El fenómeno, por cierto, no es nuevo: el miedo al Otro y a su diferencia parece haber acompañado la evolución histórica de nuestra especie. Hay especialistas convencidos de que los primeros sapiens contribuyeron activamente a la definitiva extinción de los Homo neandertalenses. Según el contexto variable de los regímenes políticos, el racismo fue cobrando diferentes formas y se expresó de distintas maneras a lo largo del tiempo. La mediatización ha facilitado su visibilidad. Los procesos migratorios son un factor que activa los discursos racistas en el espacio público: está ocurriendo una vez más en la Unión Europea en general, y en Francia en particular.
En el caso francés, un aspecto preocupante es la banalización del racismo, que los medios de comunicación tienden a acelerar. Apenas llegado a París, uno de los ejemplos más recientes me sacudió esta última semana: el azar le dio al evento mediático en cuestión un alcance bastante personal. Me explico. En un coloquio organizado en Bélgica por la Universidad de Lovaina hace más de treinta años –para ser exactos, en 1981– presenté un análisis de discursos de semanarios de actualidad, uno de cuyos puntos de comparación eran las tapas de un semanario francés de extrema derecha, Minute (Minuto). El ensayo se llamaba “El espacio de la sospecha” y fue publicado en francés al año siguiente (el lector interesado lo encontrará como un capítulo de mi libro Fragmentos de un tejido). El análisis intentaba mostrar cómo la organización espacial de las tapas de Minute expresaba un aspecto básico del racismo: la dimensión paranoica. Bueno, el semanario Minute no se ha extinguido y su tapa de hace 15 días ha producido un escándalo: muestra una fotografía de Christiane Taubira, actual ministra francesa de Justicia, acompañada del siguiente título: “Astuta como un mono, Taubira encuentra la banana”. La ministra Taubira reúne todas las cualidades de un target perfecto para el discurso racista: negra nacida en la Guayana francesa, propuso la llamada “ley Taubira de la memoria”, que reconoce la trata de negros y la esclavitud practicadas a partir del siglo XV como crímenes contra la humanidad; en su carácter de ministra de Justicia ha propiciado, este año, la ley en favor del matrimonio homosexual. El 25 de octubre pasado en Angers, en un acto del Frente Nacional (el partido de la extrema derecha), la ministra fue insultada: los hijos de algunos manifestantes exhibían cáscaras de banana y el público gritaba “La guenon, mange ta banane” (“Mona, comete tu banana”).
El historiador Pascal Blanchard, coautor del libro La Francia negra, publicado hace dos años, declaró en una entrevista al diario Libération del 29 de octubre que “el error sería pensar que esta brutalidad no existía antes. En realidad, se ha vuelto visible lo que antes era invisible (…) Lo que antes sólo se escuchaba en los estadios cuando los jugadores del seleccionado salían a la cancha (“hay demasiados negros en el equipo francés”) se le dice ahora, abiertamente, a una ministra”. Quince días después, la tapa de Minute. Entendámonos: la cuestión es preocupante no por tratarse de una figura ministerial, sino porque el hecho mediático expresa la banalización de una situación cotidiana de discriminación y de humillación. La propia Taubira lo ha dicho con toda claridad: “En cuanto a mi persona, francamente, carece de toda importancia (…) Me parece extremadamente inquietante para la sociedad, para las personas vulnerables que corren el riesgo de encontrarse expuestas a comportamientos y a pasajes al acto en términos de agresión”. Taubira se niega a involucrar a su ministerio, pero el primer ministro Jean-Marc Ayrault ha formalizado una denuncia contra Minute “por injuria pública de carácter racista”, declarando que “esto no podemos dejarlo pasar”. El tribunal de primera instancia de París ha iniciado una investigación.
El problema es que ante situaciones de este tipo el Estado suele terminar generando pura perversión burocrática. En el sitio lmsi.net (“lmsi” son las iniciales de “les mots sont importants”, es decir, “las palabras son importantes”) encontré una nota de la semana pasada que recuerda un libro, publicado hace ya 15 años, sobre la “lepenización de las mentes” (Le Pen ha sido el gran líder del Frente Nacional), donde se describía cómo el propio término “inmigrante” puede ser un operador lingüístico racista, aplicable además a personas que jamás migraron, por ejemplo “inmigrantes de segunda generación” (como si la migración fuera una especie de enfermedad transmisible de padres a hijos), o esta frase, insólita, de un experto: ¡¡“Inmigrantes nacidos en Francia”!!
Feo, muy feo.
*Profesor emérito, Universidad de San Andrés.(Desde París).