Una de las experiencias memorables que vivió este columnista en más de treinta años de ejercicio de la consultoría política fue conocer a Antonio Cafiero, el abuelo del actual Jefe de Gabinete. El vínculo se inició durante el segundo mandato de Carlos Menem, el político que lo venció inesperadamente en 1988 arrebatándole su proyecto presidencial.
Cafiero regentaba en esos años una conocida tertulia, que reunía a un variopinto conjunto de dirigentes peronistas en un almuerzo al que se invitaba a un orador. Fui convocado varias veces a ese convite ganando la consideración de Cafiero, que era un personaje seductor, pluralista y educado, cuyo trato recordaba a Raúl Alfonsín, al que él admiraba.
Al ritmo de las pastas y las buenas carnes que se servían en ese almuerzo, se inició un intercambio con el entonces senador sobre la naturaleza del peronismo. Dada su apertura a los diversos abordajes del movimiento, aunque contuvieran críticas y desmitificaciones, le sugerí hacer una investigación neutral sobre el fenómeno peronista y le recomendé la lectura de un académico extranjero, a mi juicio uno de los que mejor lo interpretó.
Cafiero leyó con avidez al politólogo y al cabo de unos meses me convocó a su despacho en la Cámara de Senadores para decirme que realizáramos la investigación que le había propuesto. Explicó su interés con una confesión desconcertante: “Sabe que pasa, Fidanza, yo recorro el país dando charlas y los jóvenes me preguntan qué es el peronismo”.
Es fácil imaginar el impacto que esta frase produjo en mí, un sociólogo no peronista, cuyo interés por el movimiento estaba ligado ante todo a la estrategia electoral del radicalismo, al que asesoraba. En esa época, yo creía que desentrañar el significado del peronismo podía mejorar las chances de los radicales, lo que constituía una ingenuidad.
Alejándome del Congreso, bajo el impacto de la revelación de Cafiero, comprendí entonces que si él, uno de los pocos dirigentes vivos que habían acompañado a Perón desde el principio, necesitaba ayuda para explicar lo que es el peronismo, por qué debían entenderlo el resto de los mortales, que lo gozaron o lo padecieron a lo largo de tantas décadas.
El politólogo que le recomendé a Cafiero era Steven Levitsky, cuya impresión inicial del peronismo merece evocarse. Porque también él, como tantos investigadores de aquí y del exterior, empezó preguntándose con perplejidad qué cosa es eso que llamamos peronismo.
Cuenta la historia que cuando llegó con la intención de estudiarlo, tuvo una experiencia turbadora que lo hizo reflexionar y variar su punto de vista. Entendiendo que la investigación debía comenzar por las oficinas centrales del partido, se dirigió al edificio del PJ de la provincia de Buenos Aires, encontrándolo deteriorado y vacío. ¿Cómo podía ser que el principal partido de la Argentina tuviera esa sede?
Levitsky comprendió que la explicación del peronismo no podía buscarse allí. La clave de bóveda, que estudió en detalle, estaba en la base territorial. En sus modos de funcionamiento, en sus herramientas de movilización y sus modalidades de trabajo. En la década del noventa las unidades básicas, los punteros, las líderes comunitarias y otros militantes mantenían cohesionado al movimiento, en torno a prácticas antes que a ideologías.
El resultado de la indagación fue un paper titulado “Una desorganización organizada”, cuyo texto comienza así: “El Partido Justicialista o ‘peronista’ argentino representa desde hace tiempo un misterio para los analistas. Si bien su fuerza electoral está más allá de toda discusión, la debilidad e inactividad de la burocracia partidaria y de los cuerpos formales dirigenciales han llevado a numerosos estudiosos a describir la organización de este partido como inexistente”.
Sin embargo, Levitsky eludió ese diagnóstico caracterizándolo como un partido de masas informal con gran capacidad de adaptación, cuya originalidad consiste en conjugar una base de organizaciones y militantes estable con una cima fluida de dirigentes locales, provinciales y nacionales. El énfasis está puesto en la organización, no en la ideología, que puede mutar como se ha observado tantas veces.
La etérea estructura del peronismo, que enfatizó Levitsky, contribuye a explicar un hecho: salvo los quince años posteriores al fallecimiento de Perón y durante la crisis de 2001, el peronismo prácticamente no existió como partido político, sino que fue el apéndice de liderazgos avasallantes, empezando por el del fundador, desde 1945 hasta su muerte en 1974; siguiendo por el de Menem, entre 1989 y 1999, para culminar con el de los Kirchner, desde 2003 hasta hoy.
La muerte de Menem, despedido con honores por el kirchnerismo en un clima de forzada unidad, donde las ideologías irreconciliables aparentaron disolverse, agitó otra vez la pregunta sobre la naturaleza del peronismo. ¿Unidad pragmática para ganar elecciones? ¿Pacto de impunidad para gobernar sin ética? ¿Partido que defiende y representa mejor que otros los intereses populares? ¿Estructura endeble que se deja conducir mansamente por el líder de turno cualquiera sea su ideología?
Acaso el peronismo es todo eso y muchas otras configuraciones que no alcanzamos a describir aquí. Explicárselo a los jóvenes, algo que preocupaba a Cafiero, será cada vez más difícil. La revolución tecnológica cambió la subjetividad de los individuos, capturada por las pantallas y la satisfacción instantánea; el territorio lo maneja el narcotráfico antes que la militancia; el estado contiene a los necesitados, pero ya no puede o no quiere promoverlos.
El misterio del peronismo parece resolverse en una forma de dominación democrática eficaz y tenazmente perdurable, colmada de paradojas: todos son peronistas, pero ya nadie es peronista; el peronismo es un significante potente cuyo significado nunca convendrá precisar; sin ser el único responsable, gobernó más que ningún otro un país que retrocede y se empobrece, aunque sigue ganando elecciones.
El mundo está cada vez más distante del peronismo, cuyo reloj atrasa. Los países occidentales lo consideran un partido arcaico e imprevisible con el que conviene no involucrarse. Y China lo utilizará probablemente para sus fines.
Pero no es practicando el antiperonismo como evolucionará este movimiento único e indescifrable. Aunque el pueblo no siempre tenga razón, los partidos históricos de masas son fenómenos culturales significativos, más allá de sus desvaríos. Y si no entendemos la cultura tampoco superaremos la mediocridad.
*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.