COLUMNISTAS
opinión

En el café

Era al atardecer y pensé que en Argentina, no es tan habitual como en otras partes, tomar un trago solo en un bar.

 café irlandés 20220124
café irlandés | SHUTERSTOCK

Un amigo me preguntó qué partido me hizo sufrir más, y yo le contesté “¡Obviamente el PRO!” No, no, me respondió, partido de fútbol…Bueno, en ese caso, dije, Boca-Real Madrid: cuando ellos se pusieron 1-2, yo creí que se nos venían encima, pero Riquelme agarró la pelota y no se la pudieron sacar…No, no, no, no, partido del Mundial. Ah, cierto que hubo un Mundial, mi desmemoria es máxima, ya no me acordaba. El Mundial de Qatar: 40 o 50 mil poderosos y ricos, que pagaron no menos de 15 mil dólares por persona para ver in situ los partidos allá, mientras que acá tres, cuatro, o cinco millones de personas de clase media, media baja y pobres salieron a la calle para no ver pasar un micro. ¡Pero igual aguante la unión nacional!

Luego, mucho más tarde, terminé en un bar tomando un trago, solo. Era al atardecer y pensé que en Argentina no es tan habitual como en otras partes tomar un trago solo en un bar. Por supuesto hay gente que lo hace –de hecho, yo estoy entre ellos– pero aquí la tradición es más de ir al bar con amigos y tomar un café o una cerveza, o ir solo y pedir lo mismo. Y, aprovechando los vientos del Mundial, me dio por pensar que en Francia sí es habitual ver gente sola en los bares, disfrutando un kir, un pastis o una copa de un buen vino de Bordeaux (aunque yo, antes que un Bordeaux o un Médoc, que son más caros, recomiendo un Buzet, región más al sudoeste que la Girona, pero de características muy parecidas, igual de rico y bastante más barato). Y entonces volví a casa y raudamente me puse a leer Metafísica del aperitivo, de Stéphan Lévy-Kuentz (Periférica, Cáceres, 2022, edición impresa en Argentina. Traducción de Laura Naranjo Gutiérrez). Escrito como un monólogo interior en segunda persona, Metafísica… puede leerse como una novela o como una crónica, es uno de esos libros que vuelve poco interesante seguir pensando en términos de géneros literarios. El texto arranca en el momento en que el narrador se siente en un café a tomar un aperitivo y termina cuando paga y se va, con paradas en la tardanza del mozo en atenderlo, en los parroquianos de las otras mesas, en los pensamientos que van y vienen y, sobre todo, en el maravilloso estado de leve embriaguez luego de tomar un Irancy, un vino tinto de la Borgoña, que en general, se hacen a base de uvas Pinot Noir (no soy muy simpatizante de los vinos de la Borgoña, en general me resultan demasiado pesados, espesos, algo ásperos, no lo tomaría como aperitivo). El resultado de Metafísica…, entonces, es el de un texto maravillosamente liviano (si tuviera que asociar el estilo del libro jamás lo haría con un Irancy, sino con un espumante suave), divertido, agradable y tan francés como los quesos a los que hacía referencia De Gaulle (“Un país que produce 365 variedades de queso es ingobernable”). Parte del encanto del libro reside en la tensión bien resuelta entre el carácter estático de la estadía en un café (en este caso, en las mesas en la calle de un bistrot en Montparnasse, París) y el aspecto digresivo de los pensamientos del narrador y las descripciones del ambiente del bar. Narrador, por supuesto, con una libreta en la que anota esos pensamientos y esas digresiones, mientras fuma y ve pasar la vida. Situaciones las tres –estar sentado en la terraza de un bar, fumar y ver pasar la vida– que se asemeja mucho a la idea misma de lo que es la felicidad.