El domingo pasado, el título principal de tapa de PERFIL indicaba que en 2020 por tercer año consecutivo se produciría caída del salario real. La nota, promediando los pronósticos de varias consultoras citadas, estaba titulada: “El salario real perdió en 2020 entre 2,5 y 4% con respecto a la suba de la inflación”.
Durante la semana, el ministro de Trabajo Claudio Moroni salió a difundir los números del Gobierno que se reflejan en dos de los gráficos de esta columna. Para él, la caída de salario real en 2020 a septiembre fue solo de 0,2%, destacando que los dos últimos años de Macri, aún sin pandemia, también al mes de septiembre, el salario real había caído 3,4% y 6,6% respectivamente. El análisis se completa con el ranking de paritarias 2020 de diferentes gremios, donde se percibe que, salvo seis gremios importantes y la jubilación mínima, los demás crecieron menos que la inflación, como no podría ser de otra manera en medio de una pandemia. En Brasil, México, Chile, Colombia, el salario real en 2020 lleva caído más de ese 4% de promedio estimado para nuestro país.
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En la Argentina es peor, al acumular tres años porque la caída del salario real durante los últimos dos años de Macri fue mucho peor de lo que muestran las estadísticas del Ministerio de Trabajo a septiembre: en 2018 y 2019 completos se acumuló una caída cercana al 20%, algo que no sucedió en el resto de Latinoamérica. Solo en 2019, con una inflación superior al 50% el deterioro del salario real terminó siendo para algunas consultoras alrededor de 12%.
Y si comparáramos los sueldos en dólares, aun oficiales, la caída de salario entre cuando Macri asumió y entregó el gobierno fue cercana a la mitad, algo comparable a lo que sucedió en 2002, cuando el dólar pasó de 1 a 3 y los salarios en pesos continuaron iguales sin existir paritarias.
Esa licuación del precio de los salarios en la crisis de 2002 fue para muchos economistas lo que luego posibilitó la rápida recuperación de la economía en su conjunto porque el costo en dólares de generar productos en la Argentina, no solo para exportar, sino para sustituir importaciones en el mercado interno, pasó a ser altamente competitivo. Al alentar la inversión, la generación de oportunidades y nuevos negocios, se terminó contribuyendo, junto con el aumento del precio de las commodities a partir de 2005, al crecimiento real de los salarios entre 2003 y 2012, fenómeno que, como demuestra el otro gráfico de esta columna, también sucedió en Brasil durante la misma época.
Pero a diferencia de Brasil, la Argentina no hizo el ajuste en 2013, retardándolo por cuestiones electorales, primero de Cristina Kirchner en 2013 y 2015, y luego de Macri hasta después de las elecciones de octubre de 2017, para a partir de allí entrar en una caída dramática. La mejor demostración de cómo se interviene artificialmente sobre el salario real es que siempre creció en los años impares, que fue cuando hubo elecciones.
Más allá de Latinoamérica, en los países desarrollados las crisis no se corrigen con reducciones drásticas de los salarios en dólares o euros (salarios reales en su caso), sino con una leve caída del salario real pero un aumento de la tasa de desempleo en mayor proporción, ecuación que se hace socialmente posible por la existencia de fondos de desempleo similares a un salario real y no a subsidios a la pobreza como se dan en Latinoamérica, donde lo que combaten es la indigencia. Al no tener indigencia, los países desarrollados colocan sus recursos en asistir a los desempleados, generalmente de clase media y transitorios.
En Latinoamérica, por no contar con un fondo de desempleo verdadero, los gobiernos tratan de impedir los despidos. La Argentina es el país que más intensivamente apela a esta herramienta. Ejemplos recientes, además de los ATP de abril a octubre, que fueron una herramienta usada en la pandemia por países desarrollados, son la prohibición de despedidos durante ciertos períodos, la doble indemnización y el pago de sueldos a empresas de sectores con dificultades (RePro: Programa de Recuperación Productiva).
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En un artículo de Bloomberg publicado en el Buenos Aires Times el ministro de Trabajo Claudio Moroni reconoce que la actual crisis de desempleo del país puede ser la peor de la historia, pero dice que la prohibición de los despidos no tiene la culpa. “Atribuir los problemas de la economía argentina al diseño del mercado laboral es excesivo y descabellado”. Los actuales problemas de la economía no, pero sí la falta de creación de puestos de trabajo privados en blanco, que se mantienen en una cantidad similar a la de hace medio siglo, habiéndose duplicado la población. El Foro Económico Mundial ubica a Argentina en el puesto 136 de 141 países en flexibilidad del mercado laboral.