Como veníamos diciendo, es decir en la columna de la semana pasada, acabo de leer El pensamiento político posfundacional. La diferencia política en Nancy, Lefort, Badiou y Laclau, de Oliver Marchart, publicado por Fondo de Cultura Económica. ¿Es un libro tan importante como para dedicarle dos columnas seguidas? Bueno, ni que mis columnas valgan tanto… En todo caso, la relación entre los libros y la lectura, o entre la lectura y la escritura, es siempre profundamente antieconómica: pequeños libros han producido grandes lecturas, libros menores han dado extraordinarios comentarios, libros cruciales han pasado inadvertidos y comentarios triviales dieron cuenta de libros igualmente banales. Cualquier libro puede generar cualquier lectura, mucho más en alguien como yo, perdido ya sin retorno en un modo de lectura lateral, incidental, menor. Para mí, una buena frase escondida en una nota a pie de página vuelve relevante cualquier libro. Especie de pesimista optimista, no espero mucho, o no espero mucho más que eso, una frase inteligente, que no es poco en realidad: basta con leer la mayoría de los libros de la reciente literatura argentina más exitosa, y rápidamente se comprobará que no hay allí ni siquiera una idea interesante.
Pero mientras leía el ensayo de Marchart, había algo que me iba disgustando: muchas veces citaba a autores franceses, pero lo hacía en ediciones inglesas o incluso alemanas y no en las propias francesas. Hasta que, no se por qué, llegado a la mitad de libro, leí la solapa con los datos del autor: no escribe en francés como yo suponía (prejuicio de mi parte por llamarse Marchart y escribir sobre Nancy), sino que el grueso de su obra –seis libros– está en alemán, y además FCE tradujo el libro de su edición inglesa, publicado en 2007 por Edinburgh University Press (un verdadero editor lo primero que lee de un libro son los datos legales, pero yo, editor ocasional y amateur, recién reparé en ese dato 250 páginas después). Marchart no cita en francés simplemente porque no escribe en francés.
Pero esta lectura de las legales del libro desembocó en otra reflexión más importante (de la que debería ya haber hablado, si no hubiera consumido más de 2.000 caracteres en otras disquisiciones). Quiero decir: en inglés el libro está publicado por una pequeña editorial universitaria de baja circulación, mientras que en castellano lo está en una gran y muy prestigiosa editorial, con fuerte presencia en librerías. ¿Cómo entender esta situación? Una respuesta lineal sería errónea. Más de una variable se entrecruzan antes de dar una contestación a la pregunta. Pero quisiera reparar en una: la inmejorable relación que buena parte del mundo intelectual tiene en la Argentina con la polis, con la ciudad, con la vida urbana. Por supuesto que por ser editado por FCE, una editorial cuya casa central es mexicana, no hay por qué descartar que el libro también salga en aquel país. Pero eso, en este caso, es secundario. Lo central es que, en la Argentina, libros de ensayo erudito, riguroso, filosóficos o literarios, todavía tienen su lugar en la ciudad y no replegados en un campus, o en librerías universitarias encerradas en el claustro. Que el mismo libro esté editado en inglés en una editorial universitaria escocesa, mientras en Buenos Aires lo está en FCE, señala sobre un cierto estado de situación del campo cultural local: aun en crisis (en crisis la universidad, en crisis el ensayismo crítico que no quiere integrarse al mundo académico, en crisis el mercado editorial, en crisis el sistema de librerías independientes), el intelectual argentino –y yo diría el latinoamericano e incluso el latino tout court– mantiene una productiva tensión entre el aula y la calle, entre la biblioteca y la voz pública, entre la lectura y la intervención, que no deja de ser destacable. Es que, puesto a elegir, prefiero leer libros de Fondo de Cultura Económica que de Edinburgh University Press.