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El problema de Macri con el futuro

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“lo peor ya paso”: Macri en 1995 como CEO de Sevel. | reproduccion

El futuro ya no es más lo que era para Macri. El futuro era su gran tiempo verbal pero se quedó sin él. Lo puede usar pero ya no tiene efecto. Sus futuribles, como llaman los filósofos a los futuros condicionados, diferenciándolos de los futuros absolutos o necesarios, ya no resultan verosímiles.

Varias veces en esta columna se trató el tema de la verdadera devaluación que fue la devaluación de la palabra, que mina la confianza, corroe la esperanza e impide su espera. Y se mencionó la cantidad de frustrados futuribles en forma de eslóganes como el “segundo semestre”, la “lluvia de dólares” y “lo peor ya pasó”, entre otros, asignándoles su autoría a los publicistas del Gobierno, al igual que ahora, comunicar las medidas económicas frente a la crisis a través de las redes sociales con un video de Macri visitando a una familia en lugar de la cadena nacional de radio y televisión.

Pero un hallazgo de archivo sobre una declaración de Macri en 1995, por entonces CEO de Sevel, la fábrica de autos de Fiat-Peugeot de la época, comenzando con la frase: “Lo peor ya pasó” pone en duda que hayan sido eslóganes de los equipos de Marcos Peña, a quien se usa como pararrayos para no criticar directamente al Presidente, y orienta su autoría al propio Macri.

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Se atribuían frases como "lo peor ya pasó" a Peña pero la historia revela que Macri sería su autor

La imagen que acompaña esta columna, donde se puede leer la declaración completa, es un recorte del diario económico El Cronista, que todos los fines de año pide a los principales CEO de las empresas su balance y prospectiva del año que termina y el que está por comenzar. Aquel año 1995 había sido el de turbulencias financieras en los países emergentes ante “el efecto Tequila” generado por la fuerte devaluación en México. Desgraciadamente, lo peor no había pasado para Argentina, que vio explotar la convertibilidad años después, ni tampoco para Sevel que, peor aún, al año siguiente ya comenzó su proceso de desactivación para dejar de existir (Fiat y Peugeot decidieron cada una por su lado continuar sin el grupo Macri de socio).

Hay un futuro que no espera: el futuro absoluto o necesario, donde las causas carecen de libertad y determinan los acontecimientos. El presente no es nada, decía San Agustín, para quien el tiempo solo existe en la conciencia. Para Ortega y Gasset, el tiempo más importante es el futuro: “No es el presente o el pasado lo primero que vivimos, no; la vida es una actividad que se ejecuta hacia adelante, y el presente o el pasado se descubre después, en relación con ese futuro. La vida es futurición, es lo que aún no es”.

El problema político que enfrenta hoy Macri, como bien describió Ortega y Gasset, es que al comienzo de su mandato lo que primero vivió la sociedad fue el futuro y recién tiempo después, cuando aquel futuro es este hoy, descubrió que lo que fue presente en 2016 y 2017 fue un fracaso no por lo que sucedía allí, sino porque no nos llevó al futuro esperado. O sea, el futuro de nuestro pasado (aquel presente) fue otro.
Y hoy, el futuro de nuestro presente actual es juzgado en función de esa experiencia, haciendo inverosímil aún no solo lo posible que Macri pueda predicar, sino hasta también lo probable. Es probable que el dólar pueda ser controlado con la enorme cantidad de reservas con que cuenta el Banco Central si, llegado el caso de necesidad, se decidiera a usarlas, con o sin el visto bueno del FMI, pero a quien no se le cree es al enunciador de ese futurible y no a las causas que son condicionantes del futuro.

Solo podemos existir en el tiempo, el ser y el devenir no son contrarios, el ser de una persona (o de un grupo en el caso de la política) es para Heidegger un proyecto: “Lo proyectado en la proyección existenciaria originaria de la existencia se ha develado a sí mismo en su resolución anticipada”. Lo que, simplificadamente, significa un “ir hacia sí mismo”, que “el ser es una futuridad auténtica” y es ese futuro que será. Y el problema de Macri está en que hoy él es eso que la gente cree que será en 2020, muy distinto al que era en 2015 por lo que sus votantes creían que sería en 2016.

Que Macri tienda a creer, para sí y sus acciones, unos futuros mejores de lo que muchas veces terminan sucediéndole será un caso para que la psicología analice su especial relación con el cambio, lo generacional y cómo su conflicto con el pasado condiciona su deseo de futuro. Pero desde la perspectiva política el gran problema electoral de Macri es que el futuro –el porvenir– que él encarna y representa para la mayoría de los argentinos no coincide con el que imagina. El tiempo, finalmente, es una institución social. El tiempo se politiza durante las elecciones, los futuribles se hacen más presentes que nunca. El tiempo varía con la velocidad: como en la juventud, al comienzo de los mandatos el tiempo pasa más lento. Al final de los mandatos, como en la vejez, el tiempo pasa más rápido. La vertiginosa imposición de que Cristina Kirchner puede ganar un ballottage de las últimas semanas es un ejemplo. Hay tiempos que dan alas y otros que paralizan: antes de las elecciones los presidentes están “emplazados”.

La narración de Cambiemos todavía usufructúa el pasado anterior a sí, pero se quedó sin futuro

El tiempo no existe por sí mismo, es algo que se nos hace accesible solo por sus efectos. Y el tiempo es social: antes de la modernidad, la innovación se asociaba a la restauración, el Renacimiento vino a restaurar lo bueno de los clásicos frente al oscurantismo de la Edad Media. Olvidar es el arte de encontrar comienzos para que augurios similares vuelvan a ser prometedores. Macri carece de esa herramienta electoral que hoy tienen sus competidores.

Heráclito decía: “El tiempo es rey”, y quizá donde más falló Macri fue en la gestión del futuro, la materia más importante. El tiempo marca la impotencia. El presente siempre es irreversible, por eso la política trabaja con el futuro, lo único que se puede cambiar.