El kirchnerismo abandonará a partir de mañana su cómoda posición de mayoría política aunque, gracias a su “marca unificada” en todo el país, conservará su lugar de primera minoría. Pese a esta “trampita” nominal, no se trata de un capital político despreciable.
El paso de esa mayoría absoluta a esta supuesta primera minoría ha sido traumático y se explica, entre otras cosas, por el intento fallido de evitar o de enfrentar mal las consecuencias de un modelo que estaba condenado a agotarse desde 2006/2007, por una dinámica insostenible.
Paradójicamente, esto ha dado lugar a lo coexistencia de dos realidades.
En efecto, existe un mundo esperanzado en el que lo vivido en estos años en materia de destrucción institucional, autoritarismo, desorden intervencionista y desarreglo insostenible de los precios relativos podrá ser revertido y, eventualmente, solucionado a partir de 2016.Es decir, dar vuelta el “vamos por todo”.
Pero también existe un mundo preocupado y hasta asustado por lo que pueda suceder en estos próximos dos años y por la respuesta que dará la política al inexorable deterioro de las variables centrales del “modelo”.
Dicho en otras palabras: en una realidad, la cuasi certeza del fin del ciclo K y los planteos que, hasta ahora, han realizado las principales espadas del arco opositor con más chances de llegar al poder en 2016 hacen crecer la probabilidad del prometido y nunca logrado “país en serio” que nos debemos los argentinos.
En otra realidad, la gran incertidumbre respecto de qué es lo que hará el oficialismo para mantener su actual capital político, con vistas a negociar una salida honrosa y aspirar a cierto futuro post poder, y cómo se las ingeniará para evitar que los problemas económicos se agraven y pongan en peligro no sólo una transición tranquila, sino su propia supervivencia como agrupación política.
Hay que considerar que esto se suma ahora a cierta incertidumbre en torno a la salud de la Presidenta y su vocación de mando.
Estas dos realidades simultáneas interactúan entre sí generando una dinámica compleja y difícil de pronosticar. Es cierto que, “traído al presente”, ese futuro esperanzador actúa como un “estabilizador” de los próximos dos años. Pero no es menos cierto que dos años es mucho tiempo y que resulta difícil esperar que la mala praxis demostrada por el Gobierno en estos años se modifique mágicamente y convierta a los curanderos actuales en expertos cirujanos.
Y mucho más cuando este escenario de estancamiento con inflación necesita, para revertirse, de políticas de “ajuste” al “desajuste” de estos últimos años.
En tren de especular sobre esa dinámica, sobrevuelan dos ideas centrales. Una, la vinculada con la sospecha de que “algo hay que hacer” con la política cambiaria. La segunda, con la sospecha de que “algo hay que hacer” para reducir el déficit fiscal o, al menos, achicar el financiamiento que de dicho déficit realiza el Banco Central con emisión monetaria.
Y, en tren de seguir especulando, se habla desde explicitar el actual esquema de tipos de cambio múltiples pero con mercados más “libres”, para evitar que el Banco Central siga vendiendo dólares para fines diferentes a importaciones básicas y pagos de deuda, hasta una profundización del cepo cambiario y los elementos que lo rodean. Tratar al dólar como una droga prohibida incluye la persecución no sólo de los que “trafican” con ella sino la de los que “la producen” o “la tienen”.
Y del lado fiscal, el abanico abarca desde una vuelta a los mercados internacionales (previo acuerdo con los buitres y arreglo con el Club de París, lo que implicaría un muy improbable acuerdo con el FMI, porque, si no, arreglar con los países acreedores sería perder más reservas pagando), para financiar el déficit con deuda externa en lugar de emisión, hasta la suba de los precios de los servicios públicos, reduciendo los subsidios estatales que se pagan hoy desde el Banco Central.
Como se puede observar, hay para todos los gustos, en materia especulativa.
Lo cierto es que el Banco Central pierde reservas, porque vende dólares a un precio considerado “barato”, mientras emite pesos que “sobran” y financian la demanda de esos dólares.
Y ésa es la realidad de corto plazo que hay que enfrentar eligiendo bien los instrumentos.
De lo contrario, los buenos augurios post 2016 no evitarán las malas noticias en 2014.