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Entierros y resurrecciones

A diferencia de Savinio, que vuelve a enterrar a Maupassant, Manganelli hace un intento de devolverle la vida a Johnson.

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En un gesto heroico, la editorial argentina El Cuenco de Plata publicó hace pocos meses un libro que se llama Un libro (en el original, Ti ucciderò, mia capitale) y que consiste en 350 páginas de textos inéditos de Giorgio Manganelli (1922-1990), cuyo brillo, erudición y complejidad las convierten en imprescindibles. Los lectores locales tenemos una deuda con la literatura italiana del siglo XX, que el imaginario reduce a unos pocos nombres y títulos (tal vez el más leído haya sido El nombre de la rosa, el mediocre bestseller de Umberto Eco).

Más interesantes que Eco (o que Baricco) son dos breves biografías de escritores que leí esta semana. Una es Maupassant y “el otro”, de Alberto Savinio, un ensayo que también puede considerarse una novela y es de lo más original que existe en su género. Savinio (1891-1992, hermano del pintor Giorgio de Chirico) la escribió en plena guerra y, aunque apenas la menciona, denota un mal humor ante el estado del mundo que adquiere la forma de un magistral sarcasmo. Maupassant y “el otro” es, entre muchas otras cosas, una historia abreviada de la literatura universal, en la que Savinio establece sigilosamente un método al que Maupassant sirve como conejillo de Indias o como chivo expiatorio (no me decido entre los dos animales). “Hasta ahora, solo se había ocupado de Maupassant gente de tercer orden como, por otra parte, corresponde a un escritor mediocre”, lapida Savinio.

A lo largo del libro, ante cada episodio de la vida y de la obra, Savinio demuele al biografiado no solamente como escritor, sino también como un semental apegado a su mamá que usaba a las mujeres y como un intelecto que no hacía más que reproducir los prejuicios burgueses de su tiempo. Pero, hacia el final, aparece “el otro” del título, el inquilino que posee a Maupassant como El Horla al protagonista del cuento homónimo. Este es la sífilis que aquejó al escritor y terminó con su vida en un manicomio. Pero antes, dice Savinio, el malestar interior en su cerebro de sifilítico lo convirtió, hacia el final de su vida, en “un grandísimo escritor”. No creo que nadie haya formulado una tesis semejante sobre un colega.

Tal vez la biografía más famosa de un escritor por otro sea la mastodóntica Vida de Samuel Johnson, que James Boswell publicó en 1791. Y aquí vuelve a aparecer Giorgio Manganelli, a quien olvidamos en el primer párrafo, con un libro que se llama exactamente igual: Vida de Samuel Johnson, aunque esta tiene apenas noventa páginas. A diferencia del abrumador Un libro, aquí Manganelli escribe sencillo, aunque el texto tenga una ambición enorme en un estilo que lo acerca a su admirado De Quincey. A diferencia de Savinio, que vuelve a enterrar a Maupassant, Manganelli hace un intento de devolverle la vida a Johnson, alguien que en su momento quedó sepultado por Boswell, en uno de los casos más paradójicos de cambios de valoración de una obra que se conozcan. La empresa de Manganelli es casi un acto de espiritismo, porque logra que entendamos no solo que Johnson era mucho más que un fantoche de su tiempo cuyo único interés fue ser el protagonista de la biografía de Boswell, sino que en la apreciación de su grandeza por parte de sus contemporáneos había una sabiduría que estamos a punto de perder. Leamos a los italianos.