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Entierro debido

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Tenés vela en este entierro, Julio. Cientos, miles de caras iluminadas sólo por el resplandor de las velas que sostienen entre las manos resaltarán sobre el fondo negro de tus noches y cada una te contara su historia para que recuerdes como sufrieron y como algunos murieron. Ellas asistirán a su debido tiempo a tu demorado entierro político, Julio.

Cuando comenzaste como ministro no tenías nada. Ni fortuna personal, ni antecedentes. Hoy, hay que sacar las fotos desde un avión para que entren enteras las cinco hectáreas de tu propiedad de más de un millón de dólares y se pueda ver el tamaño de tu casa junto al río en el club de chacras Puerto Panal de Zárate. Un gustito que te diste con lo que fue quedando mes a mes de tu sueldito, de negocitos con licitaciones de obra pública, vueltos, moneditas que sobraron del caso Skanska, todo se va guardando en una lata, como te enseñó Néstor, como hizo Lázaro, en valijas que van y vienen desde Venezuela hasta que, de pronto, casi sin querer, sin darte cuenta, hay un montón.

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No tenías nada de qué arrepentirte y ahora podrías montar un cementerio privado en tu campito con los muertos que van quedando de tu gestión. Porque estaban bajo tu responsabilidad los trenes cuando sucedió la tragedia de Once. Cayó Schiavi y zafaste. Antes habías entregado a Jaime y a Uberti. Se gana bien a tu lado, pero no tanto como para los sustos que les hacés pasar. Los van a tener de las bolas un tiempo y, ay, lo que debe doler que ahí donde vayas y te reconozcan, la gente te mire con ganas de vomitarte encima, de darte un bife o de rebajarte a puteadas.

Nada comparable con lo que será tu entierro, Julio. Todos los muertos muertos y los muertos en vida, los que murieron en Once, en las inundaciones por las obras prometidas y nunca realizadas, todos los que mata la corrupción, vendrán a mearte el cajón y a tirar leche maloliente, carne podrida, electrodomésticos fundidos. Toda la basura acumulada se apilará sobre lo poco que quede de vos en la historia como para que nunca más logres levantarte, ni salir de entre las ruinas, ni siquiera como fantasma.

Pero serán, en tu oscura soledad, los muertos sin luz los que te van a desvelar. Vendrá con su balde la viejita del cuarto piso a echarte encima todo lo que haya podido hacer ahí. Y con ella todos los humillados y maltratados. Te los van a hacer secar con la lengua de mentir tanto. Hace diez años, diez, que sos el responsable del transporte público, del sistema eléctrico, del gas, del petróleo, de las telecomunicacioness, de todo lo que no funciona. No hay nada, ninguna obra por la que se te pueda recordar, pero si por lo que se perdió o se destruyó. En todos estos años solo te fue bien a vos y a tus hijos. Es probable que ellos te lleven flores. Al menos, mientras el sentimiento pueda negar la verdad.

Habrá también otros hijos alrededor de tu tumba, Julio. Llegarán, alzados por sus padres, con los brazos y las piernas colgando, muertos a los 2 y 4 años en Dock Sud y a los 3 y 8 en Quilmes. Muertos, Julio, cuando aún no habían empezado a vivir. Muertos porque, contra lo que prometiste en octubre, cortaron la luz en sus barrios y los padres encendieron velas que, al caer o al consumirse, incendiaron las casas.

Un día, algún día, la venda de la justicia va a caer sobre la vela que se consume sin iluminar a los jueces en los tribunales y ese otro incendio, estimulado por los vientos de la bronca en las calles, te va a arder en los oídos. Y un día, algún día, serás condenado, como un Sísifo berreta, a subir una y otra vez baldes de mierda desde la planta baja hasta el último piso de una cárcel a oscuras por haberle robado el fuego de la energía necesaria para creer y seguir a quienes debieron ser tus dioses, los ciudadanos, los que esperan todavía que un día, algún día, este país dé a luz un futuro administrado por tipos decentes.


*Periodista.