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 Europa y América Latina

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Una nueva cumbre de mandatarios de la Unión Europea (UE) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) se celebró en Bruselas con un título ambicioso y convocante: “Modelar nuestro futuro común”. Pero ¿era ésa una aspiración realista? ¿Existían cimientos firmes para un “futuro común”? En general las referencias a la intensidad y profundidad de los lazos entre los países de Europa, América Latina y el Caribe tienden a exagerarse y de una manera imprecisa. Es verdad que en ambas regiones habitan más de mil millones de personas. Sin embargo, no se puede desconocer que Europa tiene importantes problemas demográficos y que sus políticas migratorias no son especialmente generosas con los latinoamericanos y caribeños. Es cierto que en los cónclaves UE-Celac asisten ocho de los miembros del G-20. Aunque sólo tres son de América Latina y las posturas entre los miembros latinoamericanos y europeos de ese grupo no necesariamente han sido coincidentes. Es exacto que la UE es el segundo socio comercial de la Celac. Sin embargo, el mayor porcentaje del intercambio birregional se concentra en unos pocos países a ambos lados del Atlántico. Es también usual que se proclame, en especial desde Europa, que el esquema de cumbres entre europeos, latinoamericanos y caribeños constituye un ejemplo de “asociación estratégica”. Pero hay una confusión notoria en torno a la expresión estratégica, a tal punto que se superponen múltiples asociaciones estratégicas con otras regiones y países, tanto en los enunciados de los países de la UE como en los de la Celac, de tal modo que el término se ha vaciado de contenido efectivo.

En este contexto, la reciente cumbre UE-Celac tenía un desafío notable: cómo reactualizar su importancia reconociendo los límites vigentes a una interacción más robusta entre las dos regiones. Los escollos a superar no eran ni son menores. Existen elementos estructurales que han ido produciendo un silente distanciamiento mutuo. El tamaño de los cambios en cada región; los reacomodos de poder global y sus efectos para Latinoamérica y Europa; la dimensión de los dilemas domésticos a cada lado del Atlántico; las resistencias de Occidente a la redistribución de riqueza e influencia respecto al Sur; entre otros, han generado situaciones y opciones diferenciadas para cada parte. Persisten eventuales puntos de intersección en cuanto a valores y prioridades. No obstante, se viene reduciendo el conjunto de incentivos positivos para que Europa y América Latina y el Caribe forjen una agenda original y consensual.

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A lo anterior se han agregado algunos fenómenos recientes preocupantes. Primero, el multilateralismo está en crisis. Los déficits de legitimidad y la parálisis institucional de diversas organizaciones internacionales constituyen una dificultad significativa y no se atisba en el horizonte un robustecimiento de los ámbitos multilaterales de alcance global. Segundo, la integración atraviesa un momento delicado: más aun parece crecer la potencialidad de desintegración. En Europa y Latinoamérica, por razones distintas, pero con efectos similares, hay signos regresivos en materia de integración. Tercero, es evidente la supervivencia, en múltiples contextos, de la soberanía como categoría política. Juristas y economistas, progresistas o neoliberales, pueden decretar la irrelevancia de la soberanía en el mundo actual, pero tienden a exagerar: hay una gran variedad de “mundos” yuxtapuestos –premoderno, moderno, posmoderno– en espacios geográficos y ámbitos culturales muy diversos en los que la soberanía no ha perdido vigencia. Y cuarto, es imprescindible observar y entender el eventual cambio en los intereses estratégicos de élites clave. Esto se puede manifestar, por ejemplo, en la tentación de imponer los propios intereses nacionales (y de ciertos grupos particulares) por sobre los compartidos, tanto en el plano regional como birregional, y de monopolizar los mayores beneficios individualmente. Para el caso de la UE es esencial precisar si ese cambio se está produciendo en Alemania y qué ocurre desde el otro lado del Atlántico con Brasil.

Así entonces, las conclusiones del encuentro de Bruselas indican que los cónclaves UE-Celac estarán destinados a perder razón de ser si no se reorientan. Para que esto último no suceda se necesita definir, al menos en el corto plazo, un foco de interés convergente, estimular una postura coincidente y generar un ideal compatible.
Para lo primero el tema de la energía podría ser un asunto primordial. Europa necesita reducir su dependencia energética de Medio Oriente y Rusia y Latinoamérica posee no sólo abundantes recursos en materia de hidrocarburos convencionales, sino también grandes reservas off-shore, así como petróleo y gas shale. Salvando las distancias y en el entendido de que la analogía no es exacta por varios motivos, podría concebirse a nivel birregional un pacto energético como el que lograron China y Rusia en 2014 equivalente a unos US$ 400 mil millones.
Para lo segundo, sería promisorio que europeos, latinoamericanos y caribeños aunaran algunos principios y posturas en torno al tópico de las drogas; en especial en vista de la sesión especial sobre la materia convocada por Naciones Unidas para abril de 2016. Ya que existe el Mecanismo de Coordinación y Cooperación en materia de Drogas entre la UE y la Celac es tiempo de que ambas regiones convengan iniciativas razonables y realizables a favor de la experimentación en vez de la represión, de la regulación en vez de la prohibición. Lo anterior sería un paso adelante para remozar los vínculos entre europeos, latinoamericanos y caribeños.

Y para lo tercero, podría ser valioso crear un foro permanente, con participación de actores de las sociedades civiles de las dos regiones, alrededor del tema de derechos humanos con el fin de fomentar un nuevo diálogo entre las partes. Ni Europa tiene una superioridad moral en esa cuestión ni es conveniente que dos áreas del mundo que tanto han aportado a la promoción internacional de los derechos humanos en las últimas décadas entorpezcan sus lazos por la presión de grupos recalcitrantes a uno y otro lado del Atlántico. Ni el cinismo ni la pasividad pueden ser la guía para relocalizar el tema de los derechos humanos en un sitio prominente del diálogo político entre europeos, latinoamericanos y caribeños.

*Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella. / Este artículo se basa en una versión más larga publicado en la revista Nueva Sociedad web, junio 2015.