Un lector asiduo, Carlos Alfonso Santillán, vuelve a la carga esta semana con una carta en la que insiste sobre la conveniencia o no (en verdad, él estima que no) de publicar notas o entrevistas a integrantes de las barras bravas. No entra en el fondo de la cuestión, cual es la de hacerlo preguntando de manera incisiva y sin concesiones.
Este ombudsman –cuya postura sobre el tema ha sido ya expuesta en más de una ocasión, en el sentido de editar este tipo de artículos cuando su contenido valga para ascender hacia una mejor sociedad– insiste en aquella frase mía de mayo de 2015 que el señor Santillán recuerda: “La función del periodismo es exponer toda cuestión que tenga influencia sobre la sociedad. Los problemas hay que exponerlos, no ocultarlos”). La ratifico plenamente.
En esa oportunidad, la cuestión giraba en torno a una excelente nota sobre barras bravas vinculada a lo ocurrido en el encuentro Boca-River que concluyó, tristemente, por el célebre gas pimienta generosamente distribuido por el barra Adrián “Panadero” Napolitano. El lector cuestionaba que se diera tanto espacio al tema por entender –y está en todo su derecho– que exponerlo servía para legitimar la acción de los violentos y mafiosos en las canchas.
Esta vez se refiere a la entrevista al barrabrava Ariel “Colo” Luna, que Deportes publicara en la doble página central de su suplemento, el sábado 15, con el título “Confesiones de un barra en Devoto”. Por cierto, un personaje que atrapa y se erige en noticia por su doble condición de ¿ex? miembro de grupos marginales en el fútbol, asesino de otro violento de River, Gonzalo Acro, en agosto de 2007, y condenado por tal delito a prisión perpetua.
El problema, en este caso, no es el qué (la entrevista) sino el cómo (su contenido, y en especial la actitud del periodista durante el reportaje, su redacción y su edición). En este caso, PERFIL ha cometido violaciones a lo que imponen los principios éticos y profesionales que deben regir la función periodística. ¿Cuál es la actitud que debe tener un trabajador de este oficio frente a un entrevistado? Al preguntar, debe hacerlo con rigor informativo y firmeza, marginar las concesiones, ir a fondo para evitar la manipulación del interlocutor, desnudarlo y ponerlo ante la opinión pública en su real dimensión. Lo editado no responde a estos criterios.
La primera pregunta está en línea con estos principios: “¿Por qué mataste a Gonzalo Acro?”. Bien, ahí. Pero la respuesta, extensa, es una sucesión de afirmaciones que no condicen con lo que entendieron los jueces para condenar con una pena tan severa al homicida. El dice “yo no lo maté” y el periodista no lo frena para preguntarle, entonces, quién fue. Lo deja seguir y agregar que hubo “un accidente, una riña”, que “pasaron algunas cosas que no debían haber pasado” y que su confesión fue comprada por el entonces presidente del club a cambio de 400 mil dólares. ¿Repregunta el entrevistador? No. Lo deja seguir y lo interroga luego acerca del porqué de la pelea entre dos jefes de barras enfrentados. Si bien no es mala pregunta, aparece fuera de contexto. Las afirmaciones de Luna fueron suficientemente claras como para profundizar en mayores precisiones sobre sus acusaciones, que extendió a la dirigencia del club, a los líderes barrabravas y a sus maniobras. Sin embargo, el periodista prefiere preguntarle por su acercamiento a La 12 boquense, en un giro que resulta llamativo porque permitió al entrevistado alejarse de su rol violento en River.
No abundaré en otras preguntas y respuestas (ver la nota completa en http://www.perfil.com/deportes/confesiones-de-un-barra-en-devoto.phtml), salvo en relación con una, que asombra por lo insólita: “¿Te considerás un preso político?”. La respuesta es inducida (prefiero no decir que acordada): “Sin dudas”; y permite a Luna –sin interrupciones ni pedidos de aclaraciones– desarrollar una trama en la que caen un fiscal, ex ministros, barras, Lázaro Báez, Máximo Kirchner, el espía Stiuso y otros personajes.
Respondo a Santillán: no, este reportaje no debió ser publicado de la manera en que lo fue, pero no por entrevistar a un asesino condenado sino por la endeblez de su contenido.
Este ombudsman, como lo hace en cada caso, pidió una explicación al responsable de Deportes, Claudio Gómez, quien respondió: “Pablo Carrozza (el autor) es un periodista especializado en barras bravas y publicó decenas de notas en este diario, muchas de las cuales denunciaban el accionar de los violentos de las tribunas y la connivencia con dirigentes y funcionarios. Nunca fue desmentido. Confío, por supuesto, en su rigor y profesionalidad. El tono de una entrevista es una cuestión subjetiva, opinable, y cada lector tiene derecho a coincidir o no con los contenidos, tanto de las preguntas como de las respuestas”.
El límite –le aclaro al editor– está en la actitud profesional del entrevistador: si es concesivo (a veces, hasta obsecuente), mejor no leerlo. Si es incisivo (es decir, va al hueso) es un placer hacerlo.