José Amalfitani se hizo socio de Vélez en 1913, apenas tres años después de la fundación del club y cuando tenía sólo 19 años. Diez años más tarde decidió ser presidente por dos años y lo fue, entre 1923 y 1925. En 1940 Vélez se fue al descenso y perdió los terrenos de la vieja cancha de la calle Basualdo. En 1941, Amalfitani regresó a la presidencia y se cargó la tremenda deuda que tenía Vélez. Hipotecó su casa para pagarla y se comprometió personalmente a cumplirla, poniendo en juego su buen nombre y honor. En esos tiempos, “el buen nombre y honor” era un documento. Pepe Amalfitani ponía la cara y también ponía en riesgo su estabilidad económica personal por su club, como nadie lo había hecho antes y nadie lo hizo después.
Vélez estuvo tres años en Primera B, remándola para regresar al lugar que supo tener. Consiguió el ascenso recién en 1943, después de ganarle 5-2 a Dock Sud en la cancha de Ferro, acompañado por una multitud. Amalfitani estaba en la platea. Sabía que ese ascenso era algo más que la alegría momentánea del regreso a la categoría máxima. Pepe pensaba en grande, como varios dirigentes de la época. El quería a un Vélez luchando entre la aristocracia futbolera. Ya en Segunda División tenía jugadores históricos del club: Rugilo, Ovide, Juan José Ferraro, Alfredo Bermúdez. En ese año ’43, Amalfitani consiguió inaugurar el nuevo estadio en el que estaba el pantano del Arroyo Maldonado, en Liniers. Nunca más dejó la presidencia del club, en la que estuvo hasta que falleció.
Amalfitani murió de cáncer de pulmón el 14 de mayo de 1969, a los 75 años. Fumaba muchísimo. Sin embargo, el destino le hizo la última caricia: el 22 de diciembre de 1968, pocos días después de que se le pusiera el nombre de José Amalfitani al estupendo estadio de cemento de la avenida Juan B. Justo, Vélez fue campeón en Primera División por primera vez en su historia. Derrotó 4 a 2 a Racing en la vieja cancha de San Lorenzo y ganó el Nacional. Marín, Gallo, Zóttola, Solórzano, Luna, el Turco Wehbe, el gran Daniel Willington, la sabiduría de Manuel Giúdice y un pibe de carita de asombro llamado Carlos Bianchi fueron algunos protagonistas de la hazaña. Fue un premio enorme para el hombre que, muchos años antes, había salvado a la institución de su desaparición. Amalfitani siguió siendo cauto hasta el final. Ese título nacional lo clasificaba directamente para la Copa Libertadores. Sin embargo, el viejo líder entendió que Vélez no estaba en condiciones económicas de afrontar semejante gasto y cedió su lugar.
Desde 1972, el 14 de mayo es el Día del Dirigente Deportivo, en memoria de José Amalfitani. Al margen de esto, los dirigentes que siguieron a Don Pepe mantuvieron al club en lo alto. Vélez no logró ganar títulos hasta 1993, pero siempre presentó equipos competitivos y nunca fue más allá de lo que sus números le permitieron. Es una manera de explicar por qué, cada vez que hay un torneo local o la Argentina es representada por equipos nuestros en torneos internacionales, en la mayoría de esas veces está Vélez. No es casual que ahora, cuando una buena parte del periodismo habla del fútbol argentino como si fuera el peor de la Tierra, Vélez sale a desmentirlo. Basta con sentarse un domingo a ver al cuadro que hoy dirige el Flaco Gareca para ver a tipos que juegan muy bien. Empecemos por Víctor Zapata, a quien Ricardo Lavolpe ubicó como doble cinco en su paso por el club. Zapata se convirtió en un estratega que sabe dónde están las piezas de ese engranaje blanco con la V azul. Después uno puede hablar de la ascendencia de Cubero, de Maxi Moralez, el Burrito Martínez o el uruguayo Silva, que son los que hacen la diferencia. Vélez trabaja muy bien en inferiores y cubre las carencias que pueda tener con compras muy puntuales. Sebastián Domínguez, Maxi Moralez, Silva, Papa, Zapata, Augusto Fernández son jugadores que fueron llegando de acuerdo con las necesidades y no a partir de delirios de “hegemonía”, esa palabrita macrista que hoy tiene a Boca con jugadores que costaron una fortuna lejos de un rendimiento acorde con lo prometido. Vélez se arma para competir y ganar, pero sin locuras, como marcó Amalfitani hace tantos y tantos años.
Este equipo de Gareca tiene una ventaja sobre anteriores “grandes Vélez”: es reconocido como un equipo que “juega bien”. Los equipos de Vélez que armaron Bianchi, Bielsa, Russo y el propio Gareca recibieron, como único elogio, el de “eficiente”, “práctico”, “pragmático” y toda la sarta de palabras inocuas que los periodistas de cierta tendencia emiten sin sentido cuando deben elogiar sin ganas. El caso más claro fue el Vélez campeón del Clausura ’09. Derrotó claramente al sobredimensionado y promocionadísimo “Huracán de Cappa” y lo pagó con la indiferencia general, con un ninguneo que un club como Vélez y un tipo como Gareca no merecían.
Pero el tiempo pone todo en su lugar. Vélez siguió con el mismo entrenador, con varios jugadores de aquel equipo y, ahora sí, con un reconocimiento general de que “Vélez juega bien”. También “jugaba bien” antes, pero distinto, con la inteligencia de aplicar tácticas y estrategias de acuerdo a lo que se tiene y no de acuerdo a lo que el técnico le dice a los periodistas. Bianchi pasó por lo mismo, aun llevando a Vélez a ganar la Libertadores contra el San Pablo de Telé Santana y la Intercontinental al excelente Milan de Fabio Capello, que había destrozado 4 a 0 al Barcelona de Cruyff en Atenas.
Que Vélez hoy esté clasificado para una nueva fase de la Copa y vaya primero en el torneo no es obra de la fortuna. De Amalfitani para acá, siempre fue un ejemplo de coherencia. Eso da resultados.
Hoy, todos hablan de Vélez. Hacen bien. Todavía hay algunos lugares en este tren.