenzaban a emerger las protestas y los movimientos sociales en todo el mundo, hasta llegar a 2007 con la mayor crisis financiera desde el crack de 1929.
Al quemarse los manuales también se crea una atmósfera indulgente sobre el cumplimiento de normas porque no se sabe bien cuánto valor conservan. La tolerancia y el relajamiento de los valores preexistentes comienzan a generalizarse y a cosechar adhesión. Pasan a tener fuerza electoral retroalimentando desde la cultura a la política. ¿Cómo no iban a creer que podían “ir por todo”, envalentonados por la subida de la marea del “vale todo”?
Hoy estamos en la resaca de ese ciclo y entenderlo como un estadio social más que político/ideológico ayuda a comprender que aunque la mismísima Cristina Kirchner estuviera por ser reelecta en octubre próximo no le sería posible en una tercera presidencia continuar de la misma forma.
Pero al tiempo que se produce una fatiga del “vale todo”, al haber estado instalado como valor durante tantos años dejará una estela en varias generaciones, que impediría que Macri, si fuera electo presidente, pudiera volver a ilusionar a la mayoría de los argentinos con la globalización, la productividad y hasta cualquier valor tradicional educativo, cultural y religioso. Por el contrario, la Argentina exporta al mundo su carácter de época iconoclasta con un Papa indulgente y modelos que van desde la política con Podemos en España hasta la economía con la deuda en Grecia.
El pequeño detalle del traje sin corbata de los líderes de Podemos en España y de los ministros griegos es otro pequeño significante de rebeldía a las sujeciones de la ortodoxia.
El corrimiento hacia el medio que tanto haría el kirchnerismo con una presidencia de Scioli, como el que haría el PRO en una presidencia de Macri, también es una consecuencia del marco de posibilidades que ofrece el contexto. No es casual que todos aquellos que tienen posibilidad de suceder a Cristina Kirchner sean moderados y hagan gala de un discurso conciliador.
No es posible otra estrategia, como no hubiera sido posible privatizar en 2003 o estatizar en los 90. El populismo se dio simultáneamente en varios países de Sudamérica como resultado del excedente que generó el aumento del precio de las materias primas; no fue sólo un fenómeno argentino. Y se está agotando también en toda Sudamérica por las mismas causas compartidas.