Si alguien pudiese preguntarle a Gertrude Bell, la arabista y voraz viajera británica amiga de Lawrence de Arabia (T.E. Lawrence), cómo conseguir una paz global en Oriente Próximo, seguramente ella contestaría: “El ‘cómo’ se lo explico más tarde, pero no puede lograrla sin Siria”, retomando el viejo dicho de “la paz pasa por Damasco”.
Palabras más, palabras menos es un lema aceptado por la mayoría de quienes conocen la región y una frase que suele repetir Bashar al-Assad, reelegido presidente sirio el 27 de mayo de 2007 en un referéndum. “Siria desempeña un papel integral para alcanzar la paz”, declaró a mediados del año pasado George Mitchell, enviado especial de Estados Unidos para Oriente Medio.
Acaso por ello John Kerry, ex candidato presidencial demócrata y actual titular de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, durante su estadía en Damasco esta semana, sostuvo que “comprometerse con Siria es una prioridad en los niveles más altos del gobierno de Estados Unidos”.
En el mismo sentido, y luego de que la administración George W. Bush llamara a consultas al embajador norteamericano en 2005, luego del atentado que le costó la vida al ex primer ministro libanés Rafik al Hariri (del que se responsabilizó a la inteligencia siria), Barack Obama propuso ante el Senado el 17 de febrero pasado al diplomático Robert Ford como nuevo embajador en Damasco. Ford venía desempeñándose como “número dos” en la embajada norteamericana de Bagdad.
Por cosas como éstas reniega el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, quien esta semana disparó un ataque aéreo nocturno sobre la Franja de Gaza, en represalia por el lanzamiento de misiles Kassam contra el sur de Israel por parte de Hamas. “Sólo se están tomando el pulso”, sostuvo el analista político sirio Imad Shuebi: opiniones para todos los gustos, que sólo disipará el futuro. Aquel mismo miércoles 17 de febrero, Bashar al-Assad recibió al subsecretario de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, William Burns, el funcionario de más alto rango que había pisado Siria en los anteriores cinco años. El hecho es que Siria, además de su posición geoestratégica, cultiva lazos muy aceitados con países clave del Oriente Medio árabe y del mundo islámico. Desde el pasado 13 de enero, cuando al-Assad se reunió con el rey saudí Abdalá bin Abedlaziz en Riad, las relaciones entre Siria (aliada de Irán) y Arabia Saudita (de los Estados Unidos) experimentaron una mejora palpable.
La penúltima semana de marzo, el ministro de Relaciones Exteriores saudí, Saud al-Faisal llegó a Damasco en el curso de una visita no anunciada. Al término de su reunión con al-Assad, ambos comunicaron que era importante “coordinar los esfuerzos árabes para develar las prácticas israelíes que reflejan” su falta de deseo en alcanzar la paz.
A pesar del gesto de Obama en cuanto a reponer al titular de la embajada, ello no fue óbice para que en mayo de 2009 renovara las sanciones contra Siria con el argumento de que apoya al terrorismo, desarrolla armas de destrucción masiva y busca desestabilizar a Irak, país con el que comparte una frontera porosa por la que han circulado combatientes de Al-Qaeda.
Pero en esa parte del mundo, nada es totalmente blanco o totalmente negro; algo que hacía las delicias de T.E. Lawrence.
No menos cierto es que en su momento, luego del 11-S, el entonces secretario de Estado Colin Powell agradeció la colaboración de Siria en los esfuerzos norteamericanos contra Al-Qaeda, consistente en “información operativa” que ayudó a “salvar vidas norteamericanas”. Según el blog Syria Comment, administrado por Joshua Landis, el presidente al-Assad está impaciente por cultivar buenas relaciones con el próximo gobierno de Bagdad, con un ojo fijo en empujar las relaciones económicas entre los dos países, particularmente en el área de la construcción de oleoductos. En cualquier caso, una armónica relación trilateral entre Siria, Irak y los Estados Unidos redundará irrefutablemente en un retiro más fácil de las tropas norteamericanas y en un progreso iraquí más expeditivo.
De acuerdo con el diario egipcio Al-Masriyun, el presidente sirio planea visitar próximamente El Cairo, con la idea de forjar acuerdos más sólidos sobre la cuestión palestina. La reciente llegada a Siria del líder de los drusos del Líbano, Walid Jumblatt, quien antaño calificó a al-Assad de “salvaje”, “mentiroso” y “criminal”, buscando abrir una nueva página en las relaciones mutuas, también evidencia la dinámica de cerrar filas en búsqueda de una posición común frente a Israel. El grupo militante libanés Hezbollah, con estrechos vínculos con Siria, recibió el viaje con satisfacción.
Adicionalmente, el premier palestino Salam Fayad predijo que agosto de 2011 será el mes en que un Estado Palestino capaz de convivir en armonía con Israel será proclamado. Auspicios que contrastan con el sonido y la furia de los ataques sobre las zonas de Gaza. Ahmed Salkini, consejero político de la Embajada de Siria en Washington, sostiene que el camino que se abre no va a estar pavimentado sólo con éxitos, pero que es necesario perseverar en esta dirección porque no hay otra chance.
La Conferencia de Paz de París, que tuvo lugar entre enero y julio de 1919, tuvo –entre cientos de delegados y miles de consejeros, empleados y mecanógrafos– a tres asistentes singulares: nuestros conocidos Gertrude Bell y Thomas Edward Lawrence (Lawrence de Arabia), y Faysal ibn Husayn, cabeza visible de la rebelión árabe de 1916, quien asistió para obtener el cumplimiento de la promesa de Gran Bretaña consistente en establecer un Estado árabe independiente. Gertrude y Lawrence hacían gala de su impaciencia con los mediocres. En una cena, una vecina de mesa de Lawrence comentó nerviosa: “Me parece que mi conversación no le interesa demasiado”. Lawrence le contestó que estaba totalmente equivocada: “No me interesa en absoluto”.
Faisal, un guerrero de 33 años, a quien la experiencia y la traición habían “acentuado su aire melancólico”, también fue traicionado en París. La soberanía árabe sobre Siria (entendida como los actuales Siria, Líbano, Jordania, Israel y los territorios palestinos) es reemplazada por las potencias, que la sustituyen por las llamadas zonas de influencia o “mandatos”.
Gertrude Bell escribe a un antiguo colega: “Oh, querido, están creando un terrible embrollo con Oriente Próximo. Personalmente, estoy segura de que será mucho peor de lo que era antes de la guerra”. No se equivocó. Ojalá que no se equivoquen ahora quienes están abocados a dar soluciones para el mismo embrollo.