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El malestar de la desigualdad

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Chile: Una de las tantas explosiones sociales antes de la pandemia. | cedoc

América Latina, azotada al igual que el resto del mundo por un vendaval de crisis y conflictos que frustra la recuperación global post pandemia, enfrenta esta coyuntura con un condicionamiento propio, el de una desigualdad estructural que asoma como un desafío de fondo para cualquier política macroeconómica sostenible.

Esa desigualdad económica y social -la mayor del mundo medida por riqueza y regiones- se cierne a su vez como una seria amenaza a la estabilidad política de nuestros países, cuyo tejido democrático continúa en reconstrucción casi medio siglo de la peor ola de dictaduras en la región.

En este agitado devenir político, económico y social que nos absorbe en cada uno de nuestros países en estos días, urge que la región reflexione sobre su lugar en el mundo, que ajuste su brújula y lo haga identificando sus intereses comunes.

La última globalización de la Historia como la conocimos hasta la pandemia ya está mutando otra vez. Ahora, una guerra traba todavía más la cadena de suministros, desquicia los precios de energía y alimentos, provoca inflación y genera la dinámica geopolítica más tensa y confrontativa desde la Guerra Fría.

Crisis superestructural. Los últimos años nos han dado muchos ejemplos sobre las demandas populares de reducción de la desigualdad en todo el mundo, con sociedades diversas volcadas a las calles y expresándose luego también en las urnas, para generar unos cambios políticos que renovaron las expectativas y hasta cambiaron sistemas políticos.

La pandemia -y ahora la guerra- han terminado de configurar una gran crisis superestructural, en la que América Latina no puede mirarse aislada, y ante la cual debe reaccionar mancomunada. El mundo experimenta una suma de múltiples transiciones -geopolíticas, productivas, tecnológicas y ahora de seguridad- que crean tensiones que pueden confundirse con crisis exclusivamente locales. 

Hay que prestarle especial atención a un elemento que abona la mirada sobre esa crisis superestructural, y describe también con fidelidad la etapa del capitalismo neoliberal imperante desde finales de los 70. Y es que la variable constante en esas investigaciones sigue siendo la preocupación sobre la desigualdad. 

Frente a tal escenario, no sólo coyuntural, la región no puede esperar o reaccionar exclusivamente ante cada foco de conflicto local. En cambio, necesita darse los espacios y el tiempo para volver a pensar una estrategia colectiva.

Pre y post pandemia. Cuando terminaba 2019, y el mundo entero ignoraba la pandemia que se avecinaba, un fallido golpe de Estado en Bolivia y el estallido social en Chile se encadenaban con crisis institucionales en Perú y Venezuela, y con cambios de signo político en Argentina y Uruguay.

La región transcurría su quinta década desde la ola democratizadora de los 80, largos años durante los que encaró varios procesos simultáneos de integración política y económica -con éxitos y traspiés- buscando entendimientos básicos. Con todos sus vaivenes, el Mercosur y la Celac son un ejemplo en ese largo recorrido.

Sin embargo, todo fue cambiando con más velocidad: un crecimiento fenomenal del comercio, el ascenso de potencias emergentes y un vuelco radical en la matriz económica, laboral y social determinado por el avance de la tecnología digital.

Esa misma transformación derivó en guerras comerciales, cuestionamientos al sistema multilateral y pujas entre “globalistas” y “nacionalistas” a los que nuestra región se vio arrastrada, víctima de vulnerabilidades todavía sin superar: economías primarizadas, deudas inestables e insuficiente integración.

Volvemos a recordar aquí cómo la antigua Comunidad del Carbón y del Acero (CECA, 1952) convirtió dos activos básicos que habían llevado a la guerra fratricida en la base de la actual Unión Europea. ¿Cuáles serían los intereses, en el caso de América Latina?, nos preguntamos entonces. Y ahora.   

Antes de la pandemia, la región ya había ido perdiendo el gran envión económico e integracionista de los 2000. La economía global comenzó a coquetear con la recesión y se sucedieron las escaramuzas comerciales entre grandes potencias.

Entonces llegó el COVID-19 y, otra vez, la desigualdad dejó ver su peor rostro en la vida y la salud de nuestros pueblos, así como en sus ingresos, golpeados sin piedad por un frenazo global inédito de la economía en la historia moderna, aliviado por Estados activos y solidarios que lo compensaron parcialmente en la emergencia.

La desigualdad nunca dejó de estructurar, para mal, esta etapa de la modernidad y el malestar que ella genera en nuestra región persiste, incluso, pese a los esfuerzos verificados por encontrar salidas de distinto tipo y distintos signos políticos. 

América Latina, resignificada. Hoy, los márgenes de tolerancia política y social se van reduciendo de modo inversamente proporcional al aumento de la desigualdad frente a la crisis. 

Siendo optimistas, América Latina mantiene intactos muchos activos para recuperar sus posibilidades reales de unidad e integración, sin traicionar ni su identidad ni su búsqueda histórica de autonomía, mientras corren nuevos vientos políticos.

Hoy, la región tiene la oportunidad de reformularse en el mundo. Una clave es tomar distancia de una bipolaridad en ciernes que revive el fantasma de una “cortina de acero”. Otra, apostar a una mayor integración política y discutir el rol de sus cadenas de valor en esta nueva etapa de la globalización (o des-globalización). 

Obligados en la emergencia a extremar su capacidad de sintonizar con las causas de la insatisfacción social, los liderazgos políticos latinoamericanos necesitan mantener su apuesta a una continuidad estratégica de integración que ya dio frutos más allá de todas las crisis, pero identificando mejor sus intereses comunes; esto es, identificando sus propios carbón y acero.

La región necesita encontrar una voz más unívoca y firme en foros multilaterales internacionales, allí donde los países y regiones menos poderosos mejor pueden compensar su influencia en el andar global. La presencia del presidente Alberto Fernández -este año al frente de la Celac- en las cumbres del G7 y de los Brics son una muestra del camino a retomar en la dirección correcta.

* Embajador de la Argentina en los Estados Unidos. Sherpa argentino en el G20.