En nota anterior me referí a la necesidad de salir de la desastrosa política neoliberal de este gobierno, que ha implantado el hambre, la recesión y la deuda externa como política oficial.
Para superar el neoliberalismo con un nuevo proyecto nacional, solamente el peronismo ofrece una teoría y una base social que lo haga posible. No se trata de desoír la presencia de las izquierdas, pero la tradición histórica y la configuración del presente nos llevan al peronismo. Nos llevan con muchas contradicciones, debemos reconocerlo. El peronismo transformó el país de la oligarquía en el país moderno con plenos derechos sociales que conocimos a partir del 1945, y tuvo que soportar los embates reaccionarios que en una primera etapa duraron 18 años, hasta el regreso del general Perón a la patria. Ahí aprendimos que la historia exige sus tiempos, y que la intrahistoria tiene su propio ritmo.
Tuvimos la experiencia de la realización exitosa por un lado, y también la de la persecución y la lucha, siempre con el fervoroso apoyo y el sacrificio del pueblo. Ese pueblo peronista que sigue presente y unido, a pesar de los nuevos embates del neoliberalismo por degradarlo y destruirlo. Pero que es duro de roer porque su columna vertebral la constituyen los trabajadores.
Desde 1989 el peronismo ha sufrido una invasión de aventureros que se atrevieron a cooptar la conducción del partido y del mismo movimiento, desorientado por estas audaces infiltraciones. Así fue como el neoliberalismo menemista atravesó su política, y la deshonestidad kirchnerista copó puestos claves, difiriendo la búsqueda de acabar con la pobreza y sustituyéndola por políticas de vaivén oportunista. Esto abrió el camino para que gran parte del electorado se entregase ilusionado a una política que pensó que sería “de centro”, un poco a lo social demócrata europeo, pero que nos llevó a este desastre. El radicalismo llegaba a su final histórico, cuando surgió la ambigua figura de Macri.
En esta etapa el peronismo debe realizar una revisión moral de sus conducciones, una actualización doctrinaria, y ser capaz de volver a levantar las tres banderas de la soberanía, la independencia económica y la justicia social. No hay que empezar de cero, porque tenemos la historia de la lucha desarrollada desde 1945, pero sí es necesario saber que hay que volver a fundar el país con las bases de 1810, del federalismo interprovincial que resistió los ataques de Francia e Inglaterra en el siglo XIX, y del país moderno que en el XX fue un modelo para el mundo con su tercera posición. Que hoy, en el juego de la viejas y nuevas potencias, tiene plena vigencia. Y que ante el planteo de la globalización del ultraliberalismo, sostiene el irrenunciable derecho a la justicia social.
El interrogante de hoy es si con la próxima elección presidencial se abrirá una ruta de esperanza, o si la posible reelección de Macri (o de alguien de su palo) nos condenará a más neoliberalismo hambreador. Lo cual, dada la crisis, nos llevaría a otros cuatro años de sufrimiento social, con las consecuentes protestas constantes. Y con el peligro de agudizar una grieta entre clases sociales. De allí la advertencia de la Iglesia Católica acerca de “la necesidad de cambiar este modelo económico que pone en peligro la vida y la paz social”, como sostuvo Mons. Radrizzani desde la basílica de Luján (20/10).
El ramillete de peronismos que exhibe el país deberá irse unificando y fortaleciendo, creando su posibilidad de triunfo. No sabemos cuánto tiempo demandará esto, no podemos asegurar que sea inmediato. La historia del pueblo tiene su ritmo. Pero trabajar por ello es una tarea urgente, así como formular un plan de rescate del país que abarque lo social y económico, con la imprescindible revisión de valores de los dirigentes. E ir confeccionando un plan de gobierno. Hay que volver a creer en una Argentina en donde se impongan la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
*Crítico literario.