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El pintor del pueblo

1-11-2020-Logo Perfil
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Honoré-Victorin Daumier nace en Marsella en 1808, durante una noche de tormenta que a su padre le hace pensar que al primogénito podía predecírsele un porvenir extraordinario. Si la vida de un artista se mide por la intensidad de su obra, el pronóstico fue acertado. 

Ya a los 15 años el joven Daumier pasea por los suburbios bajos de Paris y dibujaba lo que ve, hasta que un día sus paseos lo pierden en el centro y entra al Louvre (ese monumento de conquistas y expoliaciones que Francia bautizó como Museo), donde copia las esculturas antiguas y las pinturas de Rubens y Rembrandt. Se aprende tanto de lo mejor como de lo peor, pero a lo peor es fácil mejorarlo y a lo mejor casi nunca. Cerca de los veinte, descubre la litografía, arte singular que en la secuencia de los desarrollos técnicos de la época precede al uso de la fotografía en los medios periodísticos. Sus trabajos salen en el periódico satírico La Caricature y después en el Charivari. Pequeño problema: algunas litografías se ocupan del rey Luis Felipe, al que representa con la expresión grotesca del gordo Gargantúa. A Luis Felipe la semblanza burlona no le causa gracia y lo manda preso durante seis meses, al cabo de los cuales Daumier sale de la cárcel y continúa empeñándose en gastar al monarca, así como a los banqueros, magistrados y abogados que pescan en las aguas sucias del nuevo régimen. 

Debido a la extensión de esta columna, nos queda mucho colgado de un pincel, que es aquello a lo que se dedica a partir de mediados de siglo. Su arte pictórico anuncia la corrupción y crueldad de la burguesía y se ocupa de retratar el carácter heroico del pueblo llano que las fuerzas del ejército aniquilan en el curso de las revoluciones de los años 30 y 48. 

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La simplicidad de la enunciación precedente esconde asuntos más complejos, como  el modo en que el negro de su lápiz delimita contornos y deja adivinar el color de un mundo sangriento.