E n principio, nada conecta American Sarmiento, el reciente libro de Hernán Iglesias Illa, con At Berkeley, el documental de Frederick Wiseman que se exhibe en el Festival de Mar del Plata, salvo una común referencia a la educación en los Estados Unidos. Wiseman se ocupa de la Universidad de Berkeley con la prolijidad, la altura y la limpidez que lo caracterizan como el cineasta más elegante de todos los tiempos. Wiseman observa las instituciones y logra que sus luminosas imágenes y sus diálogos espontáneos hablen por ellas, sin recurrir a la voz en off y sin que los personajes alteren su conducta por la presencia de la cámara y el micrófono. Wiseman es el cineasta en tercera persona por excelencia: nunca lo vemos ni lo oímos, y la genial edición de sus materiales rehúye las conclusiones.
La no-ficción de Iglesias representa la idea opuesta: una primera persona presente en cada página, un tratamiento desmañado, lleno de ideas contundentes, de dudas, de contradicciones.
Su tema aparente es la exploración que Domingo Faustino Sarmiento hizo de Estados Unidos en 1847. A partir de una lectura de Viajes, Iglesias se propone repetir la aventura de Sarmiento y redoblar la apuesta sarmientina por el sistema político americano, es decir por el liberalismo democrático, uno de cuyos pilares es la educación pública. La escritura de Iglesias comparte el desparpajo de ese Sarmiento con barba, condenado a una impasse en su ambición durante el gobierno de Rosas. Como Sarmiento, está “atrapado en las arenas movedizas del ensayo, el periodismo y la autobiografía” y compensa la falta de rigor académico con la habilidad para leer con perspicacia y escribir con agilidad y frescura, no exentas de cierta infrecuente honestidad sobre sus propósitos. Que son hacer literatura e integrar algún día la dirigencia poskirchnerista como uno de sus “poetas tecnocráticos”. (No estoy muy seguro de que quiera ver el gobierno de esos poetas e ingenieros que se consideran ilustrados y a quienes suelo denominar “bananas”).
Pero hay una conexión más sutil entre Wiseman e Iglesias. La colosal Berkeley, universidad pública de excelencia, multidisciplinaria y multirracial, abierta a los pobres y a los extranjeros (que hasta se preocupa por el cuidado de sus parques, por evitar las trenzas y los acomodos, por estimular el arte y el deporte, por encauzar los disturbios políticos adolescentes), sería en teoría el ideal de Sarmiento (que lo intuyó) y de Iglesias (que lo tiene ahí para contrastarlo con “La Matanza”). Pero At Berkeley muestra que esta institución liberal modelo, paradigma de la vida civilizada, está amenazada por recortes presupuestarios y por la idea bárbara de que la universidad y la democracia republicana son de algún modo artificiales y elitistas.
Más interesante aun, At Berkeley permite ver que esa universidad tan integrada al capitalismo, de una solidez opuesta a la tortuosa flaccidez de sus equivalentes argentinas, es también un monolito inconmovible, un monumento a sí misma cuya flexibilidad tiene mucho de ilusión. Hay una rigidez y una grandiosidad en Berkeley que no hace felices a los autodidactas como Sarmiento e Iglesias: la escritura confusa de ambos es acaso un intento de atrapar lo que queda fuera de tanto orden, de esa majestuosidad con algo de mortuoria.