El año electoral va cubriendo crecientemente el horizonte. Certidumbres no hay, pero cada uno procura encontrar bases para los escenarios que preferiría, o los que teme. Así, por ejemplo, en el oficialismo hay quienes conciben un triunfo en primera vuelta y quienes lo juzgan improbable. En los espacios opositores hay quienes ven como una casi certeza que el kirchnerismo –sea quien sea su candidato– será derrotado, y quienes imaginan maneras en que el actual gobierno logrará emerger del acto electoral con una renovada cuota de poder. Mucha gente teme que el próximo gobierno sea débil; otras personas ven esa posibilidad más bien como una oportunidad para el país. Algunos esperan un acuerdo UCR-Massa, otros prefieren UCR-Macri; esa disyuntiva se agudiza en las provincias, donde cobran importancia las consideraciones tácticas locales.
Hay algunas percepciones coincidentes. Hoy se acepta, entre oficialistas y entre opositores, que es una posibilidad no descartable que el oficialismo gane la elección presidencial; meses atrás eso parecía imposible. Se acepta la información de muchas encuestas conocidas que muestran la imagen de la Presidenta alrededor del 45% de aprobación, o aun más. Se admite que la mayor parte de los expertos en economía que rodean a los principales candidatos piensan todos más o menos lo mismo acerca de lo que el próximo gobierno debería hacer. Esas son percepciones no unánimes, pero compartidas en mayor grado de lo que sucedía meses atrás.
Esa convergencia en las percepciones es causada, en parte, porque las encuestas que circulan tienden a mostrar tendencias similares. Hasta meses atrás circulaban pocas encuestas. Ahora empiezan a proliferar, y casi todas muestran a Scioli, Massa y Macri al frente de las intenciones de voto. Obviamente, siempre alguno va primero, pero las diferencias son estadísticamente irrelevantes.
El posible triunfo de Scioli para muchos es un alivio: garantiza algunos cambios graduales y a la vez un clima de convivencia. Para otros, el riesgo es que esa posibilidad sea neutralizada antes de poder iniciar los cambios. No hay duda de que Scioli ha demostrado, en los casi veinte años que lleva en la política, que si hay una tarea difícil es tratar de neutralizarlo.
Desde la mirada de quienes clasifican el espacio político en términos de peronismo/no peronismo, se concluye que quien vería más problemática la gobernabilidad en caso de ganar la elección sería Macri. Ese vaticinio se apoya en el supuesto de que cuando un “no peronista” llega al gobierno aflora en el peronismo el instinto de impedirle gobernar. Pero la sociedad argentina ha superado ya ese maniqueísmo dicotómico.
Todas esas miradas se enfocan en el lado de la oferta política: lo que los políticos dicen y hacen, los sucesos de la política, lo que los comentaristas dicen de ellos. Pero la política tiene también un lado de la demanda, que es decisivo. Para hablar de la demanda –lo que la gran masa de votantes piensa, dice cotidianamente y finalmente hace cuando llega el momento de votar– hay que remitirse a las encuestas, y la propensión natural de la gente –aquí y en todas partes– es tomar en cuenta las que dan informaciones agradables y desechar –o descalificar– las que no las dan. Las razones que tienen los votantes son un elemento fundamental para entender el mercado político, para moverse en sus aguas y para intentar anticiparse a los acontecimientos.
Las encuestas que hoy circulan presentan un cuadro de situación que, desde luego, no complace a todos, pero que hay que tratar de entender o por lo menos de tomar en cuenta para poder actuar en las aguas de la política argentina actual. Cristina mantiene una buena imagen, pero el Gobierno no; la gente es pesimista con respecto al país y ve mal la economía; Scioli mantiene una intención de voto competitiva, pero no así otros candidatos oficialistas; Massa y Macri mantienen una intención de voto competitiva, pero no así otros candidatos opositores; el resultado electoral es todavía incierto; gran parte de la sociedad espera cambios, pero graduales, y sobre todo que no amenacen lo que muchos valoran como logros de estos años.
Pero falta casi un año –que será un largo y movido año–. Esta elección se parece más a la de 2003 que a cualquiera de las posteriores. En 2002 y 2003, cada dos meses cambiaba la tabla de las intenciones de voto, desde el primer lugar que ocupaba Carrió nueve meses antes de la votación hasta el reñido final entre Menem, Kirchner y el “tapado” López Murphy. En 1983 y en 1999, los ganadores –Alfonsín, De la Rúa– iban segundos hasta pocos meses antes de la elección. En 2015 no parece probable que suceda lo que en otras elecciones, en las que un candidato picaba al frente y terminaba primero. Durante este 2014 que termina, hubo un breve ciclo de crecimiento de Massa, luego otro breve ciclo de crecimiento de Macri y ahora asistimos a un ciclo de crecimiento de Scioli.
Hay analistas que miran el presente y proyectan linealmente para imaginar el futuro. Los votantes, en cambio, antes de proyectar esperan. Las tendencias electorales de hoy no les dicen casi nada. Miran lo que tienen que mirar cuando llega el momento de decidir su voto, y mientras tanto, cada día, prestan atención a lo que más les preocupa o más les interesa –que no es, precisamente, la política o las elecciones–.
Aun así, lo que hoy puede atisbarse sobre el escenario político a partir del 10 de diciembre de 2015 es que probablemente no haya mayorías robustas. Quien ejerza el Ejecutivo deberá optar por gobernar en minoría o gobernar mediante acuerdos políticos. La tradición argentina es tratar de gobernar en minoría –hasta que se obtiene la mayoría o se cae en la ingobernabilidad–. La oportunidad que hoy se presenta es un clima más favorable al modelo de gobierno mediante acuerdos. Quizás ésa sea la condición política que nos está faltando para retomar una senda de crecimiento económico sostenido –senda que perdimos hace largamente más de siete décadas–.