La desilusión no es terminal, pero gana terreno entre las fuerzas ligadas a la producción cuando hacen un recuento de lo logrado desde el inicio de la refundación democrática de 1983. No se trata de un signo político particular, de una crisis global (hubo varias) ni de una contingencia climática (como la de 1988, 2009 y 2023) o de bruscos desequilibrios en la economía internacional (como 1999, 2008 o la pandemia).
Con casi cuatro décadas de responsabilidad institucional, ningún grupo que se arrogue condiciones de liderazgo puede mostrarse satisfecho de los resultados económicos y, por lo tanto, las consecuencias de lo que se puede sintetizar lisa y llanamente como un fracaso.
En el último medio siglo, el ingreso por habitante quedó casi invariable, mientras en el resto de la región, mostraba un avance modesto, pero mucho menos sinuoso que el argentino. En 1974, la diferencia entre el PBI por habitante con el promedio de la región, medido en dólares actuales, era de 140%, el año pasado esa diferencia se achicó a sólo 27%. Esa pérdida relativa podría agravarse si consideramos que, brecha mediante, se sigue considerando el ingreso a un dólar artificialmente bajo, casi la mitad que los tipos de cambio financieros.
Casi un centenar de empresarios presentaron un petitorio por la producción
Buscando las razones de este retroceso regional, la correlación con la crónica inestabilidad macroeconómica es notable. Como primer emergente está la inflación, en el que, como en las competencias del fútbol internacional, el país se las arregló para estar siempre en el pelotón de arriba. Tanto, que la última medición del IPC del Indec (7,8% para mayo) muestra al promedio de precios corriendo al 114% anual comparando para atrás, pero al 132% anual si proyectamos para el resto del año el promedio de los primeros cinco meses del año. En todo este período, la política económica no puso, no supo o no quiso encontrar un punto de acuerdo entre las demandas sociales y las capacidades productivas en un marco de consenso democrático.
El exministro Martín Guzmán aportó su ladrillo a la construcción de una imagen de ineficacia de la política económica: cuando visitó el Congreso para ser interpelado acerca del Presupuesto para el año 2021, acuñó su frase en lo que creía fuera de micrófono: “yo también puedo empezar a sarasear”, que como pocas veces pintó la brecha entre las expectativas de la sociedad civil y lo que la dirigencia política entiende como relevante. Fue sólo una muestra de dos mundos que muchas veces corren paralelos. El crédito del sector productivo hacia quienes diseñan la política económica es tan bajo que sólo aceptan “pagar por ver”.
La enumeración de sus dificultades no se agotan en la inflación que erosiona el valor de la moneda y dificulta el cálculo económico, sino que continúan con la presión impositiva (donde el alto valor promedio esconde la grieta entre los que pagan mucho y los que casi no tributan), la escasez de crédito (el Estado es una aspiradora de fondos y no deja casi nada para el sector privado), el laberinto burocrático, la industria del juicio (en una legislación laboral que sólo contempla la realidad de las grandes empresas) y a lo que ahora se sumó un dólar en vías de extinción.
La semana pasada, casi un millar de empresarios y emprendedores presentaron una petición a los legisladores en el Congreso para que consideren estos aspectos a la hora de votar el Presupuesto del próximo año y que el ajuste necesario no recaiga en las fuerzas productivas. Por si acaso fue elaborado en piedra, como una alegoría de la mochila permanente que empresarios, trabajadores y cuentapropistas tienen que cargar a la hora de realizar su trabajo para agregar valor a la economía en crisis. Una creativa forma de llamar la atención, por si hiciera falta en medio de la incertidumbre de un año electoral que pretende convertirse en bisagra: ellos esperan para cambiar el signo negativo de tanta frustración acumulada.