COLUMNISTAS
opinion

Familismo amoral

20210613_sillon_presidencial_banda_temes_g
Líderes. Dos de los cinco presidenciables 2023 dicen en privado que sin consenso fracasarían. Los otros tampoco abonan la grieta, a diferencia de lo que parecen hacerlo en público. | Pablo Temes

Hay pocas certezas que pueda tener alguien que aspire a presidir este país. Pero hay algo de lo que puede estar seguro: sea cual fuere su plan económico, fracasará si cree que podrá llevarlo adelante con una alianza que represente a solo el 40% del electorado.

Dos de las cinco personas que hoy aparecen con más chances de gestionar el Estado en 2023, en la intimidad, coinciden con esa idea: “Si no se puede regenerar un marco general de consenso, cualquiera que esté en el Gobierno va a fracasar”. Son dos personas que lideran espacios dentro del oficialismo y la oposición.  

Grieta y crisis. Tanto Cristina como Macri creyeron que sus propias bases alcanzaban para construir una nueva hegemonía cultural, pero al finalizar sus mandatos los únicos convencidos eran los que ya lo estaban. La consecuencia fue que, a falta de un relato mayoritario, se consolidaron dos hegemonías enfrentadas. Con el paso de los años, cada relato fue sumando pasión y mito hasta llegar a esta simplificación intelectual que santifica lo propio y demoniza lo ajeno.

La pregunta es si hubo relación entre esa grieta social y los malos resultados económicos del último gobierno de Cristina y de Macri. Quienes piensan que no existe relación entenderán que las sociedades prosperan igual sin acuerdos de convivencia y pese al riesgo permanente de que todo cambie cada cuatro años.

Edward Banfield concluyó en que la pobreza se relacionaba con la desconfianza hacia los que no...  

Pero el vínculo entre desconfianza social y subdesarrollo está probado, sin necesidad de ejemplos extremos, como las guerras internas que destruyeron economías y países.

A mediados del siglo XX, Edward Banfield (La base moral de una sociedad atrasada) estudió ese vínculo en el pobre sur italiano, en el que se privilegiaban las relaciones familiares (no solo las de los clanes mafiosos) por sobre el resto de las relaciones sociales: la incapacidad colectiva por actuar detrás de un bien común les impedía crecer. Lo llamó “familismo amoral”. En pos del “todo vale” para beneficiar al propio grupo convertían a esos pueblos en campos de batalla en los que no crecía el comercio ni la industria ni nada. Al final, perdían todos.

Las investigaciones posteriores de Robert Putman, discípulo de Banfield, recobraron actualidad tras la llegada de Trump y el agrietamiento estadounidense. Putman había anticipado en el año 2000 en su libro Bowling Alone: el capital social en declive de Estados Unidos el deterioro de las relaciones entre los ciudadanos. Mostró la disminución de la cantidad de personas que participaban en organizaciones cívicas y usó, entre otros, el ejemplo del bowling: los jugadores habían aumentado en veinte años, pero había bajado la cantidad de los que jugaban con otros. Advertía que la menor interrelación en distintas áreas anticipaba un deterioro general del país.

Suma cero. La aceptación de Cristina de no competir por la presidencia en 2019 para no volver a perder y la derrota de Macri parecían reflejar cierto agotamiento de la grieta que daría lugar a las posiciones más dialoguistas del peronismo (reflejadas por Alberto Fernández, Massa y algunos gobernadores) y del macrismo (Larreta y Vidal).

Al principio de la pandemia, la realidad confirmaba esa tendencia, escenificada en las presentaciones sanitarias conjuntas de gobernantes oficialistas y opositores que generaban una aceptación pública mayoritaria.

Pero poco a poco la grieta fue abriéndose camino de nuevo, y hoy, en época electoral, toda la creatividad y energía de una gran parte de la dirigencia política está puesta en detectar cada día las debilidades del adversario para exponerlas, exagerarlas y sacar provecho de ellas.

El juego debería ser sutil para disimular la intencionalidad, pero no lo es: los políticos denuncian, los medios que reflejan a cada sector los reproducen sin el menor sentido crítico y las redes sociales le suman gritos e insultos.

Son oficialistas y opositores (antes eran opositores y oficialistas) que creen que se trata de un juego en el que si juegan bien, pueden ganar ellos. Es la lógica del “familismo amoral” de aquel sur de Italia de Banfield: con el objetivo de satisfacer a su grupo de pertenencia no se dan cuenta de que es un juego de suma cero: tarde o temprano, todos pierden. Porque aun los que consigan ganar las elecciones estarán preparando las condiciones para su futura derrota de gestión.

Trust. Francis Fukuyama es, en sí mismo, un ejemplo de la degradación del sentido crítico que caracteriza a la grieta: siendo un cuestionador agudo del neoliberalismo, uno de los sectores en pugna decidió encarnarlo para siempre como pertinaz neoliberal, sin importar lo que escriba u opine.

Fukuyama dedicó uno de sus libros (Trust) a investigar la importancia de la confianza en el desarrollo de las naciones. Allí señala que “la perspectiva de la economía neoliberal no solo resulta insuficiente para explicar la vida política, con sus emociones dominantes de indignación, orgullo y vergüenza, sino que tampoco alcanza a explicar muchos aspectos de la vida económica”.

Él muestra que son los lazos de confianza y la necesidad de reconocimiento del otro los que generan un motor de desarrollo emocional que está detrás del desarrollo económico. Retomando a Banfield, compara países en los que coincide el “alto desarrollo” con “alta confianza” y viceversa, entendiendo por confianza la interrelación alcanzada con personas que van más allá de las del grupo de pertenencia. Si unos y otros se consideran mutuamente reconocidos como sujetos dignos de algún tipo de asociación, habrá confianza y progreso. Si el otro es un enemigo, habrá desconfianza y pobreza.

La conclusión de Fukuyama es que el capital social debería ser considerado como parte de la riqueza natural de un país y tenido en cuenta a la hora de cuantificar su PBI.

Desdemonizar. Confiar no significa pensar igual, sino reconocer en el otro la posibilidad de pensar distinto y, aun así, acordar ciertas cosas. Claro que eso es imposible si se cree que el otro es la encarnación del Mal, el que viene a robarnos o a insultarnos.

... pertenecían al clan. En el “todo vale” para beneficiar a los propios, perdían todos. Lo llamó “familismo amoral”

Por eso el paso previo a confiar es “desdemonizar” al adversario político: si el otro es simplemente alguien que piensa distinto, entonces es más sencillo encontrar puntos de asociación.

Como se decía al principio, dos de los cinco líderes presidenciables para 2023 reconocen en privado que una sociedad partida es garantía de un gobierno fracasado: “Para eso es mejor no ser presidente”, exageran. Incluso, al menos frente a PERFIL, los otros tres líderes tampoco expresan la grieta emocional que suele identificarlos en público.

Es cierto que es más fácil postularlo que cumplirlo, porque liderar un nuevo relato social implica entrar en conflicto con los relatores anteriores.

Pero es la fuerza de la historia: si la razón demuestra que nadie gana con una sociedad partida, si los líderes dicen entenderlo y si los antecedentes electorales y las actuales encuestas indican que una mayoría está harta de la grieta, más temprano que tarde ese liderazgo debería aparecer.