COLUMNISTAS

Fe, fanatismo e historia

Las tratativas de Estados Unidos con Irán por su plan nuclear se dan en un Cercano Oriente que sigue siendo el barril de pólvora de la política mundial, cuya mecha ya está encendida.

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A modo de prosecución del pequeño “breviario” iniciado la semana anterior para “leer” la crisis que estremece la arquitectura política de Cercano Oriente y asuela a sus habitantes, continuamos la enumeración del domingo pasado:
4. El 24% de la población del mundo es musulmán (unos 1.700 millones), del cual 300 millones son árabes. Es decir, que vive en países árabes menos del 20% de los musulmanes, y los demás en Indonesia, Nigeria, Bangladesh, India, Pakistán, Africa Subsahariana, Rusia, Afganistán… El 35% de los yemenitas es chií de confesión zaidí; el norte de Yemen fue gobernado entre 1918 y 1962 por imanes chiíes tributarios de Egipto. Los rebeldes hutíes son chiíes zaidíes y es posible que Irán trate de ayudarlos.

5. El 25% de la población de Arabia Saudita es también chií, al igual que el 65% de la población de Baréin, cuyo monarca reprimió con severidad un alzamiento de esa mayoría en 2011, con masiva ayuda militar del reino saudita y la –por entonces– conveniente despresurización de los hechos por parte de los grandes medios occidentales.

6. Otra variante confesional de la rama chií es la alauita, que integra el 12% de la población de Siria y a la que pertenece el presidente Bashar al-Assad y sus seguidores. Los alauitas, que disfrutaron –por poco tiempo– del estatuto de “Territorio de los alauitas” que les otorgó Francia al recibir el Mandato de Siria en 1922, residen principalmente en la zona de Latakia, sobre el Mediterráneo, cuyo puerto alberga la única base naval rusa en el Mare Nostrum. Peculiaridad alauita es la negación a toda pertenencia étnica árabe.

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7. Los musulmanes chiíes tienen clero (los ayatolas). En cambio, los suníes solamente tienen imanes y el 90% de sus seguidores comparten una visión ortodoxa y restrictiva de los dictados de Alá emitidos a través de su profeta, Mahoma.

8. Otros seguidores del culto chií con variaciones de forma y fondo son los alevis de Turquía, los drusos de Líbano, Siria e Israel y los azeríes.

9. Los azeríes –turkmenos, nueve millones– de Azerbaiyán, estado caucásico situado al norte de y fronterizo con Irán, ostentan el privilegio de ser, dentro del mundo musulmán, la primera república democrática y secular, nacida en 1918 como consecuencia del colapso del Imperio Ruso. Un estado en el que conviven minorías rusas, polacas, judías y armenias, todas con bancas en el parlamento.

Convivencia de credos, de orígenes nacionales, de etnias… Mientras, cerca y en estos días, llegan noticias de la destrucción de ciudades como Alepo (Siria), que hasta ayer nomás inspiraba una honda admiración por los siglos de sabiduría acumulada, invertida por sus habitantes en fabricar telares de tolerancia entre musulmanes, cristianos maronitas, cristianos ortodoxos, alauitas y judíos. El recuerdo de un brindis por la Pascua rusa en una casa otomana en 2005 resulta difícil de cancelar cuando se piensa en el horror presente, no sólo en Alepo.

Crucero USS Quincy, Gran Lago Amargo, Canal de Suez, Egipto, 14 de febrero de 1945. A la sombra, en la pequeña cubierta situada entre una batería antiaérea y una sala de comando del poderoso crucero pesado, una figura pálida y angulosa se toma de los brazos del sillón; junto a él, otro hombre, barbado y robusto, envuelto en los ropajes de un sheik, sonríe con aplomo.
El presidente Franklin Delano Roosevelt y el rey Abdulaziz Faisal Ibn Saud conversan sobre la forma y el espesor de la piedra basal del pacto secreto de alianza que firmarán, conocido como el “Pacto del Quincy”, con un plazo de vigencia de sesenta años, renovable por otro período igual (lo que ocurrió en 2005 , con la firma de George W. Bush).

Roosevelt llegó a Egipto desde Yalta (Crimea), donde junto con Winston Churchill, mantuvo los históricos encuentros con José Stalin. Roosevelt, muy enfermo, sobreviviría solamente dos meses, pero traía desde Yalta la convicción de que el (cercano) fin de la Segunda Guerra marcaba también el comienzo del período que después se llamaría de la “guerra fría” con la Unión Soviética. Los Estados Unidos necesitaban asegurarse la provisión de petróleo saudí, descubierto recientemente (1938) y ponerlo al resguardo de las ambiciones soviéticas.

El rey, a cambio de las concesiones energéticas a la Arab Standard Oil conseguía riqueza y seguridad, ya que Estados Unidos se comprometió –y cumplió con exuberancia– a construir una base y dar asistencia militar, incluyendo entrenamiento y material, a las fuerzas armadas saudíes. El acuerdo permitió al wahabismo sunita presidido por Ibn Saud y luego continuado por siete de sus 45 hijos, el libre ejercicio de la violenta y fundamentalista interpretación del islam sin interferencias extranjeras, hasta el día de hoy.

En 2015, el acuerdo con Irán en elaboración avanzada usando las mejores prácticas diplomáticas, no es buena noticia para todos por igual. En la nómina de quienes desearían su fracaso figuran el señor Netanyahu, muchos legisladores yanquis republicanos, extremistas de derecha en Irán y a comentaristas, dirigentes y periodistas anglosajones y europeos. Pero también hay que incluir en una posición adelantada al Imán de la Gran Mezquita de La Meca quien el 1º de abril pasado dijo: “nuestra guerra con Irán es una guerra entre suníes y chiíes… a los judíos y los cruzados (cristianos), lo juro por Alá, también les llegará su día…”. A los argentinos que deseamos que se esclarezca el atentado contra la AMIA, tampoco nos pilla muy alborozados que digamos cualquier acuerdo; a la República Argentina, pretender ser jugador en esa arena geopolítica, le tiraría de sisa.

Dichosamente, el New York Times publicó un editorial firmado por John Bolton, ex embajador de Bush en las Naciones Unidas y miembro del “American Enterprise Institute”, en el que propone que: “para parar la bomba iraní hay que bombardear a Irán”. En la misma línea de moderación y sensatez se anota Thomas Friedman, del mismo diario, quien se pregunta si: “¿no deberíamos armar al Ejército Islámico?”.
Escribir y decir lo que antecede ocurre cuando –como bien lo expresa el ex ministro de Exteriores de Alemania Joschka Fischer–, “el Cercano Oriente sigue siendo el barril de pólvora de la política mundial… cuya mecha ya está encendida”.