De orador parco, amable y danzarín, el Mauricio de campaña parece haber transmutado a un perfil presidencial en el que abundan la gestualidad adusta y el discurso áspero. En tan sólo 18 meses de gobierno, los globos amarillos que oxigenaron la ilusión de un futuro promisorio de cara a las urnas se fueron desinflando ante una economía que no arranca y un “círculo rojo” que presiona, condiciona y exige, pero cuya contribución se hará efectiva en un futuro tan lejano como incierto. No se trata sólo de ordenar algunas variables macroeconómicas. La violencia verbal y simbólica que el Gobierno exhibe, enmascarada en la parafernalia de un poder que traza el espacio de los “amigos” y “enemigos”, también requiere de otras subdivisiones, tales como mafias, viveza criolla mal entendida o “incautos”.
La memoria selectiva o los dobles estándares permiten que se asuma como “normal” que desde la Casa Rosada Macri acuse, amenace y vapulee a contrincantes, en un ejercicio de ese bullying adulto que ya es parte constitutiva del gen nacional y que asoma en la política, el periodismo, las redes o el fútbol.
Desde el discurso único, que no conoce de relatividades ni matices, el gobierno de Cambiemos decidió transparentar y demonizar la herencia que más le pesa: el Estado de bienestar, instaurado por el peronismo, volteado por las dictaduras, resquebrajado por el menemismo y recreado por el kirchnerismo. Un Estado que limita el poder económico, protege a los más débiles y garantiza y expande derechos.
No se trata sólo de poner parches y achicar la influencia estatal. Para los grandes poderes que hoy representa el gobierno nacional, el éxito pende de virar la brújula e impregnar la argentinidad de otros sentidos o sinsentidos. En el mundo del revés, la riqueza no la crea el trabajo sino el capital, los salarios representan un costo, las pymes se funden por la industria del juicio y no por una apertura indiscriminada de la economía, los sindicatos son mafias organizadas excepto aquellos pocos, y muchas veces impresentables, que apoyan al Gobierno, y los derechos laborales son un ancla para el crecimiento en un mundo cambiante y flexible. En términos políticos, el avance depende del grado de subordinación de la mano de obra a las directrices del mercado, y del convencimiento de que el destino es individual y no colectivo. Convertir a los trabajadores en sus propios verdugos o alentar la lucha de pobres contra pobres conforma el intento de ruptura de un tejido social complejo, que resiste, defiende y reclama lo adquirido.
La insensibilidad y torpeza mostrada en la reducción de 170 mil pensiones por invalidez habla de la incomprensión del país mirado desde la propia burbuja. Cumplir con los reclamos empresariales o con las recetas del FMI significa reducir protección social en aras de disminuir la presión tributaria. Poco importa si el intento fagocita los pocos candidatos para octubre, como los ministros Esteban Bullrich o Carolina Stanley.
El papelón o el daño intentan remediarse con disculpas. Pero a menudo no son aceptadas por el “eslabón más débil” , es decir, los votantes. Le pasó a Theresa May, enfureciendo a los británicos con nuevos ajustes que mostraron su impericia. O al revés, un Emmanuel Macron, que prometió conservar el Estado de bienestar, en una Francia que es sinónimo de protección social.
La perspectiva de un resultado electoral adverso provoca pánico en un establishment que ve en el gobierno de Macri la representación de su propia agenda. Tal vez por esta coincidencia, el PRO parece elegir replegarse en su núcleo más duro, en la consolidación de una minoría intensa. Poco lugar para los aliados. Un Cambiemos más amarillo que nunca, en una fiesta que prometió ser masiva y terminó reducida al selecto grupo de unos pocos. Parafraseando a Zizek, “la eficiencia de la ideología no se encuentra en lo que explícitamente admite o dice, sino precisamente en lo que oculta en su exceso de realidad”.
*/**Expertos en medios, contenidos y comunicación. *Politóloga. **Sociólogo.