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tiranias

Ese mundo

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Dos noches hace que estuve en una comida con gente muy interesante: éramos quince alrededor de una mesa maravillosa.
Había dos médicos, un publicista, una abogada, tres profesores universitarios y así, un lujo. Salvo yo y uno de los profesores (el de física), todos tenían a su lado junto al tenedor el teléfono celular. Dije que era gente muy interesante y creo que no me equivoco. Pero, claro, no pude comprobarlo. En busca de un diálogo rico y colorido, asombroso en una palabra, sólo logré un muestrario de lo que puede el dominio de los celulares sobre sus usuarios.
Ejemplos (inventados pero siguiendo la tónica de lo oído esa noche): ¿viste que se ha descubierto una vacuna contra el ébola? Respuesta: ¿ah sí?, esperate, a ver. Y todos tacleaban en sus celulares para comprobar la veracidad del asunto de la vacuna. O: al final el romance no era para tanto, se divorciaron Fulanita y Zutanito. ¡No me digas!, y tecleo en el celular más lectura de la infausta noticia. Ché ¿saben que se declaró la tercera guerra mundial? Oh qué horror, a ver.
Y tecleo en el celular. La palabra, las risas, la mirada al otro en los ojos, todo eso derrotado por los clics. No hubo conversación, no hubo discusión, no hubo comunicación entre unos y otros. En resumen, no hubo reconocimiento del otro, eso que es la base de una sociedad civilizada.
Quiero dejar sentada aquí mi posición al respecto: no pertenezco a ese mundo. No quiero pertenecer a él. No puedo, siento que no debo, consentir en esa tiranía.