Leones, de Hans Blumenberg es un libro sobre leones, así como Historia natural y mítica de los elefantes, de Burucúa y Kiatkovski, es un libro sobre elefantes. Aunque me hablaron muy bien de él, no leí el libro de los elefantes, ya que nunca puedo terminar los libros de Burucúa. En cambio, el de los leones lo leí con mucho placer aunque no tenía idea de quién podía ser Blumenberg. Para eso está la Wikipedia, donde aprendí que fue un filósofo e historiador de las ideas alemán (1920-1996) que practicó una disciplina de su invención llamada “metaforología”, que es algo así como el estudio de las metáforas, las fábulas y las expresiones comunes como clave para entender la evolución humana. Blumenberg y los metaforólogos (si es que hay otros) se dedican a reinterpretar el sentido de los refranes y, al hurgar en su sentido oculto, abren un camino iluminador.
Blumenberg aplica este procedimiento, por ejemplo, a la profecía bíblica de que un día el león pastará junto al cordero. O al análisis de los leones de Lübeck en Tonio Kröger, la novela de Thomas Mann (el personaje, el escritor y el filósofo nacieron en Lübeck), y al modo en el que Hitler conducía a sus colaboradores. Pero también hay en Leones una cantidad de anécdotas muy divertidas, que gracias al método Blumenberg, destilan sabiduría como yapa. Es irresistible, por ejemplo, la historia de Lotte, una adolescente que frente a un cuadro en el que los leones devoran a los cristianos se puso a llorar desconsolada porque a uno de los leones lo habían dejado sin cristiano para comer, lo que permite repensar la cuestión de la desigualdad en el reparto de los bienes.
Otro capítulo brillante es el que Blumenberg dedica a interpretar las dos pinturas que contienen leones de Henry Rousseau el Aduanero y concluye que no era un pintor realista. En La gitana dormida hay una mujer tendida en el desierto que tiene a su lado una mandolina y un león. Se puede pensar que la mujer atrajo al animal con su música, pero lo raro es que el león no la huela, como debería haber ocurrido en la realidad. Se ha dicho que eso se debe a que el cuadro representa un sueño de la gitana, pero Blumenberg se pregunta si lo que vemos no podrá ser un sueño del león.
Otro ejemplo magnífico es el del alumno al que el profesor le pide cuatro animales africanos y contesta, sin violar la consigna: “Tres leones y un rinoceronte”. En una primera mirada, se podría adjudicar la respuesta a la combinación de picardía e ignorancia del alumno, pero a esta altura sabemos que Blumenberg le encontrará una vuelta. Y le encuentra dos: primero, que tal vez al chico le gustaran los leones y por eso los multiplica. Pero también dice el filósofo que el alumno no se a animó a ser completamente fiel a su preferencia y no respondió: “cuatro leones” como habría debido hacerlo un devoto de los leones. Sin embargo, yo diría que el chiste suena mejor así, con tres leones y un rinoceronte. Deberíamos filosofar entonces sobre el humor alemán, pero eso excede el espacio de esta columna.
Blumenberg apunta que en la época de oro de los zoológicos, solo dos animales eran imprescindibles: el león y el elefante, que además podían estar juntos sin atacarse. Personalmente, soy más bien del equipo elefante, de modo que probablemente termine leyendo el libro de Burucúa.