Transcurría julio de 2001 y en Génova, Italia, se realizaba la Cumbre de G8, en medio de la mundialización liberal en ascenso, ya entonces los movimientos contracumbre antiglobalización eran parte del escenario donde se reunían los grandes decisores, aquella Cumbre sin embargo, es recordada por la muerte de un activista a manos de la policía italiana y un clima de gran tensión y represión. Las grandes economías mundiales, que forman el G20, 19 países más la Unión Europea, entre los que se encuentran los países del G8 y economías emergentes, han mostrado hacia su interior las grandes asimetrías y la tensión derivada de intereses propios.
Es interesante revisar entonces qué significó la realización de una Cumbre multilateral en Argentina por un lado, y por otro, cuáles son sus efectos. Es decir el G20 debe leerse de manera simbólica, pero también de manera pragmática. Necesariamente hablamos de política exterior y en clave argentina, eso infunde una confusión sobre hacia dónde vamos. En estos días bastante se ha hablando de la "vuelta de Argentina al mundo" a modo de una reinserción cual ingreso triunfal en el salón de las grandes potencias. A priori, se presta a confusión, porque pareciera que nuestro país hubiese estado bajo una política de aislamiento durante años, como aconteció en otros períodos de nuestra historia, pero esta expresión en rigor es inexacta. Argentina no estuvo aislada, su política exterior tenía otros objetivos por lo que la vinculación y relaciones diplomáticas tuvieron diferente intensidad con los Estados que eran destino de nuestra estrategia exterior.
Por reducir un sesgo interpretativo quizás merezcan una oportunidad ciertas aclaraciones sobre la “vuelta al mundo” y la llamada política de prestigio en materia de política exterior. La política exterior de prestigio tuvo su auge en la década del 30 con un triángulo comercial altamente satisfactorio en materia de intercambio económico para Argentina, entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Cuando se habla de “política de prestigio” se habla de soft power (poder blando), el plano simbólico de las relaciones internacionales. Siempre existió un deseo aspiracional a tener este elemento de prestigio, como en el gobierno de Alfonsín donde uno de los objetivos en materia de política exterior era que Argentina fuese una “potencia moral”. El prestigio también encierra una dimensión fáctica, aquel que debiera traducirse en un impacto económico como crecimiento, desendeudamiento, ya que cabe preguntarse si una nación con pobreza estructural en ascenso puede enarbolar una dimensión de prestigio.
Celebrar una Cumbre Multilateral como el G20 no convierte a un estado en poseedor de poder blando per se, si no hay efectos y hechos que trasciendan el espacio del encuentro, lo que ya denota un gran desafío dado que las Cumbres o espacios multilaterales muchas veces solo contienen buenos deseos y baja probabilidad de cumplimiento en lo que respecta a objetivos. La declaración final del G20 es una foto donde se cruzan el soft power, es decir las buenas intenciones respecto a la economía, la inclusión, desarrollo, género, educación, trabajo; pero se encuentran con la mano del hard power, las grandes potencias y su defensa de intereses, o lo que es lo mismo no hablar de proteccionismo, no comprometerse con el cambio climático, y nada que pueda ser una amenaza a sus intenciones. Simplemente, las asimetrías en foto y papel.
Pasando del plano simbólico al pragmático, en materia de política exterior, durante la presidencia de Carlos Menem, en un reintento por volver a establecer vínculos diplomáticos con Gran Bretaña, se firmó un acuerdo conocido como “paraguas de la soberanía”, es decir, Argentina y el Reino Unido podrían hablar de todo menos de la soberanía de las islas Malvinas. A decir luego de observar la declaración final del G20, podríamos rememorar aquel paraguas, solo que en este caso, sería el paraguas de lo importante. Sencillamente aquellos puntos donde se rozan asuntos sensibles para las grandes potencias, no hay avances. No hablar de proteccionismo, ni de cambio climático, ni de la viabilidad de las economías emergentes o atrasadas.
Al final, el G20 es parte de la política exterior que no es otra cosa que política pública de cara al mundo, en clave cíclica, o pendular, más simbolismo o más pragmatismo, de avances dudosos para los que están en el último vagón del tren. Más que hablar de política de prestigio, debiéramos hablar de política de intenciones, aunque eso sea ya otro cantar.
*Politóloga. Mag. en Relaciones Internacionales. (@barbaritelp).