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Más allá de lo humano

Fiodorov sostenía que la justicia solo reinaría en la tierra cuando la ciencia lograra resucitar a todos los muertos desde el principio de los tiempos.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Hace algunos años vi una película de Jean-Charles Fitoussi que se llamaba Les jours où je n’existe pas, en la que el protagonista solo existía un día de cada dos. Al principio se veía en una calle de París la placa recordatoria del filósofo Vladimir Jankélévitch (1903-1985) que incluía una cita suya: “Aquel que fue no puede dejar, de allí en más, de haber sido. El hecho misterioso y profundamente oscuro de haber vivido es su viático para la eternidad”. La película es una historia romántico-metafísica muy original, pero esa frase, que igualaba de algún modo el futuro de los vivos con el de los muertos (en un sentido más bien espiritual que religioso) quedó dormida en mi cerebro. Pero tal vez porque alguna vez fue, la idea seguía estando y despertó cuando en el reciente festival de Mar del Plata vi otra película notable, Estrella roja, de la realizadora cordobesa Sofía Bordenave, que hablaba de la Revolución Rusa. Pero no trataba el tema mediante las fotos y los personajes de siempre sino que, de un modo más amplio, trataba de reflejar la ebullición intelectual de la época, que excedía largamente a la de los líderes bolcheviques triunfantes. 

Bordenave hablaba especialmente de un conjunto de filósofos y científicos que desde fines del siglo XIX habían elaborado distintas teorías sobre el progreso tecnológico. En particular, de Nikolai Fiodorovich Fiodorov (1829-1903) quien formuló la contrapartida material de la sentencia de Yankélévitch mediante una utopía que es probablemente la más radical que se haya imaginado alguna vez. Fiodorov sostenía que la justicia solo reinaría en la tierra cuando la ciencia lograra resucitar a todos los muertos desde el principio de los tiempos. A diferencia del cristianismo, que se ocupaba de la inmortalidad de las almas y del comunismo, que hablaba del paraíso terrestre para las generaciones futuras, olvidándose de las pasadas y sacrificando las presentes, Fiodorov le exigía a la ciencia que convirtiera el planeta en un museo de todos lo que habían vivido (como no habría lugar para tanta gente, la tarea incluía la colonización de todo el sistema solar para alojarla y así nació la cosmonáutica soviética) para habitar el Cosmos en paz, armonía y fraternidad. 

Estrella roja también quedó arrumbada en mi mente, pero por poco tiempo, porque se acaba de publicar Cosmismo ruso, una recopilación hecha por Boris Groys de escritos de los filósofos que aparecían en la película, empezando por Fiodorov, de quien se incluye parte de su texto “El museo, su significado y su designio”, muy leído en su momento para después ser olvidado. Pero los cosmistas vuelven, como lo asegura la introducción de Groys quien, desde su indisimulado amor por el estalinismo, aprecia la utopía de Fiodorov porque requeriría “una sociedad centralizada, colectiva y jerárquicamente organizada”, de la que en parte dan testimonio “las grandes corporaciones tipo Google y Apple”. Mucho más matizado, inteligente (¡y actualizado!) es el prólogo de Martín Baña y Alejandro Galliano, que pone a dialogar al cosmismo con sus contrapartidas posteriores en Occidente hasta llegar a Donna Haraway y su manifiesto Cyborg, para concluir alertando sobre la pandemia de covid-19 y los experimentos de control sobre el cuerpo con sus tests, sus vacunas experimentales y sus pasaportes sanitarios.

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