Los teatros de España, los de Italia, se están argentinizando. Ya hemos escuchado el argumento tantas veces que, me parece, es hora de empezar a revertirlo. El argumento es que con la crisis sus teatros están ganando en originalidad, en necesidad. Al no poder depender más de los subsidios, las compañías hacen teatro por amor y convicción, no por dinero, y eligen salas alternativas, ensayan sin cobrar, sostienen un trabajo formal de día para oficiar de actores de noche. ¿Es el modelo argentino? Podríamos discutirlo. Lo primero es parar la bola de nieve: a todos los actores argentinos nos encantaría gozar de las facilidades que hasta hace poco sobrevivían en España. No es motivo de orgullo que exportemos pobreza. ¡Si al menos se hablara de exportar dignidad! Si se dijera –por ejemplo– que estas compañías argentinas se organizan como fábricas tomadas donde temas, textos, roles y distribución de las magras ganancias son planteadas en cooperativa… Pero no. Lo que se sostiene es que si el teatro argentino es bueno siendo pobre, España tiene una lección por aprender. Yo les sugiero que no la aprendan. Que desconfíen del sentido común que hará notar que si el teatro se hace igual sin pagar un peso por él, entonces ¿para qué pagarlo? Que defiendan el derecho a subsidiar la cultura, que no es un negocio. Que entiendan que los actores son como cualquier otro trabajador, y que un teatro que se cierra es como una fábrica que cae.
Después sí, si quieren, dialoguemos de creatividad, de ingenio, de libertad, de audacia. Que podríamos exportar también eso y no sólo pobreza.