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Entre James y Joyce

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Decíamos vez pasada que el último texto de Henry James, escrito posderrame cerebral y en paso militar hacia la muerte, es un monólogo donde toma la voz de Napoleón Bonaparte y en el que prefigura el famoso monólogo interior que James Joyce patentó como propio aunque lo conoció de la pluma de un tercer autor, Eduard Dujardin, quien dijo: “Joyce se tomó en serio lo que yo hice en broma”. Presumimos que soltó su burlona frase en francés, por lo que su “yo hice” no es un chiste castizo respecto del apellido del otro, sino una mera asociación verbal de este columnista. 

En fin. Estos chistes ya los hice en una vieja novela de ficción, pero el digno lector de PERFIL no tiene por qué saberlo ni saber nada en particular, que para eso lee, para enterarse. Si alguien lo supiera todo, ¿necesitaría leer? 

Incluso Dios, en ese caso, ¿resultaría el perfecto analfabeto o el mundo es el libro que revisa de manera incesante para enterarse de qué hacen y dicen los que él hizo, y sobre todo para conocer qué dicen de él, o como debieron haber sido sus creaciones? Habría que preguntarle a un teólogo de la antigüedad, quizá averiguar por qué San Ambrosio fue el primero de nuestra especie que leyó en silencio, lo que sorprendía a sus congéneres, sobre e todo a otro santo, Agustín, el obispo de Hípona, quien gracias a haber sido testigo de ese prodigio conoció los beneficios de otro modo de leer: “Cuando leía” dice Agustín, “sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido; mas su voz y su lengua descansaban. Muchas veces estando yo presente, pues el ingreso a nadie estaba vedado ni había costumbres en su casa de anunciar al visitante, así le vi leer en silencio y jamás de otro modo”.

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Voy a tratar de ceñirme al asunto. Creo. De Henry James, sin buscarlo, el monólogo interior pasa a James Joyce. El apellido de uno es el nombre de otro. La literatura es una cadena o una condena. Y como el sonido común dice que todo tiene que ver con todo, hace sentido que cierta forma de hacer literatura pase de nombres a apellidos y que algo de esa escritura de Joyce (James), no el monólogo interior sino las frases cortas, cortadas, con las que comienza el Ulysses (ejemplo: “El mar verde moco. Escrotogalvanizador”), hechas de palabras valija y de eliminación de artículos y verbos, pase después a otro Joyce, ya no, de nuevo, como apellido, sino como nombre: Joyce Cary, el autor de La boca del caballo. Cuyas primeras historias, publicadas en una revista en la década del 20, aparecieron bajo el nombre de Thomas Joyce. Por supuesto, se trata de una novela inconseguible, salvo algún ejemplar viejo en saldos. Pero si el lector quiere ver su efecto de estilo puede tal vez encontrarlo en su heredero literario J. P. Donleavy, de quien Compañía Naviera Ilimitada reeditó hace poco Cuento de hadas en Nueva York. ¿Cuál es el primer nombre de don Donleavy? Por supuesto, James.

Hay quien dice que el heredero del monólogo interior inventado por Henry James pasó directamente a Italo Svevo, y de allí a Joyce. Pero aquí no lo consideramos porque el italiano, precisamente por ser italiano, no se llamaba James.