El filósofo, ensayista y novelista José Pablo Feinmann está crispado por una columna que publiqué en este diario el 19 de diciembre en la que defendí la hipótesis central de mi libro Operación Traviata, ¿quién mató a Rucci?, es decir, la autoría montonera de ese atentado, ocurrido el 25 de septiembre de 1973, en plena democracia peronista.
En realidad, respaldado por diversas fuentes, yo llegué a la misma conclusión que Feinmann sostuvo durante tantos años; por ejemplo, en su libro La sangre derramada o en un reportaje con la revista Debate en diciembre de 2008, cuando dijo que la decadencia de la guerrilla peronista comenzó “con el asesinato de Rucci”.
Venía el filósofo diciendo lo mismo en Página 12, en los fascículos dedicados a su interpretación sobre el peronismo, hasta que el 13 de diciembre cambió de versión. Sostuvo: “En cuanto al ‘¿Quién mató a Rucci?’, es sólo una pregunta sin posible respuesta”. Y convirtió a mi libro en “una novela”, una obra de ficción. Dos semanas después, en el fascículo 110, Feinmann afirmó que “no se sabe ni se sabrá nunca” quiénes mataron a Rucci, e hizo un listado sobre los siete posibles autores de ese crimen, entre los que mencionó a Montoneros, la guerrilla trotskista, el Ejército, la Triple A y la CIA.
Incluyó en esa lista a Juan Perón, quien dos días antes del crimen había logrado su tercera victoria electoral con más del 61% de los votos, con el argumento de un chiste que circuló en aquella época. “¿O no hay un chiste sobre el tema? ¿Por qué surgió? Ningún chiste surge sin algún asidero en la realidad. Un edecán le dice a Perón: ‘General, mataron a Rucci’. Perón mira su reloj y dice: ‘¿Cómo? No, hombre, no puede ser. Si aún no es mediodía’.”
Habría sido un verdadero suicidio político: Rucci era el hombre de Perón en el sindicalismo y había firmado el pacto social con los empresarios, la piedra angular del gobierno. ¿Por qué ordenaría matarlo? El domingo pasado, el día de la crispación de Feinmann, ya todo estuvo más claro: para él, la “derecha procesista tiene dos objetivos: demostrar que los montos mataron a Rucci y conseguir que los delitos de lesa humanidad se apliquen también a los civiles”, provocando una suerte de empate con los juicios a los militares.
Por ese motivo, para no abonar el camino de la “derecha procesista”, Feinmann parece haber reculado sobre la autoría montonera. Y reprodujo un e-mail que me había enviado en el que me invitaba a hacer lo mismo, a abrirme de gente como Joaquín Morales Solá que compone “el engranaje del poder mediático, de los periodistas radiales, de los televisivos, o de los que producen libros-cacerola”.
Invitación rechazada amablemente: desde un punto de vista político, entiendo la posición de Feinmann, pero opino que tiene un costo peligroso ya que un filósofo debe buscar la verdad, más allá de si esta verdad favorece o no los intereses de un determinado grupo de poder. Lo mismo ocurre con un periodista independiente, que no está subordinado a la lógica de un grupo político.
Si el filósofo acomoda la verdad al grupo político al que adhiere puede ser que contribuya a frustrar el objetivo de gente mala como la “derecha procesista”. Pero en ese camino entrega jirones de la vocación elegida, y no puede luego indignarse cuando alguien se lo recuerda. La verdad no debería ceder ante el poder.
Feinmann se molestó porque yo usé una conocida frase del sociólogo alemán Max Weber para explicar por qué todos los gobiernos tienen intelectuales que los iluminan, explican y defienden. “El séquito del guerrero recibe el honor y el botín”, decía Weber al analizar un tipo histórico de liderazgo político. Aclaro que no dudo de la honestidad de Feinmann, a quien leo con atención y respeto desde hace años. Y lo seguiré haciendo. Pero tanta indignación nubla el entendimiento: la palabra “botín” engloba también a los trabajos que reciben los intelectuales afines por parte del grupo político que controla el aparato estatal, como por ejemplo los programas en Canal 7 o Encuentro. ¿O acaso los periodistas y filósofos llegaron a esas grillas por concurso público? ¿Los nombró la Unesco? La mejor prueba es que, cuando el kirchnerismo deje el poder, otras caras y otros nombres accederán a esos sueldos públicos.
*Editor jefe de PERFIL.