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La causa por la batalla de los quinchos

Este juez es raro

Aguilar hace lo que puede y espera que el Cholo se mantenga en línea desde el viejo celular que Bianchi usaba para hablar con Dios. Si el equipo sigue ganando, Aguilar sabe que algo puede salvar en el naufragio en el que se debate, ya sin botes ni salvavidas, y que las victorias pueden ir en su auxilio como un barco que se divisa en el horizonte en plena tormenta.

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Victor Hugo morales |

Aguilar hace lo que puede y espera que el Cholo se mantenga en línea desde el viejo celular que Bianchi usaba para hablar con Dios. Si el equipo sigue ganando, Aguilar sabe que algo puede salvar en el naufragio en el que se debate, ya sin botes ni salvavidas, y que las victorias pueden ir en su auxilio como un barco que se divisa en el horizonte en plena tormenta.
Entrenado para hablar ante cámaras y micrófonos afines al negocio, a lanzar sus discursos sin oposición, piensa que es lo mismo un periodista joven que tira centros –o aquel más experimentado que sabe a qué se está jugando en los tiempos del periodismo que vendió su alma al diablo–, que un juez de la Nación. Y le mete para adelante.
No cuesta demasiado imaginar los sentimientos del doctor Luis Rodríguez, que investiga la causa de la batalla de los quinchos de River, cuando Aguilar hace sus descargos. No conoce, no sabe, no vio, jamás participaría de eso, no dio entradas, ni plata, ni apoyos y su compañero de directiva Héctor Cavallero, una vez más no sabe nada cuando dice que los dirigentes crearon a ese Frankenstein que ahora los acogota a ellos.
Mientras Aguilar se aferra al carajo del barco, un ministerio achica el pánico y saca un poco del agua que se cuela por todos los agujeros: dos fechas de suspensión a la popular resultan un alivio. Ni los antecedentes de las otras clausuras, ni el desastre ocurrido en Vélez hace dos semanas le parecieron elementos de peso al ministro Aníbal Fernández.
El castigo parece broma: dos fechas sin que los hinchas puedan ir a la popular. Castigo minimizado cuando la AFA de Grondona –que baldea desde cubierta y lo pone a la derecha de Dios Padre designándolo su más preciado vicepresidente– actúa con la celeridad del caso y con sus amigos de la televisión pone el partido a las dos de la tarde del domingo para que la afrenta de la tribuna vacía no se vea en el exterior.
Cansa Aguilar. “A ver...”, le habrá dicho al juez usando el intelectualizado latiguillo de moda, para iniciar su primera respuesta, sin saber que lo tendrían cuatro horas declarando, despojado de ese ejército de abogados, escribanos y camarógrafos que usa para ir a hacer sus descargos ante los periodistas que lo persiguen los domingos. Los pobres no saben que Aguilar prepara un best seller donde hablará de los críticos que se venden a grupos de televisión que le quieren soplar la dama a los que están ahora. Prologado por alguno de los periodistas que él dice que tenía comprados, el éxito está asegurado. Avanza poco, suele quejarse. Los juzgados con los jueces que le imputan delitos. Todo lo distrae.
Cavallero le patea en contra. Los Schenkler, ni hablar. Y este Rodríguez que quiere saber si la barra peleaba por plata,  si los muchachos vendían entradas de protocolo, si un famoso Luisito, barra involucrado en un asesinato, todavía trabaja en el club. Que sí, tuvo que decir. El hombre busca talentos donde otros no se meten, parece que aclaró. ¡Qué coraje! Y las de protocolo, a esas entradas las maneja Israel, por lo que él, Aguilar, de eso no sabe nada, ¿me entiende?
Y el juez, dale que te dale. Cuatro horas. Miraba el reloj, Aguilar, le iba eliminando otras reuniones que tenía programadas. Confiaba que sería cuestión de un ratito, tranquilo como está, de que nada tiene que ver con estos asuntos. Pero este juez es raro. Se nota que tiene poco que hacer y se le ocurre trabajar justo cuando Aguilar va de onda a explicarle cómo son las cosas. No es para tanto: hoy es domingo y juega contra Tigre. La presión del Cholo, las manos de Carrizo, y un toque de distinción de Buonanotte (¡qué pibe para el Locarno, eh!) pueden regalar un lunes mejor que esta mañana de quemar diarios en el patio.