Se ha puesto evidentemente de moda remarcar los procesos constantes de indefinición del presidente Alberto Fernández. A esta altura del recorrido de la gestión no debería ser esta la novedad, ya que las señales de esas mismas maneras del hacer en el Gobierno se vienen manifestando desde el inicio de las decisiones alrededor de la pandemia, de quien alguna vez se supuso poderoso y ordenador.
Es tiempo, probablemente, de pensar los recorridos del sistema político bajo una óptica más extensa, en un devenir que podría describirse con las mismas palabras de Halperin Donghi en términos de una agonía que solo permite, por ahora, liderazgos que la perpetúen sin una solución específica. En esa dirección, Alberto Fernández cobra un sentido diverso, como quien mejor representa algo que nadie se anima a modificar.
La experiencia de Macri en el poder tiene características conservadoras, aunque no por la ideología de manera única. Su gobierno vivió recordando el pasado reciente como quien puede controlar los espectros de sus demonios y amenazas, por lo que el kirchnerismo figuró siempre de manera tan relevante como el futuro próspero de sus promesas de un mundo renovado. No había nueva Argentina ni mejor generación de los últimos cincuenta años sin el espejo insistente con lo que se decía debía quedar atrás. Aquel que tal vez pudo liquidar a su enemigo, prefirió sostener su presencia en paralelo.
Justamente Macri, quien no necesariamente podría ser indicado como de problemas de decisión en la gestión, y su luz magnífica Marcos Peña, llevaron adelante una política social considerada como de poca audacia en el ajuste. Al mismo tiempo que decisiones hoy lejanas, como las modificaciones a las retenciones o el aumento de tarifas, podrían ser señaladas como de perfil ajustador, las mismas fueron perdiendo vigor a medida que las elecciones se acercaban. Como cualquier sistema político, nada puede hacerse sin mirar con insistencia los riesgos de un caudal de votos en baja. Lo mismo aterra, justamente, a Cristina Kirchner.
El peronismo ha comprendido que la garantía para su suceso electoral es la combinación entre la tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires y su unidad en la oferta. Sobran evidencias de que la elección de 2019 se expresó más como un éxito basado en la modificación de la oferta que en un agotamiento de lo que Macri había ofrecido.
Quienes lograron incluir a Sergio Massa en sus filas quitaron del mercado a un producto electoral que poseía por lo menos un 10% de los votos por fuera de las expresiones mayoritarias, convirtiendo así una góndola de tres productos en una de dos. Esa clarificación reciente vive como una necesaria dependencia de quienes tienen intenciones de seguir ganando.
En las indecisiones de Alberto Fernández se puede encontrar la garantía de una valentía inexistente en quebrar esa relación de fuerzas. Cualquier revisión histórica de nuestro país o del mundo podría encontrar casos contrarios cuyos ejemplos representan un riesgo ejemplar de lo que hoy Cristina Kirchner necesita evitar.
Desde Juárez Celman con Roca, Perón y los partidos que lo acompañaron en 1946, Stalin y la eliminación de Zinóviev y Kamenev, Mao y la revolución cultural o Kirchner versus Duhalde, representaron casos en los que quien ejercía el rol central de gobierno decidió quitarse de encima aliados luego de haber sido fundamentales para su ascenso. En el presidente argentino hay una funcionalidad perfecta en sentido opuesto.
Los problemas recurrentes que afronta nuestro país, en los que la inflación es casi una distinción global, constituyen el escenario en que se garantiza la subsistencia de una clase política que solo sabe sobrevivir sobre la base de sostener las dudas sobre su modificación.
Nadie se anima a tomar decisiones por los riesgos de desaparición electoral, de modo que quien mejor los representa es quien de manera más eficiente extiende su sostenimiento. Alberto es definitivamente el hombre que esta era necesita y es en esa funcionalidad en donde pueden encontrarse los detalles de su existencia.
El nuevo eslogan del Gobierno “reconstrucción argentina” puede en esta descripción alcanzar un carácter diferente. Cualquier condición que se oriente a modificar las condiciones en que la política necesita encontrar sus condiciones de sobrevivencia será abortada, para permitir la reconstrucción de las condiciones previas a su posibilidad de disolución.
Mientras La Salada recobra y reconstruye su vigor, inclusive en el amontonamiento humano, las condiciones para la inversión registrada se van haciendo cada día más incomprensibles para quien esté acostumbrado a trabajar bajo las reglas formales de la ley. El mismo gobierno que envía a controlar el trabajo registrado en las empresas (y que legisla contra los enemigos corporativos) obtiene beneficios del sostenimiento de espacios que hacen usufructo de marcas registradas por otros.
Cualquier proyecto económico exitoso y diferente a lo conocido es siempre una amenaza que deberá ser controlada, para luego permitir la reconstrucción de las condiciones previas a su aparición.
Es en las continuidades, que siempre están allí, donde la sociedad muestra sus caminos. Algo a lo que en general se le dedica menos esfuerzo, ya que muchas veces esas interpretaciones se basan más en un disfraz de noticia que en su búsqueda estructural.
Alberto Fernández es un hombre de su generación, de su propia continuidad, de esos que mejor representan el decir del cambio, pero que solo cumplen su función, para evitarlo.
*Sociólogo.