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Ayer escuché en televisión al profesor Tokatlian, experto en relaciones internacionales, calificar de extraordinario Anatomía de un instante, el libro de Javier Cercas. El profesor Tokatlian estaba hablando del atentado en Orlando y no logré comprender qué relación podía tener ese libro, que se ocupa del fallido golpe de Estado en 1981 contra la naciente democracia española, con los sucesos de estos días. Cuando en una reseña de La uruguaya, la novela de Pedro Mairal, Tamara Tenenbaum invoca a Cercas y a su “concepto maravilloso de ‘punto ciego’ que está a punto de ponerse de moda en la crítica literaria porteña” comprendí que Cercas se ha transformado en un talismán, al que se recurre en las circunstancias más diversas.
De Cercas había leído Soldados de Salamina y el citado Anatomía de un instante. Me pareció el típico escritor español farragoso, que tiene el oficio necesario para agregar suspenso a los hechos históricos y usa mil palabras para lo que puede contarse en cien. Nunca me imaginé que pudiera ser un visionario de la geopolítica como para explicar los atentados terroristas, ni un teórico de literatura capaz de influir en la manera de reseñar novelas. Así que fui a leer El punto ciego, un libro que recoge unas conferencias que Cercas dio en Oxford en 2015. Allí sostiene que desde el Quijote en adelante, las mejores novelas modernas tienen en su centro una pregunta cuya respuesta no encuentran, pero cuya búsqueda constituye su verdadera razón de ser. Los ejemplos que da Cercas son variados: ¿estaba loco don Quijote? ¿De qué es culpable Joseph K en El proceso? ¿Quién mató al Esclavo en La ciudad y los perros? ¿Qué representa la ballena blanca en Moby Dick? Cercas aclara que esas obras no se agotan en la pregunta y, con su infalible instinto para la obviedad, nos informa que “cuanto más ambigua es una obra mejor es, porque es más polisémica”. Pero lo que apenas disimula El punto ciego es la intención del conferencista de colocar su propia obra en el ápice de la gran tradición literaria universal (“con la máxima humildad, pero también con la máxima ambición”): el libro resulta así una encubierta exégesis de su propia obra, cuyo método es plantear preguntas irrelevantes (¿por qué un soldado republicano le perdonó la vida al poeta fascista Sánchez Mazas?, ¿por qué Adolfo Suárez se mantuvo de pie cuando los amotinados entraron a los tiros en el Parlamento?) que funcionan como McGuffins de su maquinaria narrativa.
La uruguaya es una novela catártica, confesional, que usa con eficacia tres tiempos narrativos (el presente del relato, los recuerdos, el anticipo fugaz de la catástrofe que se avecina) y trata sobre un personaje angustiado que no sabe bien por qué engaña a su mujer, ni por qué se enamora de otra, ni por qué hace muchas cosas, ni por qué su mujer o la otra hacen otras cosas, ni por qué el mundo es un lugar tan raro. Hablar de su punto ciego es perogrullesco. En b it n us, un libro de poemas de Luz Pearson (Buenos Aires, 1974), leo estos versos contundentes: “El fauno no se confunde/ El fauno me coge/ El fauno no me quiere”. Me gustaría llamar a Cercas y preguntarle por qué el fauno no se confunde y sugerirle que dedique trescientas páginas a desentrañar el punto ciego del fauno de Luz Pearson.