Cuando los periodistas caemos en la trampa de elegir un título que atrape al lector potencial sin que la información que le da sustento contenga los elementos que parecieron darle justificación, cometemos un error de concepto (y todo error, como lo señalara el colega colombiano Javier Darío Restrepo, configura una falta ética) y una suerte de engaño para los lectores. También, claro, incide negativamente en la credibilidad que el medio y sus periodistas procuran defender cuando ejercen esta profesión como lo indican teoría y práctica en el buen periodismo independiente.
Esta introducción viene a cuento por al menos dos artículos que han merecido sendos títulos en la portada de PERFIL ayer y el sábado 30 de julio.
Este diario se viene ocupando en las últimas semanas –con razonable insistencia por la creciente masividad del fenómeno– de la influencia que una nueva aplicación para teléfonos celulares y tabletas está ejerciendo sobre amplios sectores de la población en casi todo el mundo. Sin dudas, la búsqueda obsesiva y virtual que propone a sus usuarios Pokémon Go ocupa uno de los más alto índices de impacto informativo que se recuerden en medios de todo tipo y en las redes sociales. Aunque se trata de un fenómeno que afecta al conjunto de la sociedad –y por lo tanto merece espacios informativos en las secciones a ella dedicadas– PERFIL ha optado por recluirlo (no del todo, pero sí mayoritariamente) en la sección Ciencia. Por cierto, un espacio afín, que permite abordar el tema no sólo por su influencia en el conjunto de la población sino también por sus aspectos tecnológicos, científicos, educativos y culturales. ¿Qué sucedió ayer con este tema en el diario? Pues que el título de la portada no coincidió con el contenido desarrollado en la página 40 con el anuncio “Pokémon se metió en las aulas porteñas y ya hubo sanciones para los estudiantes”. En la tapa decía “Pokémon Go hace estragos en la escuela” y afirmaba en el epígrafe: “Dos chicos se ratearon para ir de ‘caza’”. La lectura y relectura del texto interior no reflejaba esto último: sólo se relataba el caso de un alumno en la Escuela Técnica Nº 11 del barrio porteño de San Cristóbal que se fue de la clase de Educación Cívica para “la búsqueda de un pokemón”, como lo relató –con una mezcla de ironía y sorpresa– en un acta disciplinaria la profesora de la materia. Es decir: una cosa es escaparse de clase sin abandonar el colegio y por un rato, y otra diferente “ratearse”; un estudiante (lo que dice el artículo) no es igual a dos (como se anuncia en tapa).
La otra falta de congruencia entre lo que se dice en portada y lo que se ofrece en el interior se registró el sábado 30. “Colón tendrá museo y un paseo sobre el río”, afirmaba el título de la tapa con una foto del monumento al almirante genovés (actualmente en situación de retiro tras su reemplazo por Juana Azurduy a espaldas de la Casa Rosada) y un render del proyecto aludido. Tan enfática afirmación no coincide con lo que se ofrece a los lectores en la página 44 con el título “Planean un museo y un anfiteatro en el espigón donde estará Colón”. Con buena información, la nota refiere que su realización demandaría cerca de un millón de dólares y se extiende en los detalles, pero no como una realización aprobada por quienes tienen que hacerlo –es decir, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y los organismos nacionales que deben intervenir cuando se trata de construir algo sobre el Río de la Plata– sino como un proyecto de la Federación de Instituciones Italianas de Buenos Aires, desarrollado por el estudio de arquitectura A.M. Vettore. En el mismo artículo, se anuncia una reunión programada por las autoridades de la Fediba –cuya presidencia es ejercida por Darío Signorini– con funcionarios de la Ciudad para avanzar en su propuesta. Siguiendo con el concepto aplicado para el alumno de San Cristóbal cazador de pokemones en la escuela, una cosa es el proyecto elaborado por una institución privada pero aún sin aprobación gubernamental, y otra muy diferente es darlo por hecho, o en vías de serlo.
En un artículo publicado en 2010 por Juan Carlos Núñez Bustillos en Replicante, revista de cultura y periodismo digital de México, se señala: “Algunos medios de comunicación se niegan a reconocer sus fallas. Creen que si lo hacen perderán credibilidad. Al fin y al cabo, suponen esos periodistas y esos medios, mucha gente ni cuenta se dará y al día siguiente nadie recordará la falla. Otros, en cambio, consideramos que reconocer las fallas aumenta la credibilidad y el prestigio del periodista y del medio. Porque siempre hay personas que notan el error y no lo olvidan tan fácilmente, de tal manera que si no lo reconocemos habremos perdido su confianza”.
Si un medio pierde la confianza de sus lectores, su destino se transforma en incierto. No cometer errores es la manera de evitarlo.