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absurdos

Espuma, días, noches

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| Cedoc

Hay miles de maneras de no hacer una película. Miles de maneras de no hacer casi todo. Aun así existe La noche submarina, la no película de Alejo Moguillansky filmada en el mismísimo ARA San Juan. 

En 2000, Moguillansky y dos directores (Diego Flores y Fermín Villanueva) se embarcan tres días con sus noches –indiferenciadas– para filmar una película. El azar y la desgracia quisieron que años después ese submarino implosionara y se cobrara la vida de todos sus tripulantes. Moguillansky tuvo este material inanimado diecisiete años en su isla de edición. El sentido que esas imágenes no tuvieron le fue adjudicado mucho después por obra del azar para configurar un drama político y humano. ¿Puede –además– entenderse como un drama poético?

Sí y no: en la indefinición de esa premisa navega Moguillansky al reordenar las asombrosas imágenes; sobre ellas, él mismo y la actriz Luciana Acuña susurran los motivos por los cuales no se pudo hacer una película. Brilla la primera persona; un narrador que no entiende lo que ve: la fragilidad codificada de un arma de guerra; el ritual aniñado de bautizos y palmaditas; los partidos de ajedrez de las horas libres apoyados sobre el lecho submarino; los simulacros de incendios y accidentes que de nada servirían, realizados un poco a medias, tal vez sabiendo que el destino ha sacado ya su peor carta.

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En la mesa de edición se cuece un raro object trouvé. No fue una película, ni entonces ni ahora. Es un objeto encontrado para ritualizar una despedida imposible. Moguillansky no coteja la lista de sus tripulantes con las del viaje final; sabe que algunos están muertos y teme verificar que si ellos lo están, también podrían estarlo él y sus colegas.

El experimento disponible en Kabinett lleva treinta mil espectadores en tres días. Imagino que la mayoría son milicos. Pero también familiares agradecidos, curiosos, marplatenses, argentinos, emperadores, poetas, bailarinas. Nadie está exento de la desgracia; nadie está a salvo del absurdo.