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El miedo y sus sacerdotes

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| Cedoc

El silencio es salud. La advertencia corresponde a los años nefastos y sombríos de la dictadura. Tras el aparente llamado a la salud, tanto física como mental, había una perversa amenaza acerca de la conveniencia de no hablar, de no averiguar, de no preguntar, de no saber. Y una invitación a la delación, a la instalación social de la sospecha y al no te metás. Se repetía y divulgaba entonces con la misma insistencia conque hoy se machaca “Quedate en casa”. No te muevas, no cuestiones, no preguntes, no inquieras por otras alternativas. Como la consigna del silencio, también esta cuenta con numerosos voceros oficiales y oficiosos que repiquetean con ella bajo diferentes disfraces. Y, como aquella, cuenta con delatores y transmisores manipulables o manipulados por la propaganda. Se sabe que publicidad y propaganda no son lo mismo. Mientras la publicidad crea deseos artificiales para incitar al consumo, la propaganda tiene la finalidad de manipular mentes y opiniones, de infiltrar ideas y distorsionar visiones de la realidad.

Por supuesto, estos son otros tiempos. Hay democracia formal, muchos derechos básicos están vigentes y, aunque con funcionamiento patético cuando no corrupto, las instituciones republicanas son reconocidas. Pero el uso del miedo y la fumigación del temor como herramientas políticas trascienden los tiempos, los países y los gobiernos. Con esas herramientas se pueden instalar o prolongar indefinidamente estados de excepción, tratando de convencer a la población con la idea de que “hacemos esto por tu propio bien”. La historia es pródiga en ejemplos y, por otra vía, George Orwell imaginó en “1984” (esa distopia inoxidable) cómo se puede mantener silenciada e inmovilizada a una sociedad mediante la distorsión brutal de las palabras y de las ideas, la manipulación de las emociones y la invención de una realidad inexistente, como es, en esa novela, una guerra ficticia contra un enemigo irreal.

“Los gobiernos que se sirven del paradigma de la seguridad no funcionan necesariamente produciendo la situación de excepción, sino explotándola y dirigiéndola una vez que se ha producido”. Esta reflexión de Giorgio Agamben, filósofo italiano contemporáneo que, tras las huellas de Michel Foucault, Walter Benjamin y Umberto Eco se interna en los entresijos más recónditos de la sociedad contemporánea, fue expresada el pasado 24 de marzo en una entrevista con Nicolas Truong, del diario francés Le Monde. El estado de excepción como herramienta de poder y como una forma en que el autoritarismo se mimetiza para ocultar su esencia, es un tema recurrente en Agamben, quien desde el mismo comienzo de la pandemia conectó ese hilo que le es habitual con el manejo que los gobiernos vienen haciendo de la situación.

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Al revés de lo que dice el refrán (“A palabras necias oídos sordos”), se podría afirmar que en el manejo de la pandemia y de las cuarentenas se observa que a oídos necios palabras sordas. No importa lo que se diga acerca del laberinto sin salida en que se metieron quienes, enamorados de la cuarentena como instrumento único y excluyente, no exploraron alternativa alguna acerca del durante y del después, como si la imposición del confinamiento a fuerza de decretazos pudiera congelar la realidad como se congela la imagen en una película. Por mucho que se escriba y se diga no habrá escucha ni diálogo. La verdadera grieta cuarentena-anticuarentena fue abierta, si se observa bien, por quienes gestionan la situación. Su adicción a crear enemigos también se manifestó en este caso. Y fue consolidada por el asesoramiento de quienes Agamben llama (en otro de sus textos compilados en su reciente libro La epidemia como política) sacerdotes de la nueva religión de estos tiempos, la ciencia, que viene a ofrecer nuevas creencias en donde las viejas religiones ya no convocan ni convencen. La necesidad humana de creer en algo para paliar la angustia ante la incertidumbre que es parte indisociable de la vida, potencia a esta casta. Tras rescatar a los pocos científicos heréticos que proponen otras miradas, otras alternativas y otras posibilidades, y las fundamentan, Agamben apunta que “como toda religión, también esta puede producir superstición y miedo o, en cualquier caso, usarse para difundirlos”. Y, respecto de sus sacerdotes, añade: “Como siempre en estos casos, algunos expertos o quienes se autodenominan tales, logran asegurarse el favor del monarca, quien, como en los tiempos de las disputas religiosas que dividieron al cristianismo, toma partido según sus propios intereses por una u otra corriente e impone sus medidas”.

Una muestra de cómo se aplica la política del miedo es amenazar subliminal y explícitamente conque está en juego la vida, sin aclarar que se reduce el concepto vida solo a la biológica, desdeñando la trascendencia, la aspiración de sentido en la existencia, el propósito de vivir para algo y no solo para durar. Hoy el miedo parece la única opción política. Quietud, aislamiento y confinamiento, como en otro tiempo fue el silencio. Ocurre indefectiblemente que la sombra del enemigo, real o supuesto, aparece en la conducta propia.

*Escritor y periodista.