Ariana Harwicz nació en la Argentina en 1977 pero desde 2007 vive en Francia, donde escribió sus cuatro novelas: Matate amor, La débil mental, Precoz (Mardulce) y ahora la flamante Degenerado (Anagrama). Había leído las primeras tres y conocía la escritura potente y arriesgada de Harwicz, su interés por las pulsiones extremas, las pasiones contradictorias y los fluidos corporales, una escritura cuidada y al mismo tiempo salvaje que la llevó a ser candidata al Man Booker Prize para extranjeros (como el Oscar correspondiente). Tal vez debería haber un Man Booker para extranjeros que viven en el extranjero.
De todos modos, no estaba preparado para Degenerado, una novela francesa escrita en un castellano particular, no en el tristemente famoso “castellano neutro”, sino en una lengua que mezcla discretamente palabras de los distintos países de habla hispana: Harwicz puede usar “guata” como los chilenos, “villero” como los argentinos, “trusa” (en el sentido de bombacha) como los cubanos, o “escaquearse” como los españoles. En alguna entrevista, la autora declara que su referente en ese sentido es Copi, “que logró lo que no logró nadie: un lenguaje que no es ni español ni francés”, aunque lo suyo sea apenas “un español enrarecido”.
Y lo es. Pero dije arriba que es una novela francesa porque aunque tenga unas pocas referencias a la Argentina contemporánea (entre otros lugares), no solo transcurre en Francia (en un tiempo impreciso, que bien podría ser el pasado o el futuro) y es tremendamente celiniana. Degenerado es el monólogo (se podría representar sin cambios en el teatro) de un viejo acusado de violar y asesinar a una chica negra en un pequeño pueblo, al que sus vecinos quieren linchar y se vuelve un espectáculo mediático. Pero el protagonista sin nombre es menos un monstruo individual que una especie de personaje-valija que contiene a todos los réprobos: no solo a los pedófilos, zoófilos, violadores o practicantes del incesto, sino a otros enemigos de la sociedad: artistas frustrados, trabajadores explotados, extremistas, pobres, sucios, feos y malos en general. Dije novela francesa, pero es también una novela antifrancesa, sobre todo antiparisina, porque el mundo privado de Harwicz tiene mucho de campesino: “Yo no soporto nada de París, ni su lluvia ácida ni los acueductos con candado ni el flirteo. Ni su lengua romance de erres remolcadas desde la cuna, ni Eloísa y Abelardo, ni la liliputiense Edith, ni el tétrico Père-Lachaise. Echen abajo París. Desnúquenla. Póstrenla. Trocéenla. Vuelvan Venezuela Guantánamo París.”
Formidable. Degenerado es el alegato del reo ante la jueza, un reo que no quiere defensores sino invocar a todos los demonios que lo llevaron antes que a delinquir a callar, estropeado por años de un mundo donde rigen el abuso infantil generalizado, el sometimiento, la normalización de los deseos, la adulación a la policía o a Stalin y una indiferencia atroz por el prójimo. Harwicz se propone adentrarse en el infierno y logra demostrar que el infierno es mucho más terrible de lo que se supone porque es mucho más cotidiano. Desde el Dante, darles voz a las voces del infierno es una alta empresa literaria, y Harwicz la emprende desde el lugar de una francotiradora en el universo cultural que ha encontrado desde dónde atacar la ciudadela de la previsibilidad.