Muchas cosas se han comentado y escrito desde que saliera a la luz la foto del cumpleaños de Fabiola que cristalizó en la mente de todos la imagen por la que se recordará a la presidencia de Alberto Fernández. Pero poco de lo que se ha escrito ha buscado una conexión entre ese cumpleaños y las perspectivas económicas para nuestro país. Alguien podría pensar que intentar establecer una relación ahí sería un acto de exageración solo concebible como parte de una operación mediática que busca debilitar la autoridad presidencial (como si no alcanzara con lo que ya hace la vicepresidenta). Pero, lejos de ser un acto de exageración, la relación es directa. Simplemente porque un país donde los gobernantes se consideran por encima de la ley (y se salen con la suya, confirmando la percepción) hace de ese país un lugar inapropiado para invertir. Hoy es esto, mañana es modificar arbitrariamente los términos de una concesión. Hoy es esto, mañana es una expropiación sin causa. Algo así –para dar un ejemplo en el que la distancia nos permite una mayor objetividad– como cuando hace algunos años el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, ganaba el gordo de una lotería nacional en su país. No se necesitaba mucho más para saber que ese no era un lugar donde tus derechos estuvieran protegidos. Y así les fue.
A esta altura ya sabemos que el Gobierno nos encerró para enfrentar un virus que se transmite por aire en ambientes cerrados. Así, en un mismo acto, logró aumentar la propagación del virus y destruir nuestras fuentes de ingreso. Por si esto fuera poco decidió no comprar las vacunas que Pfizer le ofreció cuando todavía escaseaban en el mundo. Tratemos de entender esa decisión: con un déficit fiscal cercano al 5% del PBI el Gobierno consideró que no era prioritario, o que era demasiado oneroso, un gasto de 0,06% del PBI. OK, abandonemos, no es ni será posible entenderlo.
Pero todo esto, en realidad, ya se sabe. ¿Qué sabemos de los efectos de largo plazo que estamos incubando como resultado de la manera en que el Gobierno nos hizo afrontar la pandemia? Que haya impacto no debería sorprendernos. Silvia London, de la Universidad del Sur, encontró que los ingresos de los niños que habían sido gestados durante la pandemia de 1918 eran, todavía en 1970, significativamente menores que los de los niños nacidos un año antes o uno después, un efecto que ella atribuye al deterioro nutricional de las madres durante el pico de la pandemia. Lo que hacemos hoy reverberará por décadas.
Una primera aproximación para evaluar los efectos persistentes que tendrán las políticas que se usaron para lidiar con la pandemia es comparar las proyecciones de crecimiento económico de 2019 (es decir, previas a la pandemia) con las que tenemos ahora. Al hacerlo para todos los países y comparar entre ellos no podemos echarle la culpa a una pandemia que sufrieron todos. Si hay diferencias en todo caso será por la calidad de las respuestas a la misma.
Por ejemplo, la economía de los EE.UU. este trimestre superó las proyecciones de donde se pensaba en 2019 que estaría hoy. Así, en los EE.UU. la pandemia luce como un shock que va quedando atrás sin haber hecho un daño permanente.
¿Dónde se piensa que estarán Argentina y otros países en 2024 y cómo comparar con lo que esperábamos para cada uno de ellos antes de la pandemia? Usando para este ejercicio datos del WEO, vemos que para los EE.UU. la proyección es básicamente la misma que había en 2019. En Uruguay superior. En cambio, se espera que Argentina tenga en 2024 un producto 6% menor al que se preveía en 2019. En otras palabras, lo que es un efecto transitorio en EE.UU., o positivo en Uruguay, está resultando una pérdida permanente en Argentina.
Usando este criterio (cuánto cae el ingreso esperado para el año 2024 respecto de lo que esperábamos en 2019) nuestro desempeño relativo es pobre. En una lista de mejor a peor nos ubicamos en el puesto 114 de entre 191 países. Pero en realidad, estar peor que lo que anticipábamos en 2019 implica ni siquiera alcanzar las ya modestas proyecciones de ese momento. De hecho, si miramos simplemente cuánto esperamos que crezcan todos los países entre 2019 y 2024, siempre con datos del WEO, vemos que Argentina ocuparía un catastrófico puesto 167 de entre 191 países. De los países no insulares del mundo solo Italia, Sudáfrica y Ecuador tendrían un peor desempeño.
¿Qué explica este deterioro? Una parte central es el genocidio educativo al que se abocó con una devoción casi religiosa este gobierno y que nos acosará como un fantasma de pobreza y oportunidades perdidas por al menos cuarenta años. Pongámosle un número. De hecho, el cálculo no es tan complicado. En un trabajo publicado por la Universidad Nacional de La Plata David Jaume y Alexander Willen constataron el impacto de las huelgas docentes en los ingresos futuros de los chicos. Encontraron que la pérdida de cuatro meses de clases generaba una merma de 3% en sus ingresos para el resto de sus vidas (Baradel, tomar nota). Si consideramos que cuando abandonemos esta locura 15 camadas de chicos habrán perdido casi dos años de clase, el cálculo permite estimar una merma de un 12% en sus ingresos esperados. De por vida. En 15 años estos chicos serán el 35% de la fuerza laboral, explicando una caída en todos los ingresos salariales del 4,2% que luego persistirá unos cuarenta años. Entre ahora y 2077, cuando el último niño afectado por la pandemia se retire de la fuerza de trabajo, se habrán perdido ingresos laborales por el equivalente de casi dos años enteros (la igualdad con los dos años de escolaridad perdidos es casual) con sus secuelas de exclusión, pobreza y privaciones. Pero ese es solo el efecto directo, un número de mínima. Un menor nivel educativo implica un menor nivel de inversión en capital físico. El efecto final seguramente es mucho mayor.
Concluimos entonces que al pobre manejo de corto plazo de la pandemia se suma el daño que le hemos propiciado a nuestro propio futuro. Mientras acumulamos estas deudas que los responsables nos miren sonriendo desde una foto hace todo más difícil de digerir.
*Profesor en la Universidad de San Andrés, Harvard y HEC (París).