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La esperanza es un valor profesional del periodismo

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Campaña de ‘The Guardian’: “La esperanza es poder”. Katherine Viner, editora jefe del diario. | cedoc

Durante casi dos semanas de 1919, Buenos Aires no tuvo diarios. Por solidaridad gremial con una huelga de los empleados de las grandes tiendas, los gráficos no imprimieron los diarios porque estaban los avisos de esas tiendas, y tampoco los estibadores del puerto descargaron sus mercaderías de los barcos.

La radio surgió recién al año siguiente, por lo que la ciudad fue un desierto de noticias. Los diarios recién reaparecieron cuando volvieron al trabajo los empleados de la tienda Gath & Chaves.

El día después, un cronista escribió: “Los diarios, que se decía eran la exageración y la mistificación, resultaron ser la fuente de la verdad y su falta nos trajo ese reinado de lo falso que, por fortuna, en la mayoría de los casos fue cómico y no provocó más que algunos sustos”.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Sin noticias, “hemos dejado al público sin saber qué es lo que pasa ni lo que va a ser de él, como a un niño encerrado en una pieza oscura”.

Nuestra piel emocional. En Estados Unidos se hicieron estudios en situaciones similares que revelaron que las noticias sirven para integrarnos, escapar de problemas personales, adquirir prestigio social en conversaciones, tener contacto indirecto con códigos morales y de vida del mundo exterior, un seguro contra las inseguridades de la sociedad moderna y son una forma para salir del tedio y buscar estímulos.

Nuestra piel emocional está repleta de noticias, en especial ahora que estamos en una fase extraordinariamente comunitaria del ecosistema informativo. Nadie se informa solo, podría decir el Eternauta. Nuestros grupos de pertenencia son también nuestros grupos proveedores de información, de verificación y de interpretación. La información es, sobre todo, información compartida.

¿Qué pasa si una mañana la sociedad despierta sin internet? El descalabro sería único. Todos los sistemas que articulan nuestra vida son dependientes de la red de redes.

En España se cortó la luz en mayo pasado por menos de un día y el abismo de la incomunicación se abrió. “¿Vivir sin noticias es peor que vivir sin luz?”, se preguntó la periodista Cecilia González en la revista Anfibia después de vivir ese apagón en un tren. Y lo que quedó expuesto ese día es que, sin una base informativa común, la acción colectiva es muy difícil.

Por eso, el impacto más visible del periodismo sobre la sociedad no es informativo, ni interpretativo, sino emocional. Nos integra a una comunidad de información compartida. Estar informado es estar integrado a un colectivo. Estar desinformado es, en gran medida, estar desintegrado.

Esta dependencia de las noticias para nuestra salud emocional hace que cuidemos nuestro bienestar mental. En este ambiente de superabundancia informativa uno de los temas que más se estudian es la “evitación” de las noticias. Por angustia, agobio, fatiga y por muchas otras razones muchos resuelven no informarse directamente para cuidar su bienestar emocional. Entre los evitadores, hay muchas mujeres, muchos jóvenes y muchos pobres. En las familias y hasta en las parejas puede haber una división del trabajo informativo.

Pero evitar la información es imposible porque las noticias son sociales y cada interacción comunitaria trae noticias adheridas. ¿Qué nivel de aislamiento tenés que tener para evitar las noticias, en un mundo donde las noticias te encuentran, no vos a las noticias? Quien evita las noticias las recibe igual, de segunda mano, en un teléfono descompuesto interminable, a través de sus relaciones sociales.

Huir de las noticias. Una de las causas de este consumo “minimalista” de las noticias es que el negativismo del periodismo cansa. Está bien que me digas todas las piedras en el zapato que tenemos, pero no olvides que tenemos que caminar. Además, a las malas noticias podrías buscarle un enfoque de solución, no solo de problema.

Por eso, algunos de los mejores medios del mundo cuidan su valor comunitario y emocional. Uno de los más antiguos es The Guardian, que fue fundado en Manchester en 1821. Hoy tiene ediciones en el Reino Unido y Estados Unidos, y un alcance global. Tuvo su primera editora general mujer en 2015. Su nombre es Katherine Viner y les pidió a los periodistas algo infrecuente: “usar la claridad y la imaginación para construir esperanza”. Eso significa que “no podemos limitarnos a criticar el statu quo; también debemos explorar las nuevas ideas que puedan desplazarlo”.

Siempre se dice que, en la era de las redes, para atraer a los más jóvenes, hay que generar contenidos cortísimos, superficiales, emocionales y entretenidos. Pero la editora Viner dice otra cosa: “Los jóvenes, en particular, anhelan sentir la esperanza que tuvieron las generaciones anteriores”.

Lo que más me gusta es cómo Viner define esperanza: “Es una fe en nuestra capacidad de actuar juntos para generar cambios”.

La esperanza empodera. A partir de estas ideas de Viner, The Guardian hizo una campaña comercial con el eslogan “La esperanza es poder” (“Hope is Power”), que está en YouTube.

Por eso, la calidad periodística no son reglas formales, sino que está ligada a la construcción del futuro de la comunidad de la que se forma parte. Eso no es negar la realidad, sino pensar el enfoque que produce la energía necesaria para caminar hacia adelante.

Un medio no es un pastor, un rabino o un cura pero, como dijo otro editor de The Guardian hace más de un siglo, “el periódico tiene una existencia tanto material como moral”.

Por eso, es corrosivo cuando el periodismo contribuye a erosionar la confianza en las instituciones que coordinan nuestro funcionamiento colectivo. Es verdad que vivimos en un país donde el soberano es en gran parte pobre. Pero es permanente la diatriba con opiniones sábana contra los políticos, las legislaturas, los poderes judiciales, incluso los gobiernos. Eso es propio del periodista populista, siempre listo para incitar un aplauso de cualquier hinchada.

Por lo tanto, lo más importante del periodismo no es la gestión de la información o la opinión, sino de las emociones. Esa es la dimensión profesional principal. Si queremos sostener el vínculo y ser valiosos para la comunidad, no tenemos que perder el equilibrio entre la verdad y la esperanza. Sin eso, las sociedades se pueden pelear con su futuro.

Esta semana, el Parlamento Europeo entregó el Premio Sajarov para la Libertad de Conciencia a dos periodistas: Andrzej Poczobut, encarcelado en Bielorrusia, y Mzia Amaglobeli, encarcelada en Georgia. También sigue preso en Hong Kong Jimmy Lai, editor del popular Apple Daily, encarcelado por la “eficiente” China.

Estos periodistas tras las rejas nos recuerdan que, bajo las dictaduras, los periodistas siembran los cimientos de una futura democracia. Son tenaces luces de esperanza.