Si el lector ocupara una porción de su tiempo en revisar, día tras día, los títulos presentados en los medios argentinos, experimentaría la interesante experiencia de registrar un columpio variopinto de recursos –legítimos y espurios– para intentar definiciones acerca de la cuestión del debate parlamentario sobre el impuesto que se aplica a los empleados, parte de la llamada cuarta categoría. El barullo del debate en la Cámara de Diputados, los adjetivos elogiosos y descalificadores adjudicados a oficialistas y opositores, las posiciones encontradas y pendulares descargaron en las páginas un vaivén vertiginoso, pero no por lo rápido sino por la sensación de mareo persistente que provocó en la gente común.
Lo destacable –al menos, lo destacable que quiere señalar este ombudsman– es que muchas veces los títulos no tuvieron que ver con los textos, una línea alejada del buen ejercicio de la profesión periodística, mal que amenaza la credibilidad y ataca el buen gusto.
A fines de noviembre pasado, la defensora de los lectores del diario El País de Madrid dedicó su columna a analizar las cartas críticas enviadas por algunos de sus defendidos, que cuestionaban los adjetivos descalificadores empleados por comentaristas del diario para titular sobre Donald Trump, personaje que, por cierto, provoca en mí el mismo desagradable escozor que el generado en buena parte de la población mundial. Decía Lola Galán que citaba las quejas de un lector que decía: “¿Era necesario insultar a este señor (un ‘psicópata’, según Valeria Luiselli; un ‘patán’ y ‘basura’, según Manuel Vicent; ‘ignorante’ y ‘estúpido’, según John Carlin…) para explicar su llegada al mundo de la política y sus propuestas electorales? ¿Es necesario llamar estúpidos e ignorantes, otra vez según el agudo analista que se nos ha mostrado el señor Carlin, a sus votantes para explicar el resultado electoral? ¿No están utilizando estos perspicaces comentaristas el mismo método dialéctico que, según ellos, utiliza Donald Trump contra sus adversarios políticos?”. Galán derivó la inquietud a un editor, como corresponde, y éste respondió que en buena medida el presidente electo se buscó tal reacción y tales epítetos por su propia intolerancia y verborragia pedestre. “Pedir mesura a nuestros columnistas hubiera ocultado a nuestros lectores información crucial sobre qué se opinaba acerca de Trump”, amplió el editor. Galán se preguntaba: “¿Serían aceptables los términos ‘imbécil’, ‘patán’ o ‘tipejo’, dirigidos a otra persona?”. Y respondía: “Seguramente no. Me parece arriesgado usar doble vara para medir”.
En PERFIL suelen suceder hechos similares, aunque este ombudsman debe destacar que quienes editan las columnas de opinión son bastante severos al titularlas para evitar desbordes verbales como los atribuidos a los tres comentaristas del diario español. Y, también, son generalmente cuidadosos para poner un límite a la seductora elección de títulos que atrapan con artilugios o engaños. A veces son sutiles los recursos y otras veces se pisa una línea peligrosa que deja lugar a la duda o al error de apreciación.
Ayer, este diario publicó en la tapa una gran foto (la que se denomina “focal”, que hace las veces de anuncio principal o secundario) en la que se ve a Jorge Prat-Gay, hermano del ministro de Hacienda, sobre un título inquietante: “Un Prat-Gay cercado por los Football Leaks”. Valga la aclaración: los football leaks son millones de documentos reunidos en una investigación capitaneada por la prestigiosa revista alemana Der Spiegel, que transparenta todo tipo de datos vinculados con el mundo del fútbol, desde pequeños, anecdóticos detalles de contrataciones de jugadores y técnicos hasta sospechas fundadas de maniobras non sanctas en transferencias, manejo de dinero hacia y desde paraísos fiscales, evasiones impositivas y otras cuestiones. Estos papeles, que comenzaron a ser difundidos hace ya un año o poco menos, mencionan –de un modo u otro, por trivialidades o cosas serias, por actos legales o ilegales– a miles de personas relacionadas con el fútbol. ¿Qué resulta cuestionable del título aludido y del tratamiento general? Que la empresa que preside el hermano del ministro (y Hernán Berman, amigo de Sergio Massa, también citado) aparece, sí, mencionada en los documentos, pero no se especifican irregularidades ni maniobras. Al menos, no hasta ahora, según pudo establecer este ombudsman recurriendo a las fuentes de origen (el diario El Mundo, de Madrid –que tiene vedado publicar los papeles por una resolución judicial–, y Der Spiegel en su apartado específico). De tal modo, parece excesivo emplear palabras como “cercado”, “señalados por evasión”, “involucrados”, términos que remiten a la oscuridad y no a la limpieza.