Entre el 28 y el 30 de agosto de 2006 se realizó el Segundo Encuentro de Pensamiento Urbano, organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ahora, algunas de las ponencias más interesantes leídas en el encuentro acaban de ser recogidas en dos breves tomos: Boulevard central y Diagonal sur. En el prólogo único que abre los libros, las organizadoras del ciclo, Graciela Speranza y Matilde Sánchez, explican cuál es la situación sobre la que se pretende pensar: el malestar en las ciudades contemporáneas. “Pensamiento, arte y ciudad se vuelven indiscernibles en el siglo XX y gran parte de la historia de las vanguardias se escribe con reinvenciones de recorridos urbanos”, escriben. Y luego advierten: “Pero el idilio más o menos esperanzado con la ciudad va virando a puro espanto. Claustrópolis, ciudad amurallada, ciudad pánico: ése es, mal que nos pese, el nuevo repertorio con que se nombra a la vida urbana. En las metrópolis de todo el mundo y también en Buenos Aires las diferencias sociales recrudecen los enfrentamientos y desalientan el contacto; se construye para cercar las diferencias, más amenaza que estímulo de la vida comunitaria”.
Boulevard central está compuesto por la desgrabación de la teleconferencia que mantuvo Matías Serra Bradford con John Berger, y un breve ensayo en el que David Harvey –doctor en geografía histórica, autor de Paris. Capital of Modernity– reconstruye cómo el capitalismo financiero logró sobrevivir en el tiempo a través de urbanizaciones históricas como la reconstrucción de París en el siglo XIX o la suburbanización de la ciudad de Nueva York en las décadas del 50 y 60 del siglo XX.
El otro tomo, Diagonal sur, presenta textos –ensayísticos, ficcionales– de Juan Villoro, Patricia Melo, Alan Pauls y Perdo Lemebel, entre otros. Algo de lo que advierten Speranza y Sánchez no sólo sobrevuela los dos libros, sino que es palpable para cualquiera que camine la ciudad. Buenos Aires vive un proceso que tiende a la homogeneización del paisaje urbano –las torres privadas que amenazan con convertir a la ciudad entera en Puerto Madero–, el colapso de los medios de transporte –en una red de subterráneos a todas luces insuficiente– o el caos vehicular, empujado por el vuelco del consumo al mercado automotor, que parece irrefrenable.
Sin embargo, basta con leer los textos de Villoro sobre la ciudad de México, de Melo sobre San Pablo, de Lemebel sobre Santiago de Chile, para entender que todo puede ser peor. Villoro compara al DF con la mujer barbuda del circo, alguien que “ejerce la elocuente fascinación del defecto” pero a la que no se puede, con todo, dejar de amar. “Vista desde afuera, la ciudad de México bate todos los récords del espanto. Desde dentro, el paisaje se percibe de otro modo: ningún apocalipsis es para nosotros, aunque vivimos rodeados de sus signos.” Lemebel, por su parte, dice que cada vez que viene a Buenos Aires se encuentra con otra ciudad, aunque los lugares están donde siempre: “A diferencia de Santiago, que también está cambiando permanentemente. Están inventando: nuevos edificios, nuevas construcciones para parecernos a Manhattan. Edificios que son como de telgopor, como maquetas”.
Buenos Aires parece debatirse justo a la mitad de estos dos caminos: entre la opción por el caos colorido, ruidoso y contaminado del DF y las aspiraciones primermundistas e impersonales de Santiago. ¿Cómo será Buenos Aires en algunos años? ¿Existirá, acaso, una síntesis posible de estos dos destinos urbanos?