En tiempos recientes se ha caracterizado a la oposición como dividida entre palomas y halcones. Las palomas enfatizan la necesidad de generar consensos amplios y sanar la grieta. Los halcones defienden un enfoque más frontal contra lo que creen es un proyecto autoritario de poder que no debe ser seducido sino destruido. Pero las diferencias no se circunscriben a lo político, en las dos visiones subyacen diagnósticos diferentes sobre los orígenes del malestar de nuestra economía.
El enfoque de las palomas comulga con la idea de que la economía argentina adolece de una suerte de conflicto distributivo estructural. Demandas sociales inalcanzables que inducen intentos de satisfacerlas que irremediablemente fracasan. El fracaso, a su vez, viene con grandes crisis que tarde y mal ponen las cosas en su lugar. Luego de la debacle, como en el mito de Sísifo, el ciclo vuelve a repetirse. Por eso, piensan las palomas, solo un proyecto político integrador puede parar este ciclo autodestructivo.
Los halcones piensan que el conflicto en Argentina es más mundano y universal. Para los halcones, el problema no es el de una sociedad que exige demasiado, sino que exige demasiado poco, dejándose avasallar por el Estado y los grupos de interés que pululan bajo su sombra. Solo cortando los mecanismos por los cuales el poder esquilma a sus ciudadanos, argumentan, se podrá recuperar una economía sana y más justa. Tiendo a preferir está segunda interpretación.
La historia paloma deja algunas lagunas. Pensar que se cometen una y otra vez los mismos errores y que nadie anticipa la consecuencia de sus acciones parece un poco excéntrico. Por otra parte, ¿cómo explicar que solo en Argentina se manifiesta este conflicto? Solo una mirada provinciana podría obviar este punto. Pero la laguna más importante es que la historia no se sostiene en los hechos. Durante toda la segunda mitad del siglo XX la tasa de desempleo en Argentina fue muy baja y el salario real de los más volátiles del mundo. Si el conflicto por los ingresos es la fuente del problema deberíamos haber visto muchas más tensiones (léase desempleo) en el mercado de trabajo y un salario real más estable. Vemos exactamente lo contrario.
La hipótesis del conflicto estructural, a mi entender, nos confunde también al plantear que el problema es distributivo y no de crecimiento. La ciencia económica, a diferencia de la ciencia política, entiende las interacciones económicas como win-win y no como juegos donde lo que uno gana el otro lo pierde. Alimentar el discurso del conflicto distributivo nos aleja de lo que tenemos que hacer, estimular la competencia y el cambio, y termina operando como un paraguas intelectual para un Estado presente que solo sirve para alimentarse a sí mismo.
Veamos, en contraste, cuatro ejemplos que tipifican los conflictos que preocupan a los halcones, básicamente ejemplos de cómo el poder se apropia de recursos limitándole la posibilidad de innovar, competir y crecer al resto de la sociedad.
1. La protección a los celulares implica que los trabajadores argentinos pagan el 0,3% del total de sus ingresos como “extra” (es decir por encima del costo internacional) a los intermediarios que traen celulares de China para empaquetarlos en Tierra del Fuego. Un 0,3% gastado en eso es menos plata para gastar en otras cosas. De hecho, si reasignáramos ese gasto a las cosas en las que la gente compra habitualmente se crearían 60 mil puestos adicionales de trabajo. Menos plata y trabajo para los trabajadores, menos oportunidades para miles de emprendedores. No es puja distributiva, es un avasallamiento por parte de intereses corporativos.
2. La destrucción del mercado aerocomercial local es un golpe bajo la línea de flotación a la industria del turismo, la industria de exportación más competitiva, federal y mano de obra intensiva que tenemos. Esta política no reporta beneficio alguno para ningún trabajador, mucho menos para los empresarios que podrían darles trabajo. Los únicos beneficiados serían, en todo caso, algunos privilegiados en Aerolíneas.
3. La limitación de la elección de la obra social anunciada hace un par de semanas: una extracción lisa y llana de recursos a empresas y trabajadores para transferirle una renta al sindicalismo. ¿Cómo podría esto representar la resultante de una puja distributiva? La movida, reconozcámoslo, al menos dio una de las piezas comunicacionales más notables de los últimos años. Al tiempo que se les prohibía a los trabajadores elegir la obra social de su preferencia, la CGT escribió en un comunicado: “El Presidente reafirmó el poder del sector trabajador de elegir libremente”. Parafraseando a Marx, “el relato es el opio de los pueblos”.
4. Militar el cierre de los colegios por un año y medio dejando más de un millón de chicos sin educación sin razón evidente –la medida se revirtió de un día para el otro y no se habló más del asunto– solo para no confrontar con los docentes (o con quienes supuestamente los representan). ¿Cómo puede explicarse en la lógica de la puja distributiva el despojar a toda una generación de las herramientas para progresar en la vida?
Lo interesante es que estos ejemplos son universales. No tienen nada de excepcional. Daron Acemoglu y Jim Robinson ilustran casos parecidos en mil ejemplos de otros países en su conocida obra Por qué fracasan las naciones. Para Acemoglu y Robinson el crecimiento es un equilibrio difícil porque desarrollar instituciones inclusivas y pro crecimiento requiere un balance delicado entre el imperio de la ley, que requiere una cierta presencia del Estado, y el imperio de la libertad, única manera de liberar las fuerzas productivas de una sociedad. En pocos países estas dos tendencias se controlan y equilibran mutuamente, son las democracias del mundo occidental. Pero otras sociedades se desvían de este equilibrio: en unos casos el poder se come todo y se tiende al autoritarismo, en otros casos a la anarquía.
Argentina hoy ya está en una trayectoria en la cual el poder autoritario del Gobierno amenaza con cooptarlo todo sofocándonos en la inacción. El problema no es que los trabajadores pidan una parte más grande de la torta, el problema es, justamente, que todos los días se dejan robar un poco más.
*Profesor en la Universidad de San Andrés, Harvard y HEC (París).