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En qué invertir

Si por azar pasara al frente y tuviera plata, ¿qué compraría? Compraría un juez. Creo que es la mejor inversión que se puede hacer hoy

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Me gustan mucho esas notas que publican los suplementos y revistas económicas sobre en qué invertir el dinero que nos sobra. Las leo siempre con inmenso interés, aunque mucho no entiendo del tema. Hace un tiempo, un amigo sociólogo me dijo que, en su opinión, buena parte de los restaurantes están tan llenos porque se gasta allí el excedente del que disponen las clases medias. Mientras antes podían acceder a bienes durables, viajes, u otros servicios de mayor envergadura, ahora solo les da para ir a comer afuera. Es probable. ¿Dónde estaré yo, que me alcanza solo para ir al Félix? (no tengo nada en contra de ese lugar. Al contrario: es indudable que se convirtió en el epicentro de la vida intelectual porteña). Pero si por azar pasara al frente y tuviera plata, ¿qué compraría? Compraría un juez. Creo que es la mejor inversión que se puede hacer hoy en día. Ya sé que puede sonar raro, pero si Magnetto, Macri, Rocca, etc., tienen decenas de fiscales, jueces, camaristas e incluso supremos, ¿por qué nosotros no podemos tener al menos uno? Uso el nosotros porque me temo que a mí solo no me da la guita, pero por ahí podemos hacer una vaquita con todos los que quieran sumarse. Nos lo podemos prestar un rato para cada uno, que de hecho es lo que hacen ellos, como una especie de leasing o de tiempo compartido. Aunque en verdad, yo creo que lo usaría sobre todo para salir a caminar, ir a esos eventos que organizan las fundaciones y ONG garcas, jugar el fútbol en alguna buena quinta y sobre todo, para pasear por la calle. Sí, por la calle, orgulloso y pleno con mi inversión.

Entonces recordé un gran antecedente: El hombre de la vaca, de Omar Viñole, publicado en Buenos Aires, en 1956, en la editorial Teocracia. Viñole, poeta, filósofo, humorista, deportista, religioso, artista y veterinario que, descontento con la política de los gobiernos de la Década Infame, y con el apoyo de las clases medias a esos regímenes entre fascistas y conservadores, se compró una vaca y organizó decenas de performances con ella. Desde la calle Florida y el Congreso Nacional hasta un ring de catch en el Luna Park. Publicó más de cuarenta libros, con títulos como Lo que piensa la vaca de Buenos Aires, y otros por el estilo. Pero El hombre de la vaca es su libro mayor en el que, unos veinticinco años después de sus mejores ha-ppenings, expresa sus pensamientos de siempre. En Memorias. Tras los dientes del perro, de Helvio I. Botana (Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1977) aparece una buena anécdota de Viñole y su vaca: “Se procuró una vaca a la que hablaba y por medio de eméticos hacía defecar dónde y cuándo quisiera. Un día la llevó hasta las puertas del Congreso, improvisó una granja contra los políticos y en su momento le preguntó a la vaca cuál era su opinión y la vaca respondió defecando”. (Recordemos que se trata de los políticos de la Década Infame). Cierto es que a veces sus ideas políticas y estéticas eran algo confusas, aunque siempre interesantes. Si tuviera que definirlo (¡Pero qué error querer definir a Viñole!) lo ubicaría en una constelación que va del anarquismo humanista a cierto cristianismo antiburgués.  
Obviamente la Biblioteca Nacional, durante la gestión de Horacio González, reeditó el libro, con prólogo de Osvaldo Baigorria, aunque se privó de reproducir la ilustración de la edición original, que es buenísima. n