COLUMNISTAS
magnicidio en pakistan

Es mucho más que un crimen

El asesinato de la ex primera ministra Benazir Bhutto desató una ola de violencia que provocó 33 muertos en las primeras 24 horas, con movimientos de tipo insurreccional que atacaron edificios públicos, bancos y unidades policiales en todo el país.

|

El asesinato de la ex primera ministra Benazir Bhutto desató una ola de violencia que provocó 33 muertos en las primeras 24 horas, con movimientos de tipo insurreccional que atacaron edificios públicos, bancos y unidades policiales en todo el país.
El homicidio de Bhutto tuvo lugar en Rawalpindi, en las cercanías de la capital Islama-bad, sede del comando de las Fuerzas Armadas paquistaníes. Si los disturbios continúan, es probable que se suspendan las elecciones legislativas previstas para enero; y que el presidente Pervez Musharraf declare nuevamente el “estado de emergencia”, como lo hizo hace sólo dos meses.
El general Musharraf hasta ahora es el líder del Ejército paquistaní, que a su vez es el último árbitro de la vida política del país desde la independencia del dominio británico en 1947. Los regímenes militares ocuparon el poder tantos años como los gobiernos civiles; y los golpes castrenses han terminado con la remoción prematura de los últimos cuatro gobiernos elegidos por el voto popular (Benazir Bhutto en 1990 y 1996; y Nawaz Sharif en 1993 y 1999).
Hace dos meses, al regresar al país Benazir Bhutto tras nueve años de exilio voluntario en Londres, dos terroristas suicidas mataron a 140 personas que integraban las columnas que le brindaban una multitudinaria recepción. En los días posteriores al regreso de Bhutto, el Ejército sufrió decenas de bajas en sangrientos choques con fuerzas fundamentalistas islámicas de la Frontera Noroccidental, que bordea Afganistán.
La regla en la política paquistaní desde 1947 es la intervención del Ejército en forma actual o virtual. El poder civil, en sus raras etapas de vigencia, convocó repetidas veces a las Fuerzas Armadas para restablecer el orden, frente a masivas y violentas manifestaciones insurreccionales. Así ocurrió en 1953, 1958, 1971 y 1974.
Los partidos políticos son realidades locales o regionales, no nacionales; ninguno de ellos, ni la Liga Islámica de Pakistán (que lidera Nawaz Sharif) ni el Partido del Pueblo de Pakistán (que encabezaba la asesinada Benazir Bhutto) ni la coalición de seis partidos religiosos creados por el régimen militar de Musharraf (MMA), están en condiciones de lograr más de un tercio de los votos para las elecciones legislativas de enero.
En la frontera noroccidental, una coalición de talibanes afganos y la organización Al Qaeda, que lidera Osama Ben Laden, logró reconstituir una fuerza operativa en condiciones de desafiar al Ejército. Esta coalición, que tiene su sustento en las escuelas islámicas diseminadas en todo el país (“madrasas”) parece estar atrás de la serie sucesiva de ataques suicidas que conmueven a Pakistán, el último de los cuales terminó el jueves con la vida de Benazir Bhutto.
El Ejército es la única institución con cierto grado de cohesión en la sociedad paquistaní. También es la única con algún alcance nacional. Significa que si se fractura, el colapso del Estado paquistaní dejará de ser una hipótesis y se transformará en un dato de la realidad. No hay otra mediación institucional entre la caótica situación paquistaní, usual a lo largo de su historia, y el colapso generalizado.
La muerte de Bhutto es mucho más que un crimen en la trágica historia de Pakistán.