Las elecciones en Chile reabrieron una pregunta que atraviesa hoy a la región: ¿América Latina asiste a una reconfiguración ideológica hacia la derecha o, más bien, a una sucesión de derrotas de oficialismos desgastados?
El resultado chileno se inscribe en un calendario electoral reciente que incluyó comicios en Ecuador y Bolivia, mientras que en Perú la crisis política derivó en un nuevo recambio presidencial. En Honduras, aún sin un ganador definitivo, los principales candidatos también provienen de fuerzas de derecha.
Aunque cada caso responde a dinámicas nacionales específicas, el denominador común es la emergencia de liderazgos ubicados en distintos segmentos del arco conservador, desde expresiones más radicalizadas hasta opciones de centro.
Este reordenamiento del mapa político regional no parece explicarse únicamente como un nuevo movimiento pendular de corto plazo. Por un lado, indicadores sugieren que ciertas ideas asociadas al ideario conservador vienen ganando terreno. Según la encuesta Latinobarómetro 2024 –realizada sobre más de 19 mil casos en 18 países de la región– el nivel de autoidentificación con la derecha alcanzó su punto más alto en más de dos décadas.
Sin embargo, otra interpretación pone el foco en el debilitamiento de los oficialismos. En un contexto atravesado por el estancamiento económico, el sentimiento de inseguridad, la fragmentación política y un malestar social persistente, el voto aparece más asociado al rechazo que a la adhesión programática.
En esa línea, el doctor en Relaciones Internacionales y profesor de la UNR Esteban Actis define el escenario regional como un “giro a la oposición”. “Hay una creciente inconformidad de las sociedades con quienes están en el poder, independientemente de su signo político, ya sean conservadores o progresistas”, sostiene.
Sin embargo, que el impulso electoral esté marcado por el rechazo a los oficialismos no implica que el signo político de las alternativas sea irrelevante. La comparación con el ciclo político conservador anterior permite dimensionar mejor las particularidades del escenario actual. Entre 2015 y 2019, la región asistió a la consolidación de derechas de perfil predominantemente liberal o promercado, encarnadas en liderazgos como los de Mauricio Macri en la Argentina, Sebastián Piñera en Chile o Pedro Pablo Kuczynski en Perú, con Jair Bolsonaro como una excepción más ideológica y radical.
El escenario actual, en cambio, muestra liderazgos más ideologizados, con vínculos explícitos con la alt-right y una mayor sintonía con el proyecto político de Donald Trump. El regreso del expresidente estadounidense a la escena internacional y su involucramiento activo en América Latina aparece como un factor clave para comprender esta etapa.
A lo largo de 2025, Trump insistió públicamente en la necesidad de que gobiernos afines a su proyecto se consolidaran en la región, combinando gestos de apoyo con advertencias explícitas. Declaraciones como “si pierde, no vamos a ser tan generosos con Argentina” o sus referencias a Honduras –donde advirtió que Estados Unidos no “malgastará su dinero” en países gobernados por “líderes equivocados”– funcionaron como señales políticas hacia América Latina.
Para Actis, este reordenamiento no puede desligarse de una redefinición de la estrategia regional de Washington, en la que América Latina vuelve a ocupar un lugar central bajo una lógica de premios y castigos, integrada de manera más directa a la visión de seguridad nacional estadounidense. “El control de los flujos migratorios, el narcotráfico y, sobre todo, la creciente presencia de China explican el renovado interés de Estados Unidos por la región”, señala.
En ese marco, la integración regional aparece más como un obstáculo que como un objetivo de estas derechas. Durante el giro conservador de 2015-2019, procesos como la Unasur fueron desarticulados y otros espacios, como la Celac, perdieron presupuesto y centralidad política, sin que lograran consolidarse alternativas duraderas. Iniciativas como Prosur, recuerda Actis, tuvieron un alcance limitado y resultados modestos.
Consultado sobre la posibilidad de que el actual corrimiento a la derecha derive en una nueva forma de articulación regional, el analista se muestra escéptico. Más que un regionalismo ideológico, anticipa una profundización de la fragmentación y una crisis de la acción colectiva. “Se privilegian las lógicas nacionales y se debilitan los espacios multilaterales”, advierte, en un escenario que refuerza las negociaciones bilaterales asimétricas.
En la misma línea, la politóloga e investigadora del Conicet Daniela Perrotta sostiene que “las derechas actuales no solo carecen de una narrativa regional propia, sino que muchas veces deslegitiman activamente la idea de región”, reemplazándola por vínculos bilaterales desiguales y alineamientos automáticos.
Desde su perspectiva, la integración supone la existencia de instituciones comunes, normas y algún grado de puesta en común de soberanía que incide sobre las agendas domésticas. “Lo que observamos hoy es que los gobiernos de derecha, en particular los más radicalizados, impugnan explícitamente esos pilares”, señala. El resultado es un vaciamiento político de la institucionalidad regional, que no siempre se expresa en salidas formales, pero sí en la desactivación de su capacidad de decisión.
Perrotta no descarta que en el corto plazo puedan emerger formas de coordinación regional, aunque aclara se trataría de acuerdos organizados en torno a agendas específicas –como energía, infraestructura o recursos estratégicos–. Su límite, señala, es que difícilmente permitan proyectar a América Latina como un actor colectivo con mayor autonomía en un escenario internacional cada vez más fragmentado.
Así, más que la emergencia de una nueva integración regional bajo otros signos ideológicos, lo que se consolida es una región fragmentada, con Estados replegados sobre estrategias nacionales defensivas y sin una arquitectura que articule consensos duraderos.