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El saber hacer, de Putin a Fernández

La economía es uno de los lugares donde se expresa más claramente la relación de saber y poder: si “el rey está desnudo”, cunde la desconfianza, y el dólar es su síntoma: el dólar libre en la época de Macri, la brecha con el dólar oficial en la de Alberto Fernández. Sabe, tiene poder, quien controla las relaciones de fuerzas.

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En Rusia. Putin explica que aún no se vacunó. | AFP

Para Kant hay dos formas de razón: la razón práctica y la razón teórica. La primera dependía de la ley y la segunda, del conocimiento. La primera primaba sobre la segunda. Foucault sostenía la estrecha relación entre saber y poder; para él, tanto el saber como el poder se refieren a prácticas, solo hay prácticas. El saber dará un saber del poder y no habrá poder sin saber, que es un saber hacer.

En las columnas de las últimas semanas me referí varias veces a la relación del peronismo con la eficacia, con un saber hacer lo que fuera necesario en cada contexto y época del país. Yendo a la heterogeneidad que concebía Kant para la razón, el peronismo tenía la razón práctica y la oposición (el radicalismo, la Alianza, Cambiemos), la razón teórica. Y, nuevamente, la primera primaba sobre la segunda.

El poder se lo practica, y solo existe en relación de inmanencia con el saber, del saber como práctica. Néstor Kirchner tenía ese saber, Carlos Menem lo tenía, De la Rúa, no. Macri fue votado en 2015 porque se suponía que tenía ese saber, luego se comprobaron las diferencias entre el saber hacer en la actividad privada (con o sin fin de lucro: Boca) y el saber hacer en lo público a máxima escala, la Nación y no una Ciudad, aunque fuera largamente mayor en recursos y habitantes que la mayoría de las provincias.

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Cuando se descubrió que Macri carecía de esa razón práctica, que hasta cierto punto no sabía hacer de presidente, se quedó sin poder. Se le diluyó en instantes como en la fábula de El rey está desnudo, a partir de que no pudo controlar el dólar, fragilidad reconfirmada con su pedido de auxilio al Fondo Monetario.

La economía es uno de los lugares donde se expresa más claramente la relación de saber y poder: si “el rey está desnudo”, cunde la desconfianza, y el dólar es su síntoma: el dólar libre en la época de Macri, la brecha con el dólar oficial en la de Alberto Fernández. Sabe, tiene poder, quien controla las relaciones de fuerzas.

De la misma forma que horadó la imagen electoral de Macri su caracterización de quien gobernaba para los ricos, impidiéndole –a riesgo de confirmarlo– hacer los ajustes que el peronismo puede hacer sin mayores sobresaltos, horada la imagen de Alberto Fernández su caracterización de títere de Cristina Kirchner, tibio, “Alverso” y las distintas formas de ubicarlo como carente de poder, o sea, de los saberes prácticos para el ejercicio de la presidencia, el saber del poder.

Por eso producen tanto daño en su imagen los errores en la organización del velorio de Maradona o que Vladimir Putin haya dicho que no se aplicó la vacuna Sputnik V porque aún falta concluir las pruebas con los mayores de 60 años. Las palabras de Putin fueron una bomba neutrónica sobre el Gobierno y una bocanada de aire fresco sobre la oposición, que como en ciertas artes marciales aprovecha la fuerza del oponente, en este caso el uso político de la pandemia, para responderle.

Con las credenciales que le otorga haber estado frente al Ministerio de Salud entre 2007 y 2009, Graciela Ocaña, entrevistada el jueves por NET TV, criticaba el apuro en el uso de la vacuna rusa diciendo que solo estaban publicados los estudios de las fases uno y dos, que no incluyen a humanos, cuando solo son con animales los estudios preclínicos, demostrando que tanto para el oficialismo como para la oposición la pandemia también es un territorio de disputa política. Fenómeno que no solo es de Argentina, al punto de que varios laboratorios acordaron no dar información sobre el avance con las vacunas hasta después de las elecciones donde salió derrotado Donald Trump.

No hay forma de vencer políticamente al Covid-19, semana tras semana países que parecían haber sido exitosos en su lucha contra la pandemia pasan a engrosar la lista de los fracasados, desde Suecia en su momento hasta Uruguay recientemente. Los que hicieron largas cuarentenas y los que no. Países que respetaban la libertad de los ciudadanos a decidir autoconfinamiento y los que, como Brasil, ahora imponen como obligatoria la vacunación tras un fallo de su Supremo Tribunal.

Ningún político pudo “ganarle” al coronavirus, porque  la lucha contra el coronavirus no sería una guerra donde en combate se pueda triunfar, sino en la que solo se puede seguir sobreviviendo porque, a diferencia del SARS 1, donde sí la humanidad salió claramente airosa, este SARS 2, recargado, promete nuevas mutaciones, segundas y terceras olas, que harán de cualquier triunfo algo que podría resultar pasajero.

Alberto Fernández asumió casi junto con el coronavirus, y la evaluación de su saber hacer está relacionada con la administración sanitaria de la pandemia y sus consecuencias económicas tanto como en la capacidad de administrar su relación de fuerzas con el sector más poderoso de la coalición y su representante, Cristina Kirchner.

Alberto Fernández tiene que demostrar dos saberes prácticos, el de la gestión de gobierno y el de regulador de fuerzas dentro de su coalición. El poder no surge del triunfo en las elecciones, no es un objeto que se puede obtener, es algo que se practica. El coronavirus vino no solo a desafiar la resistencia de los cuerpos, sino a desafiar los saberes de los políticos, o sea, su poder.

Saber es a la vez sustantivo y verbo, va más allá del conocimiento (la razón teórica), refiriéndose tanto a cuestiones objetivas (ciencia) como subjetivas, es un contacto con la realidad, un saber “a qué atenerse”. La realidad se aparece como algo sobre lo que hay que hacer con ella, sobre la que se opera. Hasta ahora ningún político salió del todo airoso, queda esperar que la ciencia, en forma de vacunas, venga en su auxilio, y en el de todos.