El uróboro, serpiente que forma un círculo al devorar su propia cola, es un símbolo egipcio asociado al mito de Hermes Trismegisto, supuesto autor del Corpus hermeticum y de la Tabla de la esmeralda, textos básicos de alquimistas, logias masónicas y grupos esenios que se fundaron desde la Edad Media. Muchos de ellos usaron como símbolo al uróboro, que tomó el color rojo de la fragua y el fuego indispensables para fabricar metales y para la búsqueda de la piedra filosofal. Los grupos herméticos, enfrentados con la Iglesia, fomentaron el pensamiento crítico y las ideas liberales de pensadores que rindieron culto a la razón y usaron el término círculo rojo para aludir a los iluministas que les apoyaban en su lucha en contra del oscurantismo.
En los 60 estallaron todas las revoluciones. El mundo cambió de manera radical y nada de lo ocurrido en los 70 tiene sentido sin entender este antecedente. La Revolución Cubana, la literatura underground, el movimiento hippie, la revolución sexual, el rock, el auge de las drogas, la Teología de la Liberación, la antisiquiatría, la semiología, el Mayo Francés, terminaron con las antiguas certezas. Los grupos esotéricos colaboraron en la destrucción de los viejos valores cuando anunciaron la llegada de la Era de Acuario, publicaron El Retorno de los Brujos de Pauwels y Bergier, difundiendo inquietudes acerca de civilizaciones perdidas, los ovnis, los oopart, los alienígenas ancestrales, la literatura de Lovecraft y otros temas inquietantes. En la misma línea apareció El Misterio de las Catedrales, de Fulcanelli, el último gran alquimista, que nos puso a buscar mensajes esotéricos en los arcos de las iglesias coloniales, seguros de que el imperialismo y la CIA nos ocultaban conocimientos herméticos que iban desde la piedra filosofal al incidente de Roswell. El término círculo rojo rompió los límites herméticos y se generalizó para designar a la élite de escritores, artistas, periodistas, pensadores y personas sofisticadas abiertos a la nueva era.
En la campaña mexicana de 2000, Vicente Fox usó ampliamente el término círculo rojo para referirse a la “opinocracia”, grupo de intelectuales y periodistas que le combatían, supuestamente enfrentado al círculo verde de la mayoría de mexicanos comunes que le apoyaban. En 2001, Carmen Aristegui y Javier Solórzano, masificaron el término cuando crearon en Televisa el impactante programa “círculo rojo” que provocó un escándalo de proporciones cuando lo clausuraron por sus denuncias en contra del padre Marcial Maciel. Círculo rojo se usa en muchos países latinoamericanos en un sentido restringido para referirse a una élite de intelectuales que se creen iluminados, se muerden la cola como el uróboro, se atacan, se devoran, se alaban, se citan mutuamente y se reproducen en una realidad artificial. En sentido amplio, significa simplemente “élite de un país”. En esta acepción, la lista del círculo rojo argentino está encabezada por la presidenta Cristina Fernández, los ex presidentes, ministros, gobernadores, intendentes, obispos, rectores de universidades, escritores, artistas, periodistas, líderes sindicales, empresarios y muchos argentinos de todos los sectores e ideologías. Tal vez hayan perdido su membresía en la élite algunos comentaristas que no usaron la Red para consultar la prensa mexicana, publicaciones de otros países o sitios de grupos esotéricos, para informar a los políticos que el círculo rojo no lo creó Mauricio Macri, sino Hermes, el Tres Veces Grande. Es prudente traducir la palabra porque algunos de ellos, confundidos por su entusiasmo militante, pueden creer que Trismegisto significa neoliberal en griego clásico y que el círculo rojo lo inventaron los norteamericanos durante el período helenístico de la historia egipcia para justificar la invasión de Venezuela.
*Profesor de la George Washington University.